Páginas que no callan. AAVV

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Páginas que no callan - AAVV

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continúa registrando la memoria de Pardiñas cuando revela que en el campo todos le llamaban la Liebre. Pero la distancia le da una perspectiva más dura, que se nota en las dos formas que elige para que lo veamos como autor del relato. Una es su gesto de incluir dos breves notas a pie de página. La primera, junto a la fecha de la carta, tiene el objetivo de indicar cómo la recibió, utilizando una frase impersonal: «Se recibió el 17 de mayo, manchado y desgarrado el sobre, con una nota de la Administración de Correos de México (no. 5) que decía: “Se recibió así”» (2006: 416). La segunda nota, también de manera objetiva e impersonal, da al lector una información que no tenía Pardiñas sobre el destino de Herrera: «Murió en el frente. Frente al Rin, los días últimos de la guerra» (2006: 416). Y este distanciamiento que quiere demostrar, mimetizando la indiferencia social frente a la traumática historia pasada, es más cruel en el paréntesis que el autor inserta en el texto de Pardiñas, para desvelar la subjetividad de su perspectiva:

      La verdad fue algo distinta:

      –Caven ahí –dijo el suboficial.

      –Está lleno de huesos.

      –Tírenlos donde les dé la gana. Caven y entierren a estos hijos de puta.

      Por lo visto le dio vergüenza escribirlo con tanta sencillez. Los hombres siempre dan vueltas a las cosas (2006: 422).

      La intervención del autor certifica no solo que la memoria de los derrotados solo se escribe si ellos se encargan de la tarea, sino que circula entre ellos y no en la sociedad de la cual forma parte. Esta los destina al olvido e indiferencia.

      El segundo relato que tiene como núcleo la producción del olvido histórico es «El remate». Remigio es un escritor que se había exiliado a México, donde para sobrevivir, al no poder ejercer como abogado, ayudaba a un amigo, daba clases en la facultad de Derecho, conferencias, escribía para la prensa y publicaba libros, entre ellos una novela, Juan Escudero. Va a Europa a ver a su familia, que sigue en España y había quedado con su hijo, ya con 27 años, cerca de la frontera. Antes de ir a verle fue a visitar a un amigo, Morales, que se había refugiado en Francia y que antes de la guerra había sido escritor y periodista, pero abandonó el oficio Vive en Cahors, donde formó familia con una francesa y da clases de matemáticas. Remigio pasó allí un día y al siguiente fue a Perpiñán a ver a su hijo. Volvió con los ojos hinchados. Como el hijo extrañó al padre, Remigio entra en el tema del olvido: «ni sabe quiénes fuimos» (2006: 393). Y usa una frase que surge muchas veces en los diarios de Aub: «nos han borrado del mapa» (2006: 393), constatación que le permite comentar el desconocimiento de su obra. Luego, una noche, en casa de un librero, Remigio se enfrenta a un joven profesor de literatura española a quien había oído hablar mal de Azorín:

      ¿Por qué no se calla, jovenzuelo? No sabe nada. [...] No sólo le envenenaron sino que se tragó el veneno a gusto. Lo poco que sabe lo aprendió mal y tarde. Todavía le falta nacer, joven. ¿Habla mal de Azorín? ¿Lo ha leído? No me diga que sí. Usted solo lee el abc. [...] No tiene usted toda la culpa, sino nosotros que no supimos ganar la guerra (2006: 400-401).

      La estrategia de Aub es explorar la contraposición entre el exiliado y los jóvenes que se formaron en la España de Franco. Su hijo le parece un extraño incluso en la manera de hablar el castellano, y ese joven un tipo despreciable, ya que se presume experto en la literatura española y juzga a sus escritores a partir de los valores ortodoxos del régimen. Para rematar el cuadro del poder ideológico conquistado por los vencedores de la Guerra Civil y que ha moldeado a esos jóvenes, Aub transcribe en el relato partes del artículo de fondo del abc de 9 de marzo de 1961 que Remigio da a Morales esa misma noche, pues había comprado el periódico en la frontera:

      Hoy hace 10 años rendía el alma, en su casa de Gambogaz, don Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. La Milicia perdía uno de sus príncipes más esclarecidos; la Patria a un hijo que la sirviera con entregado amor; Sevilla lloraba a su padre.

