Sed de más. John D. Sanderson
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Carga maldita (1977)
La fuerza del destino (1988)
Buitres sobre la ciudad (1980)
Fabricantes de pánico/Traficantes de pánico (1980)
Vértigo en la pista (1980)
La invasión de los zombies atómicos (1980)
El tesoro de las cuatro coronas (1982)
L’autre (1990)
El hombre que perdió su sombra (1991)
Le jour et la nuit (1997)
Un día bajo el sol (1998)
Peixe-Lua (2000)
A la revolución en dos caballos (2001)
Barroco (1989)
Edipo alcalde (1996)
Pequeños milagros (1996)
El evangelio de las maravillas (1998)
Las noches de Constantinopla (2000)
20. GUERRA CIVIL HISPANO-IRLANDESA Y MÁS ALLÁ
Pasiones rotas (1998)
Dagon, la secta del mar (2001)
INTRODUCCIÓN
Dedicar un volumen a la trayectoria internacional de Francisco Rabal se justifica porque actuó en películas de grandes directores con repercusión mundial durante una época en la que resultaba insólito para un intérprete español tener un papel protagonista en cinematografías extranjeras formal e ideológicamente innovadoras. Rabal aparecía al frente de repartos de películas proyectadas en los festivales más reconocidos, algunas de ellas invisibles para el público de su país hasta la muerte del dictador. Para entonces, el talento y el compromiso del actor ya llevaban años superando fronteras, prejuicios y tópicos, consiguiendo con cada rodaje internacional saciar su sed de aprendizaje y experiencia, su sed de más.
Nacido el 8 de marzo de 1926 en la Cuesta del Gos, Águilas, Murcia, a muy temprana edad se trasladó con su familia a Madrid en busca de un futuro mejor. Ya había vendido caramelos por la calle y trabajado en la fábrica de Chocolates Gelabert cuando surgió la oportunidad indirecta de sumergirse en el mundo del cine. Con dieciséis años entró a trabajar como electricista en los estudios Chamartín y, al asomarse por primera vez al rodaje de Fortunato (Fernando Delgado, 1942), Rabal decidió que quería ser actor. En los descansos para comer ojeaba los guiones que encontraba por allí y se ofrecía para interpretar los papeles más insignificantes, pero no le hacían caso. Su única «experiencia cinematográfica» de aquel año se produciría en La rueda de la vida (Eusebio Fernández Ardavín, 1942), cuando reemplazó a Antoñita Colomé tapado hasta arriba en una cama durante una escena en la que entraban varios hombres en su habitación para apalearla, recibiendo él anónimamente los golpes. No sería hasta 1946 cuando tuvo lugar su primera aparición física reconocible en una pantalla con El crimen de Pepe Conde (José López Rubio), como ayudante de un mago en un espectáculo, y 1950 cuando representaría su primer papel protagonista absoluto en La honradez de la cerradura (Luis Escobar). A partir de entonces, su participación en películas de directores como Francisco Rovira Beleta o Rafael Gil no hacía prever una carrera internacional para Rabal, pero precisamente como consecuencia de la presentación de una película de este último en el Festival de Venecia de 1954, El beso de Judas, surgió la oportunidad de protagonizar una coproducción hispano-italiana, y el actor español firmó el contrato sin pensárselo dos veces. De alguna manera había que empezar.
Se considera que su encuentro con Luis Buñuel fue el detonante de su trayectoria internacional. El gran director aragonés le eligió desde su exilio mexicano para protagonizar Nazarín (1959) tras verle actuar en Historias de la radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955), donde Rabal demostraba su versatilidad actoral en una comedia que le alejaba de las pautas melodramáticas que habían marcado su carrera hasta entonces. Nazarín catapultaría la repercusión mundial del actor y del director, para quienes nada volvería a ser igual, y la consagración de Viridiana (1961) con el gran premio internacional del Festival de Cannes no hizo más que confirmar lo determinante de aquella colaboración mutua.
Cronológicamente hubo actores españoles que participaron muy meritoriamente en cinematografías internacionales antes que Francisco Rabal. Conchita Montenegro, inicialmente emigrada a Estados Unidos para protagonizar dobles versiones hispanas a principios del sonoro, acabaría actuando en producciones genuinamente hollywoodenses durante los años treinta; Sara Montiel se establecía en México en 1951, y de ahí daba el gran salto a Estados Unidos, donde trabajó a las órdenes de Robert Aldrich, Samuel Fuller y Anthony Mann; Carmen Sevilla y Lola Flores gozaban de una fama considerable, respectivamente, en las cinematografías francesa y mexicana de aquella época, y Jorge Mistral protagonizó una película de Luis Buñuel en México, Abismos de pasión (1954), antes de que el director aragonés ni siquiera hubiera oído hablar de Francisco Rabal. Y habrá otros nombres injustamente olvidados en esta relación, pero en el caso de Rabal se incorporaban valores añadidos.
Un factor destacable era su protagonismo en películas ideológicamente comprometidas. Resultaba impensable que un actor español interpretara en 1957 un papel como el de Salvatore en Prisionero del mar (La grande strada azurra, Gillo Pontecorvo), un pescador comunista que organiza una cooperativa con sus compañeros para hacer frente a la explotación empresarial, cuando la demonización del sindicalismo obrero era la norma en su país. O que encarnara a Elia en Tiro al piccione (Giuliano Montaldo, 1961), un «camisa negra» de Mussolini progresivamente desencantado con el fascismo y consiguientemente ejecutado por traición. Su mérito era considerable porque las repercusiones en España de sus devaneos con la izquierda cinematográfica internacional podían acarrearle consecuencias negativas. Y las hubo.
Aún más importante era que contaran con él directores cinematográficos de primer nivel. Ya se han mencionado las dos históricas obras de Buñuel, pero el hecho de que prácticamente coincidieran en el tiempo con su papel de Riccardo a las órdenes de Michelangelo Antonioni en El eclipse (L’eclisse,