Delitos Esotéricos. Stefano Vignaroli

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Delitos Esotéricos - Stefano Vignaroli

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      ―Ya, deberemos traer un aparato adecuado para podarla y echar un vistazo ―respondí ―¡Ahora, volvamos al coche!

      Nos acercamos a paso moderado descendiendo por las curvas cerradas que conducían hacia el fondo del valle, recorriendo el encantador Valle Argentina. Superado el poblado de Molini di Triora, la carretera seguía bajando. Un cartel publicitario indicaba que a unos cien metros encontraríamos el restaurante Da Luigi.

      ―¿Vamos a comprobar la coartada de la bruja? ―propuse a Mauro.

      ―Sí, encantado ―fue su respuesta ―Y dado que estamos a últimas horas de la tarde y no hemos metido nada entre los dientes, propondría aprovechar el restaurante también para su función concreta.

      El local a esa hora estaba desierto. Nos sentamos en una de las mesas y esperamos a que apareciese alguien. El propietario del local, un hombre de unos cuarenta y cinco años, con sobrepeso, la cara rubicunda y sudada, no tardó en aparecer.

      ―¿Puedo serviles en algo, señores? Por desgracia a esta hora en la cocina tenemos pocas cosas.

      ―Policía ―le dijo Mauro ―¿Estaría dispuesto a respondernos a unas preguntas?

      ―Imagino que se refiere al delito de la última noche. El lugar está bastante lejos de aquí. ¿Cómo os puedo ayudar?

      ―¿Usted conoce a Aurora Della Rosa, verdad? ―intervine

      ―Claro, es una cliente muy apreciada, de vez en cuando viene aquí y yo aprovecho para pedirle algún consejo. Sufro de ciática y ella tiene unos remedios fantásticos a base de hierbas, mucho mejor que la medicina convencional.

      ―¿Ayer por la noche estaba aquí?

      ―Sí, llegó hacia las nueve y media y se fue cuando ya había pasado la medianoche. Estaba extraña, más taciturna que de costumbre. Pidió de comer pero creo que no probó la comida. Incluso le tuve que reñir porque, sentada a la mesa, se había encendido un cigarrillo y fumaba en la sala. No había muchos clientes y nadie se hubiera quejado, pero al estar prohibido por ley, sabe, ¡debo intervenir!

      ―¿Estaba sola?

      ―Sí, sola.

      ―¿Y habitualmente viene sola o acompañada?

      ―Depende. A veces sí, viene sola, pero a menudo en compañía de una amiga morena, una hermosa mujer de acento extranjero. Parece que las dos son pareja, aquí en la zona se dice que son lesbianas.

      Para pronunciar estas últimas palabras se acercó a nosotros, bajando el tono de la voz.

      ―Homosexuales ―le corregí.

      ―Sí, claro. Hoy, en las grandes ciudades, no se les hace ni caso pero en nuestra zona no estamos tan habituados a ciertos comportamientos.

      ―Bien, mi querido Luigi, ¡ya basta! Diría que yo y el inspector Giampieri agradeceríamos poder comer algo. ¿Qué nos propone?

      ―Bueno, como decía antes, no hay mucho donde escoger por ahora. Os puedo aconsejar un buen plato de trofie liguri al pesto alla genovese con fagiolini e patate6, un plato único que realmente os dejará satisfechos.

      ―¡Traenos dos raciones abundantes!

      Ya era casi de noche cuando llegamos a Imperia y aparcamos delante de la comisaría de policía.

      ―Aquí estamos ―dijo Mauro ―Has llegado a tu nuevo lugar de trabajo. Aquí estamos en una zona descentralizada de la ciudad mientras que la jefatura está en el centro, en Piazza del Duomo. Creo que mañana por la mañana, antes de comenzar cualquier actividad, deberemos pasar por allí. El comisario jefe es uno de esos a los que le gustan mucho los formalismos y te deberás presentar ante él.

