Espais i imatges de la Generalitat. AAVV
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Espais i imatges de la Generalitat - AAVV страница 19
La tendencia a subastas de obras cada vez más meticulosas y frecuentes, y también algunos recortes en las obras planificadas, como ocurrió en 1584, cuando después de enviar un picapedrero, Pere de Grossar, a Tortosa a estimar el precio del mármol y el jaspe que se habría de comprar para construir dos puertas, se consideró que este era excesivo y solo se encargó una, parecen denotar una cierta estrechez financiera.61 La crisis más grave vino en cambio con la expulsión de los moriscos, que hizo caer los ingresos de la Generalitat de forma alarmante, de manera que no solo en el siglo XVII las inversiones en el edificio descendieron considerablemente, sino que incluso en 1626 los diputados tuvieron que pedir dos créditos, uno de 100.000 sueldos al municipio de Valencia, y otro de 4.400 al obispo de Segorbe, para poder acudir a las cortes que había convocado en Monzón el rey Felipe IV.62 En este caso la relación de fuerzas entre Generalitat y municipio parece que se había invertido respecto a cien años antes.
Pinturas y decadencias
Aun con todo, la fase final del siglo XVI y la primera mitad del XVII se caracterizan por la febril actividad pictórica que se desarrolló en el Palau de la Generalitat, especialmente en la decoración de las paredes del Sala de Corts. Pero hay que reconocer que las obras pintadas siempre suponían inversiones menores que las que acarreaban las intervenciones arquitectónicas. Incluso hubiera sido mucho más caro, por ejemplo, cubrir los muros con tapices, que seguramente hubiera sido lo ideal para los diputados, cuando en 1590 se encargó al noble Cristòfol Mercader que organizara la decoración de la sala, y se afirmó que «las parets de aquella estan rònegues per no aver-hi tapiceria ne altres draps convenients per a posar en aquelles», por lo que se decidió que esas paredes sien adornades y pintades al fresch ab molt gentils històries y pintures conforme sa magestat té pintats los aposientos de les cases de su real magestat.63 Cabe suponer que ese modelo era el del cercano palacio del Real de Valencia, aunque, como apunta Yolanda Gil en este mismo volumen, podrían referirse también a algún otro de los palacios de titularidad regia que se estaban decorando en ese siglo.64
Antes de esa gran obra las pocas contratas confiadas a pintores en el palacio se habían reducido, por ejemplo, a los retablos de la capilla, el primero de los cuales realizó Pere Cabanes entre 1493 y 1494 por 520 sueldos.65 Un precio, por una pieza de diez palmos de alto por siete de ancho (2,26 × 1’5 m), de unos 45 sueldos por metro cuadrado, relativamente barato para los que se pagaban en la época y que incluía la pintura de una gran Virgen con Niño entre ángeles con tres diputados a los pies que representaban a toda la institución: lo eclesiàstich com a canonge ab capa, lo noble ab spasa al costat, lo ciutadà ab gramalla de jurat, y los santos patronos de los otros dos brazos, san Jorge y el ángel custodio a los lados, además de la Deesis en la espiga y una predela con la Piedad y una serie de santos, como era norma en los retablos valencianos.66
Después la moda renacentista llegaría a las pinturas del palacio en la cubierta del archivo y en la ampliación de la escribanía, en 1504. Ya entonces se contrató a los pintores Simó de Gurrea y García de Carcastillo con el objetivo de que llenaran aquellos techos con pintures vulgarment dites del romà a partir de una muestra que quedaba en manos del escribano de la institución, Pere Bataller. Los pintores se comprometían a realizar la obra con molt bons e ardents colors y a decorar también con ellos las puertas y ventanas de las estancias, además de dorar los bordones de los armarios del archivo que daban a la cubierta, todo en solo tres días. A cambio recibirían 630 sueldos, 240 al principio y el resto cuando la obra estuviera acabada.67 Los diputados debieron de quedar satisfechos, porque al año siguiente los mismos pintores recibían el encargo de pintar a los tres santos patrones, más dos porteros con mazas a sus lados, sobre las puertas del mencionado archivo, las de la escribanía y las de la sala mayor del palacio, por 230 sueldos.68
Quince años más tarde un tal Pere Bustamant fue contratado para pintar y dorar la cubierta de un studi nou que daba a la plaza (se supone que la dels Pròxita) con colores azul y carmesí, pigmentos que la misma institución le proporcionaba, por 600 sueldos, un precio que, como señalan Joan Domenge y Jacobo Vidal, era similar al que solían cobrar los carpinteros por la realización de esas techumbres, con los que los pintores solían formar equipos.69 A partir de entonces los doradores y batifulles, es decir, los proveedores de pan de oro para las cubiertas de la Sala Daurada, recibieron sin duda más encargos que los pintores, aunque las faenas del dorado las ejecutaron a menudo también estos últimos, como hicieron entre otros Joan de Joanes, Gaspar Requena, Lluís Mata y Lluc Bolanyos en 1575.70 Al año siguiente, uno de estos artistas, Lluís Mata, recibió nada menos que 2.600 sueldos por volver a dorar la sala dorada grande del piso inferior, cuyas figuras a esas alturas estaban ya negres e brutes e dellustraven la obra nova.71 No era, sin embargo, una obra nueva, como la que poco después compondría el gran programa iconográfico de la Sala de Corts, auténtica autoafirmación de los diputados de la Generalitat como representantes del poder del reino.
