Más allá de las palabras. AAVV

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dispositivo paratextual como instrumento de recategorización y legitimación genérica en las nuevas biografías españolas. Benjamín Jarnés y Sor Patrocinio (1929)

      Macarena Jiménez Naranjo Universidad de Changzhou (China)

      Apuntaba Benjamín Jarnés con tino y excelencia analógica, estilemas frecuentes en su escritura: «Y, en verdad, ya no se sabe si el prólogo era complemento del libro o el libro complemento del prólogo, como su prueba…» (1929a: 251). Con sus palabras venía a destacar el fenómeno por el que, en la nueva sensibilidad estética, los títulos, preámbulos, índices y apéndices cobraban más relevancia que el «texto» mismo, mientras que el discurso-objeto no pasaba de ser la margen del texto, su ratificación y ancilar semántico. Pues bien, este mismo fenómeno es recurrente en la modalidad historiográfica-literaria que hoy traemos a esta mesa de disección: la «nueva biografía» española.

      Más de diez años después de la publicación de Victorianos eminentes (Eminent Victorians, 1918), del británico Lytton Strachey, la moda literaria de las biografías europeas se había impuesto implacablemente en el mercado literario español (Pulido Mendoza, 2009). Respondiendo a una constelación de factores genealógicos diversos, mas otorgando su papel protagónico a don José Ortega y Gasset, los escritores españoles asumen que la apetencia por vidas preteridas es una realidad incuestionable. Ante el unánime responso por el fracaso de sus modernas propuestas ficcionales (Ródenas de Moya, 1998: 113-145), la Historia es aclamada como una solución. En junio de 1929, la colección más importante de biografías autóctonas, «Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX», de la editorial Espasa-Calpe y dependiente del sistema filosófico de Ortega, lanza su primer título: El general Serrano, biografía firmada por el marqués de Villa-Urrutia. A la iniciativa orteguiana, seguirán otras, copando casi todas las casas editoriales y llevándose por delante la cuota de lectores de novelas (Serrano Asenjo, 2002). Aunque para conseguirlo, y a este mecanismo se consigna el presente estudio, tuvieran que cargar el discurso-objeto con abundante materia paratextual, desde la misma portada hasta la inclusión de notas prologales y epílogos contradictorios. Estos dispositivos –cuyo marco teórico fue descrito por Gérard Genette (1989), a quien me sumo en estas páginas– cumplen una deliberada función pragmática: a través de ellos, el escritorbiógrafo se aproxima al lector a través de inferencias semióticas que anticipan las claves artísticas e ideológicas del texto. El objetivo último: embrujar y seducir al desorientado lector español, incorporándolo al proceso comunicativo.

      La instalación del remozado género biográfico en el sistema literario español no fue fácil, ni espontánea. Limitándome a la más estricta correa de transmisión literaria, dos factores –de linaje y prosapia españoles– diferenciaban la aventura hispánica de la praxis foránea, la complicaban y, en principio, la imposibilitaban. Primero, los jóvenes –y no tan «jóvenes»– prosistas de los años veinte habían perdido toda credibilidad frente al público. El género novelesco había llegado a cansar a los lectores dadas las continuas rupturas diegéticas, el apego por la imagen y la digresión metaliteraria, la experimentación con otros géneros, etc. La «novela nueva», elitista e intrincada, había fracasado. Y a su fracaso siguió el menoscabo en la autoridad de los narradores (Domenchina, 1946: 50). Segundo, a diferencia del resto de europeos (ingleses, franceses y alemanes, de donde salieron los más aclamados best sellers gráfico-existenciales), en la España de fines de los happy twenties no había lectores educados en el arte de la biografía, sino un público biográficamente analfabeto, al que no le eran simpáticos los autores trocados en biógrafos, no le inspiraban solvencia ni confianza alguna, y que, llanamente, no los leía (Fernández Cifuentes, 1982). Tercero, el encrespado horizonte inmediato de emisión y recepción de las biografías –convulso tiempo entre el declive de una dictadura y la algarabía anárquica que traían los vientos republicanos (Cano Ballesta, 1996)– podía dificultar la reinstauración del género de Plutarco, pues, al fin y al cabo, con más evidencia que bajo otras coberturas, la biografía es explícita ideología: construcción de presente a través de la lectura del pasado, y rescate de elementos potencialmente válidos para el futuro. Así, los personajes que se elegían, la adhesión con la que contaban en el imaginario simbólico, y la toma inevitable de posición respecto a estos y respecto a la centuria a la que pertenecían se leerían condicionados por el presente político del lector: connotados y resemantizados, por tanto. ¿Cómo hacer entonces para reinterpretar un género ilustre con el aire festivo y estilísticamente exquisito de los veinte sin desvirtuarlo, esto es, reconociendo su independencia y su necesidad, sin faltar a la exigencia de «verdad» que se le presupone al discurso biográfico?

