Historia contemporánea de América. Joan del Alcàzar Garrido
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De forma colateral, debemos apuntar que la participación española en la coalición continental formada en 1793 para atacar a la Francia revolucionaria tendría importantes consecuencias. A finales de 1795, España tuvo que firmar un nuevo tratado de alianza y ceder Santo Domingo. La respuesta británica, en forma de bloqueo naval absoluto, reduciría el comercio español a sus índices más bajos. Por otra parte, el posterior imperio napoleónico dará, desde 1808, la medida de la crisis que afecta a España, aunque ésta ya era bien conocida desde Trafalgar.
– La revuelta de los esclavos de Haití (1791), consolidada en 1804, abrió una nueva grieta en la red colonial. Será, a la vez, una señal de alarma que actuará de avisador para todas las oligarquías del continente, especialmente después de que la violencia se propagara entre los esclavos de Venezuela. Los cambios políticos podían no tener el final deseado por los criollos, teniendo en cuenta que la capacidad de presión de los sectores menos favorecidos podía inclinar la balanza de su lado. El proceso haitiano tuvo, además, otras importantes repercusiones, entre las cuales se puede destacar la gran transformación de la hasta el momento reducida industria azucarera cubana. De este extraordinario desarrollo surgirá lo que M. Moreno Fraginals denomina la sacarocracia, que tomó buena nota de cuál podía ser el resultado de las veleidades de la población blanca minoritaria frente a los habitantes de origen africano.
1.2.3 Las causas de la independencia
Hemos analizado las repercusiones políticas, sociales y económicas de la nueva política colonial española puesta en marcha desde los tiempos de Carlos III. Después hemos repasado los cuatro fenómenos que delimitan el complejo marco ideológico en el que se produce el proceso independentista. Es ahora el momento de recapitular, de retomar aquellas razones de la emancipación aludidas anteriormente para intentar comprender la respuesta de las élites dirigentes americanas, de forma que podamos resolver el problema de cómo y por qué cayó el imperio.
La respuesta de los sectores dirigentes americanos vendrá determinada por el complejo juego de las contradicciones internas y externas de la sociedad colonial que, bajo la dirección de los «más o menos españoles» (los criollos), generaron el deseo de la independencia a partir de una conciencia (el criollismo americanista) que concluyó, después, en un mosaico de naciones a partir de la mitosis de esta conciencia, que en primera instancia fue americana para pronto ser chilena, peruana, mexicana, etc. En este sentido, podemos decir que el criollismo primerizo es el punto de arranque de lo que será la base inicial de las guerras de liberación para pasar a ser, finalmente, el sustento de las sociedades poscoloniales, que no dejarán de ser criollistas (cada nación del suyo), esto es: diseñadas por los criollos, en beneficio de los criollos y basadas en aquella conciencia americana diferenciada que denominamos criollismo (Alcàzar, 1995).
Los criollos son, por definición, los hijos de los peninsulares nacidos en América y, por extensión, los descendientes de aquellos, siempre y cuando la mezcla racial les hubiera respetado en cuanto a la tonalidad de la piel o en cuanto a las dimensiones del patrimonio. Ellos, herederos directos de los autores de la primera expoliación, no hicieron otra cosa que seguir el camino iniciado por sus mayores.
A aquella contradicción social fundamental entre indios y criollos es necesario añadir una secundaria: la que se producía entre criollos y españoles, y esto en la medida que éstos últimos eran los responsables más o menos fieles de velar por los intereses de la metrópoli. Claro está que convendría hacer puntualizaciones y matizaciones regionales y cronológicas. Ya sabemos que la unidad en la diversidad –como dice Marcello Carmagnani– de América Latina no permite establecer generalizaciones sin que se tambaleen los modelos. El planteamiento, aun así, puede ser aceptado como marco general porque lo que interesa es ver cómo bajo aquellas dos contradicciones hay otras que, aunque deudoras de éstas, establecen las bases para el desarrollo de aquel embrión de conciencia americana y antiespañola. Contradicciones de los criollos con los peninsulares; contradicciones administrativas y de representación (los cabildos frente al resto de las instancias coloniales); contradicciones económicas, fruto del más o menos vigoroso monopolio metropolitano y de una política fiscal que, de poco efectiva en la época prerreformista, se convertirá en asfixiante; y contradicciones por el papel de segundones en la milicia o en la Iglesia, ambas dirigidas por españoles. Unas oposiciones estrechamente conectadas, porque la fundamental será el freno de las secundarias, especialmente por el pánico que despertará entre los criollos la posibilidad de la pérdida del control sobre la oposición propiedad / trabajo o, lo que es lo mismo: la oposición criollos / indios-negros.