No voy a entrar especialmente en dichas pinturas, analizadas de forma ejemplar por Yolanda Gil en este mismo volumen; solo voy a estimar la importancia de las sumas de dinero que se invirtieron en ellas. Ya hemos visto cómo la opción de pintar con imágenes las paredes partió de una imitación de las obras de la monarquía, más cuando los grandes personajes de la sociedad valenciana se reunían allí, y no solo para las cortes, sino también para asistir desde aquella sala a los grandes eventos festivos que se desarrollaban especialmente en los meses más cálidos, desde el Corpus al 9 de Octubre.72 El problema fue que da la impresión de que los pintores valencianos no estaban todavía a la altura de los manieristas italianos en las técnicas del fresco, con lo que se decidió que, a pesar de que el programa se plasmase directamente sobre los muros, la técnica empleada fuera el óleo.73
La primera parte realizada, la sitiada, que representaba las sesiones que los diputados y otros oficiales de la Generalitat llevaban a cabo cada martes y cada jueves, fue encargada a Joan de Sarinyena en octubre de 1591 a cambio de 12.000 sueldos divididos en tres pagas, comprometiéndose a tener las pinturas listas para el Corpus siguiente, cuando, como hemos dicho, comenzaba la «temporada alta» de la estancia, lo que supone unos siete meses de trabajo.74 Fue con diferencia la mayor cantidad pagada por pinturas en esta sala, para lo que habría que buscar razones como quizá el superior caché del pintor, el hecho de que incluyera abundantes adornos de brocados y telas, o que corrieran de su parte incluso los andamios que se tuvieran que montar para su ejecución. Lo cierto es que, por una parte, estas pinturas resultaron ser técnicamente un desastre, cuando se deterioraron tan rápido que cuarenta años más tarde se decidió que se copiaran en un lienzo para que este cubriera las maltrechas figuras;75 pero, por otro lado, esta primera tanda de pinturas debió de marcar el camino también sobre la estrategia a seguir para la contratación del resto. En efecto, para completar la estancia, la decoración de los demás lienzos de pared no se contrató directamente con un pintor, sino que se sacó a una subasta a la baja, como se estaban haciendo contemporáneamente con las obras arquitectónicas.
Así ocurrió en agosto de 1592, cuando se planteó representar a los tres estamentos de las cortes en las paredes que aún quedaban vacías. Se decidió entonces que «sien lliurades als qui per menys preu les faran».76 Se llevó a cabo de hecho una reunión de todos los pintores interesados en el palacio y el resultado de la puja fue que Vicent Requena se encargaría de pintar el estamento eclesiástico por 7.000 sueldos; Joan de Sarinyena, los representantes de la ciudad de Valencia, por 4.000; y el italiano Francesco Pozzo, el brazo militar por 8.000. En los tres casos se planteaba la entrega por adelantado de una parte del precio, entre un cuarto y un tercio del total, para que pudieran adquirir los materiales y pagar los jornales de sus ayudantes. Habían quedado, sin embargo, al margen, los representantes de las ciudades y villas reales, olvido que se subsanó