      Los editores e incipientes biógrafos son conscientes de la necesidad de presentar un producto atractivo y «fiable» que construyese su propio público. Entonces, a fin de salvar las distancias y conseguir el objetivo ínsito a todo mensaje (que se reciba y se interprete de la manera más fiel al pensamiento del emisor), se hará entrar en juego una exuberante artillería paratextual: esto es, un broquel de municiones pragmáticas que, emplazándose estratégicamente en los márgenes del texto, contribuirá a guiar al lector, ofreciéndole a priori una interpretación del producto que tiene en sus manos y un inequívoco empuje a seguir las reglas que el biógrafo ya marca en la portada, contraportada, títulos, inserciones gráficas, prólogos y demás elementos peritextuales. El paradigma en esta convicción retórica y consiguiente praxis es la colección pionera de Espasa-Calpe, especialmente en sus once primeros números, cuyo diseño y composición responden a la exigencia pragmática de participar en la interacción entre producción y recepción. Con carácter general, y aun asumiendo algunas omisiones, los elementos paratextuales comunes a los volúmenes de Espasa-Calpe comprenden: portada externa (cubierta) con ornamentación; título de la colección; autor; título y subtítulo de la biografía; emblemas; paginilla con título de la biografía; apartado de «Obras del autor» u «Obras de la colección», más «Obras en prensa»; lámina 1; portada interna, con lámina 2 y reproducción de la cubierta; índice; notas preliminares; epílogos; apéndices.

      Al dar a la imprenta las «nuevas» biografías españolas, editores y autores tendrán en mente al potencial receptor del mensaje y a él se dirigen estos elementos paratextuales. Por ello, en función de la acogida dispensada y de las maledicencias y parabienes críticos, aparecerán y desaparecerán algunos de los ardides paratextuales. Los festones de la portada en los primeros números se sustituirán por esquilmadas cenefas en los siguientes; la tipografía irá reduciendo su protagonismo; se insertará el título de la colección: «Vidas españolas del siglo XIX», que, en el número 11, pasará a llamarse «Vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX», que restaría hasta el final; el número de ilustraciones aumentará progresivamente, e incluso se alterarán de una edición a otra, etc. A fin de demostrar cómo funcionan en la práctica tales presupuestos de birlibirloque, me centraré en una de las principales biografías del momento: Sor Patrocinio. La Monja de las Llagas, segundo número de la colección y obra del voraz y muy aclamado Benjamín Jarnés (1929b).1

      Por lo pronto, en la portada, bajo el nombre del autor, se sitúa la primera toma de contacto del lector con la obra: «Sor Patrocinio», en rojo sangre (¿de los estigmas?). El título del producto literario es, sin duda, paratexto ineludible e inequívoco. Sin embargo, en la colección biográfica de Espasa-Calpe, es en el paratexto subsiguiente, en el subtítulo, en el que se concreta la negociación entre productor y consumidor. Se trata de un atributo formal común a casi todos los volúmenes: con el nombre del personaje biografiado, se incorpora una rúbrica nominativa, bien a vueltas con la ironía y los hipotextos, bien proporcionando estricta información histórica. En cualquier caso, los sobrenombres individualizaban las producciones «vitales» de Espasa-Calpe. Jarnés (1935: 194) explicará cómo, ante la impersonal identidad de las vidas decimonónicas españolas, lo conveniente era señalar al sujeto con un algo de excepcionalidad. Esa era la función del subtítulo:

      Por eso las biografías del siglo XIX deben llevar subtítulo; sus nombres deben llevar apodo, un guiño anecdótico

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