Antes de las reformas, cuando el control económico peninsular era ineficaz, cuando era evidente la venalidad de buena parte de los cargos designados, cuando era prácticamente imposible hacer funcionar la maquinaria colonial, se podía vivir, decían los americanos. El reformismo borbónico lo trastocará todo. La más o menos ambigua configuración de la conciencia diferenciada irá perfilándose cada vez más. Había, evidentemente, un problema: los otros, es decir, aquellos que no eran ni criollos ni españoles. Indios, mestizos y negros no debían, no podían –desde la posición criolla– tener una conciencia perfilada, sobre todo si ésta era de grupo o de raza. Asegurarse el control social de estos grupos será –una vez quede claro que la protección de la que hablaba Revillagigedo ya no era tangible– una meta irrenunciable del criollismo, teniendo en cuenta que los objetivos de liberación de la opresión colonial no venían determinados por un posicionamiento nacional en el sentido convencional. Había naciones en formación, pero éstas eran exclusivamente criollas, puesto que, aunque alguno de los grupos étnicos (los mestizos) tenía una cierta concepción del problema, ni los indios ni los negros tenían sentido de la nacionalidad.
El nacionalismo criollo inicial presenta una débil raíz liberal (valorativa de la vertiente regional, geográfica), puesto que la idea de América no hace sino esconder la carencia de un proyecto perfilado, como se verá tras la emancipación, con la proliferación de repúblicas. Y, evidentemente, no tiene nada de jacobino, en tanto que es de libre adscripción. Es el proyecto de un grupo al cual le está reservado el derecho de admisión, y éste es aplicado en un sentido claramente exclusivista. Será necesario, pues, controlar a quienes pueden poner en cuestión la propuesta emancipadora; será necesario perderles el miedo, el pánico, que en el pasado ha actuado como fortalecedor de las relaciones con los otros blancos, con los españoles españolistas; y será necesario hacerlo porque hay mucho en juego.
Así, este americanismo exclusivista y de clase, este criollismo, nacido al calor de unas imposiciones políticas y económicas, que ha ido desarrollándose en un mundo que asiste a trascendentales cambios políticos, económicos e ideológicos, evolucionará hasta convertirse en la idea legitimadora de una liberación clasista: no hay posibilidad de compartir la dominación con los peninsulares; los criollos tienen que hacerse con el control exclusivo.
La coyuntura que permitirá poner en marcha este proyecto, el de los criollos, se producirá al estallar la guerra contra los franceses en España. Aunque la metrópoli mantendrá su contacto con las colonias gracias a su nueva alianza con Gran Bretaña, como contrapartida, la poderosa aliada asegurará su influencia sobre aquéllas. La guerra en la península Ibérica exigirá recursos que habrían sido necesarios para actuar en las posesiones de ultramar, donde las contradicciones entre peninsulares y americanos estallarán sin freno. España pronto quedó reducida a Cádiz, donde los representantes en las Cortes parecían dispuestos a revisar las relaciones de la metrópoli con las Indias, transformándolas en provincias ultramarinas de un Estado renovado por la introducción de instituciones representativas. Si esta era una vaga promesa de futuro político, el verdadero futuro económico pasaba por asumir que sólo la alianza con Gran Bretaña aseguraba el contacto de las tierras americanas con los mercados europeos, lo que ofrecía una lectura bien sencilla: España no era más que un obstáculo insoportable y no tenía sentido mantener los vínculos, renovados o no, de épocas anteriores.
1.2.4 El proceso de independencia