Leer antes. Márgara Noemí Averbach

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Leer antes - Márgara Noemí Averbach BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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y compara antologías estadounidenses muy conocidas desde la década de 1930 hasta el momento en que escribe su artículo y llega a la conclusión de que no hay nada “eterno”. A principios del siglo XX, esas antologías no tomaban a Emily Dickinson y en cambio, entronizaban la poesía de Longfellow. Lo que se leía de Edgar A. Poe era la poesía y no los cuentos (que es lo que se estudia ahora). La lista sigue. Tompkins afirma que cada época busca temas, formas y recursos muy diferentes en la literatura y que la “calidad” de la literatura depende también de qué se esté buscando en ella. Incluso el idioma está en juego: una nueva antología de literatura estadounidense publicada a fines de la década de 1990 se llama Antología de literatura estadounidense no escrita en inglés, con lo cual la definición de lo “nacional” cambia por completo y considera estadounidense obras escritas en castellano, alemán, polaco, mandarín y en los idiomas indios originales. No hay duda de que los políticos de California que abolieron el bilingüismo en las escuelas se enfurecen cuando les hablan de eso. Pero, ¿acaso Isaac B. Singer no es estadounidense aunque escriba en idish? Y sobre todo, ¿no son “americanos” los indios, que estuvieron en el territorio siglos antes que los anglosajones? En el otro extremo, ¿acaso nosotros, los argentinos, no leemos a William Hudson, que escribió sobre Argentina en inglés?

      Hay una anécdota personal que viene muy al caso: en un curso al que asistí en los Estados Unidos, un curso en el que la visión general de la literatura era multicultural e incluía a las mujeres, hubo un único profesor que defendió el canon al estilo Bloom. Hizo una lista de nombres semejante a la que aparece en la nota de Burn. Furiosos con los vacíos evidentes en la lista, un compañero de curso y yo pensamos en un nombre que fuera indiscutible y se nos ocurrió preguntarle qué pensaba de una Premio Nóbel estadounidense, Toni Morrison. Nada más canónico que el Nóbel aunque la persona que lo reciba sea negra y mujer.

      Supuse que el profesor me diría que Morrison no le parecía buena, que no le gustaba, es decir, que me daría una opinión discutible pero aceptable como la que da Burn en la nota. Si lo hubiera hecho, yo habría tenido que callarme. Morrison me parece uno de los genios que prueban que la literatura estadounidense está bien viva, pero no hay duda de que no a todos les gusta su ficción. Sin embargo, el profesor me sorprendió: dijo que no la había leído. Era un estudioso de la literatura de su país y nunca había leído a esa mujer, ganadora del mayor de los premios literarios del mundo. La siguiente pregunta por supuesto es ¿por qué no la había leído? ¿Por qué no le había interesado Morrison? ¿Tal vez porque no se parecía a lo que el canon quiere que sea un escritor nacional? ¿Porque era negra y mujer?

       Otra lista

      Lo correcto después de leer la nota de Burn es preguntarse si no hay otros nombres para considerar en lugar de la larga lista de hombres blancos que aparecen en ella. Y si, al agregar esos nombres alternativos, las características que da Burn a la “literatura estadounidense” no son bien diferentes.

      Y la verdad es que sí hay otros nombres, nombres grandes como el Joyce Carol Oates (capaz de variar la voz, la estructura, el tema en cada una de sus novelas), el de Leslie Marmon Silko (tal vez la escritora más original de los Estados Unidos), el de Louise Erdrich, el de Greg Sarris, el de Sherman Alexie, el de Alice Walker, el de Isaac B. Singer, otro Nóbel. La lista es interminable y lo notable, lo que cuesta entender, es que Burn no considere importantes a ninguno de estos autores, ni siquiera a una Premio Nóbel como Toni Morrison.