      Sí, a su padre. Muy pocas veces, en el lento caminar de los siglos, puede una ciudad convertirse en deudora absoluta de un solo hombre. Sin la menor hipérbole, atenido exclusivamente a la excelsa coyuntura histórica que le tuvo de protagonista. Queipo de Llano no tiene otro antecedente que Fernando III de Castilla y de León, el Santo Rey. Éste redimió a la ciudad de su esclavitud islámica; aquél la salvó de la dominación marxista. Uno y otro fueron brazos de la Providencia para incorporar a Sevilla al destino de España eterna (2006: 398-399).

      Así, el relato enseña al lector el discurso hegemónico. Con una retórica grandilocuente y pasional, se narra la historia del país en la clave de una lucha del bien contra el mal, desde tiempos ancestrales, para insistir en la demonización de los vencidos que siempre han traído desde fuera el desorden. Pero como el artículo del abc le lleva a Morales, en contra de su voluntad, a recordar su vivencia de la guerra en Sevilla, el relato registra el discurso sobre ese episodio de la guerra escrito por los derrotados. Pero este se lee en pequeños círculos, entre exiliados, y no entra en la península para contraponerse al de los vencedores, que es transmitido por los maestros y por los medios masivos de comunicación.

      Es muy probable que esa percepción de que el olvido histórico se iba forjando por un discurso elaborado institucionalmente por los vencedores haya atormentado a Aub durante los años que siguieron a la clara formación de los dos bloques de poder que protagonizaron el escenario de la guerra fría, es decir, desde los años en que los exiliados pierden la ilusión de un retorno colectivo, de «un trabajo de todos por la reconquista de España» (2000: s/n), en palabras de Aub en la nota que abre Sala de Espera, y tienen que enfrentarse al horizonte político dicotómico –capitalismo vs. comunismo–, dicotomía que Aub interpretó como «falso dilema» (2002: 89), pero que le costó la pérdida de muchos amigos. Y mientras seguía trabajando en el proyecto de terminar El laberinto mágico, como testimonio y memoria de la guerra, ensayaba formas literarias para plasmar la vivencia de ese exilio forzado tan característico de su época y que iba para largo, como indican sus palabras en la nota del tercer volumen de Sala de Espera, escrita en diciembre de 1951 al anunciar el cierre de la revista, pues sus cuadernillos «Llevaban camino de convertirse en “Sala de Estar”» (2000: s/n). En algunas anotaciones de sus diarios podemos seguir cómo se entrelaza esa percepción de que el escenario político internacional consolidaba el aislamiento de los refugiados, les dictaba una sentencia de seguir viviendo en el exilio hasta la muerte de Franco, ya que este iba consiguiendo apoyo de las supuestas democracias y liquidando la oposición interna. A causa de la angustia que le provocaba no llegar al lector español y de esa coyuntura de no saber cuándo podría volver a España, le asalta el miedo a la muerte. Sus notas se refieren a diferentes ámbitos de la subjetividad y transitan de la estricta intimidad del cuerpo a una perspectiva de interpretación del contexto político. El 10 de julio de 1954, Aub escribió:

      Primer toque de queda. Dulce irse. Morir a gusto. Me desmayo y se asustan los demás. Lo siento por ellos; por mí, exclusivamente por no haber publicado lo inédito –escrito o no–. Ni modo. Tal vez la idea de convertir la Historia de Alicante en tragedia sea por prisa (1998: 248).

      El 10 de septiembre de ese mismo año, Aub anotó:

      La razón de mi –de nuestro– anticomunismo está en las antípodas del norteamericano. Lo que obsesiona a estos es la solución social, la desaparición del capitalismo privado –y esto es lo que a nosotros nos parece bien, lo que a los norteamericanos les tiene sin cuidado (digo los norteamericanos para entendernos rápidamente, es decir, los fascistas, los partidarios –hoy– de McCarthy)–: lo que les tiene sin cuidado es el aherrojamiento de las palabras, la censura, porque ellos son partidarios de lo mismo, ya que –en lo posible– lo practican e imponen. Así que de su anticomunismo no queda nada que no sea, para nosotros, sino repulsión.

      Hacer un estudio con todo detalle acerca de un autor y sus obras –todo

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