      Mauro me guió por un laberinto de pasillos y oficinas hasta llegar a la que sería mi oficina.

      ―Vale, pero antes de ir a la Jefatura, agradecería conocer al personal que está en servicio. ¿Crees que será posible conocer a los hombres a primera hora de la mañana?

      ―Haré lo posible para que todos estén aquí, salvo excepciones justificables, a las ocho. Por ahora, creo que deberías reposar. Allí al fondo hay una habitación con una cama y el baño está en el pasillo. Encontrarás todo tu equipaje y, si necesitas algo, debes saber que pasaré la noche en la sala de guardia.

      ―Bueno, hasta que no encuentre un alojamiento mejor, me adaptaré, luego ya veremos. Ahora estoy demasiado cansada para buscar otro alojamiento. Y además, de todos modos, estoy habituada a vivir en el lugar en que trabajo.

      Di una ojeada a mi escritorio, donde ya destacaba una gran caja, que contenía todas las carpetas de las investigaciones sobre personas desaparecidas en Triora. Realmente no tenía ganas de ponerme manos a la obra de momento, también porque temía que cualquier cosa encontrada allí dentro podría modificar las ideas que me había hecho en el transcurso de la jornada. ¡Mejor razonar en el momento adecuado y no dejarse influenciar por el trabajo de otros! En cualquier caso, mi ojo se posó en una copia de una revista mensual. La cogí, la hojeé y me paré en el artículo que hablaba de los misterios de Triora, salido con ocasión de la desaparición de los tres periodistas que formaban parte de la redacción de la revista: Stefano Carrega, Giovanna Borelli y Dario Vuoli. En un recuadro estaba reproducido un extracto de los apuntes del cuaderno de Vuoli, encontrado en el interior de la tienda abandonada por los tres.

      ¿Qué sentido tiene buscar brujas? Sobre todo, ¿quiénes son y cómo se reconocen hoy las brujas? Ya no hay una Inquisición que las señale. Quizás todavía existen, quizás sólo tienen un aspecto distinto. En el año 1587 era más fácil reconocerlas: “Las veréis poner imágenes de cera y sustancias aromáticas bajo el retablo del altar. Reciben la Comunión del Señor no encima sino debajo de la lengua, porque así pueden, fácilmente, sacarse de la boca el cuerpo de Cristo para servirse de él en sus prácticas odiosas. Además de esto, lo que distingue a una bruja de una pecadora, o de una mujerzuela, es la capacidad de volar por la noche”…

      Ya, a lo mejor a finales del siglo XVI todavía la gente común no sabía reconocer los trucos y las ilusiones de estas charlatanas y las tomaba por magia o brujería. ¡Pero en el siglo XXI, por Dios! ¡Estos tres periodistas habían ido a buscar las brujas en su pueblo, y quizás las habían encontrado! ¿Y se habían dejado raptar por ellas? ¡Venga ya! Esto es todo un montaje, pero ¿con qué fin? ¿Esconder un delito, querer hacer desaparecer el propio rastro o por cuál otro motivo? ¿Y qué tiene que ver la secta, cómo demonios se llamaba? Nomolas ed sovreis. ¿Qué podía significar?

      Con la mente llena de estos interrogantes, me fui a lavar y me retiré a la habitación indicada por Mauro. Las jornadas eran largas y aunque eran casi las nueve de la noche, afuera todavía había luz. Me extendí en el lecho sin ni siquiera bajar las colchas. Me estaba quedando sopa cuando sentí llamar a la puerta. Era Mauro que traía un vaso de papel con una bebida humeante.

      ―No es de los mejores, es té de la máquina distribuidora automática, pero he pensado que podía ser agradable antes de dormirte. ¿Te apetecería comer algo?

      ―No, gracias, todavía debo digerir los trofie.

      ―Bueno, de todos modos tengo una información que darte. Tu perro, Furia, estará aquí, como muy tarde, antes de mañana por la tarde. He hecho limpiar el cubículo del patio, donde tu predecesor

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