      Todas esas voces escriben cada una a su modo una ficción espectacular, desde la infinita diversidad que es la verdadera esencia de la literatura de los Estados Unidos (y de todas las literaturas del continente). La mayoría tiene una visión desmesurada, sí, porque pertenecen a América, pero no se inclinan a la autorreferencia y ninguno de ellos, desde mi punto de vista, está en decadencia. El problema es que, al parecer, para Burn no son literatura estadounidense. Tal vez, si alguien se lo preguntara, los llamaría “resentidos”, como Harold Bloom en el prólogo de su libro.

      “Hay algunos que dicen que Colón era indio pero eso es un error. Colón no sabía adónde iba, no supo adónde había llegado, se quedó con el suelo que pisaba y lo hizo todo con el dinero de otros. Claramente, era blanco”. En su libro Custer murió por tus pecados, el ensayista Vine Deloria Jr, descendiente de sioux, cuenta muchos chistes como éste sobre Colon y sobre el general Custer en un intento por luchar contra los estereotipos del “indio”, que para la mayor parte de los estadounidenses es siempre impasible y serio y sobre todo, pertenece al pasado, ha desaparecido de la faz de la tierra hace ya bastante tiempo.

      La idea de que los indios son historia desde el siglo XIX es tal vez la primera característica del estereotipo al que se enfrentan las culturas indias del siglo XX (y el XXI). A diferencia de lo que sucede con otras minorías étnicas estadounidenses, lo que necesitan decir es “aquí estamos, no nos ponemos plumas ni cazamos con flechas pero seguimos siendo indios”.

      Tal vez sea justamente ese afán por conservar culturas que muchos creen muertas lo que hace de la literatura contemporánea de los aborígenes de los Estados Unidos una de las más interesantes y sorprendentes de ese país.

       Puntos de contacto

      Algunos de los temas de estos libros tienen puntos de contacto llamativos con la historia de un país latinoamericano del extremo sur del continente, llamado Argentina.

      Por ejemplo: durante muchos años (y todavía hoy) hubo graves problemas relacionados con la adopción de los chicos indios de muchas de las tribus del Norte. La incidencia del alcoholismo en la generación intermedia de las reservaciones hizo muy común el abandono de niños y a su vez, eso facilitó la adopción fuera de la tribu. Los grupos indios resistieron: cuando se desea conservar una cultura, no se puede perder el futuro que representan los hijos. La cuestión llegó al Congreso y se pasó una ley por la cual, en el día de hoy, para adoptar un chico indio, hay que tener no sólo el permiso de la madre sino también el de toda la tribu.

      Ese conflicto se describe en Puercos en el cielo, una novela de Barbara Kingsolver, traducida al castellano por Emecé. El libro muestra lo mucho que hay en común entre la lucha por la identidad de los chicos perdidos de las tribus y lo que hacen en nuestro país grupos como el de Abuelas de Plaza de Mayo o el de H.I.J.O.S. Las consecuencias de ese robo de identidad (así se califica en ambos lados del continente) aparecen también en una novela feroz, llamada Indian Killer de Sherman Alexie, autor del guión de la primera película india distribuida por las grandes compañías, la excelente Señales de humo, que a veces puede verse en los canales de cable.

      Pero la adopción no es el único modo en el que puede perderse el sentido de identidad grupal. Hay por lo menos otras dos opciones que tienen que ver con instituciones importantes de la cultura occidental: la escuela y el ejército.

      El momento en que la cultura blanca impone la educación obligatoria a los hijos de las comunidades aborígenes es casi un cliché en cuentos, novelas y poemas indios. La enseñanza de la historia y la de los valores estadounidenses (individualismo, trabajo, ganancia económica y triunfo) reciben un rechazo muy grande en los miembros de las tribus. La experiencia que se narra cuando se habla de las escuelas es casi siempre traumática y terrible para los niños indios. Como describe Jo Whitehorse Cochrane en un poema:

      la asistente social quiere

      que describas tu familia

      pregunta

      tu padre te golpea

      tu madre

      tu padre bebe

      tu madre

      odias a

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