Ostracia. Teresa Moure
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−No seas chismoso. Nadia y él no tenían hijos y siempre les gustó tener en casa la alegría de los juegos de los niños.
−¡¡Várvara!! Inna andaba por los veintitantos. Hasta Andrei pasaría de los veinte. ¿Quién era el niño?
−¡Bah! Ese no es el asunto. Quería rodearse de un entorno afectuoso y la solterona esa de María Ilínichna empezó a intrigar con que si no era bueno que se supiese que los hijos de Inessa Armand estaban en Gorki, en la casa donde él permanecía para reponerse, así que mandó a Piotr, el guardia personal de Lenin, que los echase. Yo ya me había ido a Moscú unas semanas antes para incorporarme a las clases en el Instituto de Arte. Pero para ellos fue muy frustrante. Nadia le escribió después a Inna, entristecida. Ella solo deseaba que su Vádia se sintiese querido. ¡María estaba tan preocupada por el qué dirán...!
−¿Te das cuenta de que el cuadro que pintas siempre de las mujeres a su alrededor es un poco servil?
−¿Servil? −Várvara no puede evitar recordar su entrevista con Alexandra Kollontai, unos pocos días atrás, cuando la revolucionaria había insistido en que la Nueva Mujer debía permanecer vigilante contra cualquier servilismo, pero el asunto que la ocupa es demasiado irritante como para abandonarse a los recuerdos.
−Sí, Várvara. Leo tus notas y son... buenas, sí... pero extrañamente tiernas. Nadia Krupskaia fue la abnegada y perfecta esposa, Anna y María, las hermanas de Lenin, nunca se rebelaron a cuidarlo, su madre se pasó la vida orgullosa de un hijo a quien tenía que sostener económicamente y hasta tu madre se saltaba las fronteras de un lado a otro en épocas peligrosas solo para cumplir sus deseos... No sé si todo pudo ser así tan melifluo.
−¡No! ¿Pretendes decir que mi visión de chiquilla me engañaba? ¿Que mi madre nos había traspasado su ternura? ¡Bah...! Fue Trotski, creo, quien describió a Nadia como una asistente entregada, competente y extraordinariamente diligente. Y es cierto. Pero eso no significa servilismo.
−No quiero discutir, linda, pero da la impresión de que todas las mujeres de su ámbito de acción se quedaban fascinadas por él. Dudo si no se serviría de ellas como un tirano. Construyó un mito donde las mujeres aparentemente figuraban en la historia, aunque en realidad fuesen las sumisas de siempre.
Várvara percibe cómo se repiten los términos sumisión o servidumbre que también había pronunciado Alexandra Kollontai y piensa que tendrá que reflexionar sobre ello más tarde. El tema es espinoso. Ahora se pone en guardia e intenta que su voz suene relajada:
−¡Bueno! Déjalo. ¿Y qué traes para combatir el estereotipo?
−¿Recuerdas que Lenin sufrió un atentado en el 18?
−¡Oh, claro! Todo el mundo lo sabe...
−No todo el mundo tiene que acordarse de aquel episodio de unos tiempos tan turbulentos, pero tú sí... Pues la acusada fue una mujer: Fanny Kaplán.
−Me suena ese nombre, sí.
−Kaplán era una obrera en Odesa, de origen judío, que en la fábrica debió de unirse a grupos anarquistas. Fue acusada de participar en un atentando contra el gobernador de Kiev y condenada de por vida a un campo de trabajo de Siberia.
−¿Tuvo éxito el atentado?
−No. El gobernador salvó el pellejo, pero en la explosión murió alguien accidentalmente y la prendieron. En la cárcel entra en contacto con otras mujeres, socialistas y anarquistas, más formadas políticamente que ella. Le cuentan historias de terroristas que participaron en asesinatos a las autoridades y, al ser detenidas, fueron golpeadas, violadas y enviadas al exilio. Muchas de esas historias serían las suyas propias…
−Vuelves a perderte en anécdotas literarias… ¡Qué portento de imaginación! ¡Estás ya dentro de la cárcel asistiendo a las conversaciones de las presas!
−Me gusta siempre complacer trabajando con lentitud –dice Yákob con mirada insinuante.
−Broma repetida es broma no aplaudida... Por favor, necesito saber… ¡Continúa!
−Bien, parece que en la prisión se queda ciega y pretende suicidarse, pero no lo consigue por la intervención de sus compañeras y, en una muestra de auténtico coraje, aprende a leer Braille y a moverse en su nueva situación hasta recuperar la vista.
−¿Ahora vas a contarme que sucedió un milagro? −Y Várvara ríe, escondiendo la cara entre las manos, francamente divertida.
−Un poco de seriedad, ¿sí? En la cárcel las presas desarrollaban muchas enfermedades, algunas físicas por la pésima alimentación, y otras nerviosas. Calculo que se trataría de una ceguera inducida por el estado de ánimo.
−¿Eso realmente existe? ¿O continúas fantaseando con tu relato particular?
−Eso es de la máxima actualidad científica. ¿Acaso no lees a Freud...? La Kaplán se recupera y es liberada cuando la revolución de febrero acaba con el gobierno imperial. Con distintas andanzas, en las que ahora la Señora-toda-rapidez no estará interesada, la Kaplán se siente decepcionada por Lenin y marcha a Simferópol.
−Donde distintas facciones socialistas habían formado el gobierno rival…
−¡Exacto! Y ahí consigue un trabajo en la administración hasta que, en el 18, el ejército bolchevique recupera el control de la ciudad y disuelve las instituciones. Cuando las diferencias políticas determinan que los bolcheviques ilegalicen a los demás partidos, pues…, ella no se lo piensa dos veces y decide matar a Lenin.
−¡Qué extraña decisión! ¡Y qué cruel!
−Sí. Debía de ser un personaje peculiar. Aguardó a que Lenin saliese de una fábrica de armamento donde había pronunciado un discurso y, en cuanto lo vio, gritó su nombre y le disparó tres tiros. Uno de ellos quedó alojado en su cuello, creo...
−Sí, cuando entró en la parte más penosa de la enfermedad, los médicos decían si el plomo de una bala estaría envenenando su cerebro… Sería esa la bala, supongo...
−Pero, pequeña investigadora mía, lo que tienes que saber es que no hubo testigos de que fuese ella quien disparó. Estaba oscuro, había una multitud congregada y nadie estaba seguro de nada.
−¿Y qué pasó con ella?
−Aunque Lidia se empeñaba en pasar rápido por ese incidente, entiendo que el asunto nunca fue aclarado completamente. La mujer tenía un comportamiento extraño: no daba datos sobre su identidad, pero insistía, muy nerviosa, en que era ella quien había disparado.
−No lo comprendo. ¿Qué hay ahí de sospechoso?
−Aguarda, todavía falta un detalle. En el primer momento no encontraron el arma. Lidia me aseguró que en la Cheka ejecutaron a Fanny Kaplán a finales de agosto, aunque, por la documentación que vi en Moscú, oficialmente la fecha fue el 3 de septiembre... Lo justo para explicar que el arma apareciese misteriosamente el 2 de septiembre, como también tuve oportunidad de descubrir.
−Has hecho un gran trabajo…, pero no veo qué tiene que ver el asunto de la terrorista y el tema de lo melifluo en las mujeres de Lenin. Ni mucho menos cómo relacionas todo eso con mi madre... ¿Estás intentando demostrar que la Kaplán no fue la autora del