Blasco Ibáñez en Norteamérica. Emilio Sales Dasí
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Más mundana fue, en cambio, la celebración organizada por el University Forum of America, el día 18, en el Hotel des Artistes100. Blasco fue recibido en el salón de baile con gritos y aplausos. Como era habitual en estos festejos de sociedad, a los postres enlazó un breve discurso, convenientemente traducido por el señor Alexander Cummnings, presidente del University Forum, en el que hizo relación de sus experiencias personales en Argentina, en París y durante su visita a la zona devastada del Marne. Para desviar a los asistentes de cualquier recuerdo aciago sobre la Gran Guerra, luego concluyó la velada con un baile.
Solo dos días más tarde, en el almuerzo organizado por el Rotary Club, en el hotel McAlpin, se verificó la comunión entre el escritor y la sociedad norteamericana de un modo sumamente gráfico. Los miembros del club recompensaron a Blasco con el regalo de una bandera de los Estados Unidos. El novelista, posando sus labios sobre la tela, agradeció con fervorosas palabras el detalle. Para él, dicho emblema representaba un honor inmenso. No era la bandera del país más importante, sino la bandera con cuyos valores debían identificarse todos los países del mundo101. Para un hombre muy dado a conferirle su simbolismo a los objetos, el regalo recibido satisfacía con creces su tendencia mitográfica.
Posiblemente la recepción en el hotel McAlpin fue el último acto público de su primera estancia en Nueva York102. A lo largo del mes de noviembre Blasco visitó en su mansión de Bayside, en Long Island, a la actriz Pearl White, sin que las informaciones de la prensa permitan fijar una fecha concreta. De acuerdo con sus propias palabras, el escritor ya hacía tiempo que deseaba de conocer a la estrella de la Fox. Había llegado a contar en numerosas ocasiones una historia entretenida que podía justificar dicho afán. En París, durante un ataque aéreo, Blasco vio correr a la gente hacia un teatro. Él siguió su estela creyendo encontrar allí un lugar inusualmente seguro. Sin embargo, lo que atraía a los franceses era una pieza del serial cinematográfico Los peligros de Paulina. Sorprendido por el singular descubrimiento, se dijo que debía conocer a una actriz cuyos movimientos delante de la cámara mantenían ocupada la atención de las personas en peligro103.
El ansiado encuentro entre los dos famosos quedó inmortalizado por una breve filmación de un minuto y casi cuarenta segundos en la que puede identificarse asimismo al marido de Pearl White, el actor Wallace McCutcheon Jr., a Leo A. Pollock, a Louis Renshaw y la también actriz de Brodway Blyth Daly104. Blasco le regaló a su anfitriona un ejemplar de una de sus novelas, mientras ella hacía lo propio con otro ejemplar de su autobiografía Just Me, en la que estampó la dedicatoria: «From the worst author in the world to the greatest»105. La sintonía entre los dos parecía perfecta, y ambos se intercambiaron elogios. Pearl apreciaba la habilidad del escritor en la creación de personajes. Blasco no quedó atrás en sus elogios: «In Europe and South America your admirers can be counted by the million. It is my deep conviction that such admiration is well deserved. I am one of those millions»106.
Según parece, hubo más visitas de Blasco a Bayside, en las que tan cotizadas figuras podían conversar un poco en francés y unas cuantas palabras en italiano. Años más tarde, como resultado de esta magnífica relación, Blasco escribiría una novela corta sobre el cine y su influjo en la percepción de la realidad de los espectadores. La protagonista de Piedra de luna era el correlato novelesco de la célebre Pearl White107.
Anuncio de una conferencia en el teatro Fulton (The Sun, noviembre 1919)
A medida que el escritor fue visitando más ciudades norteamericanas, se familiarizó con las costumbres y aficiones representativas de aquel país. Hacia el 21 de noviembre había llegado a Boston. Seguramente el primer evento al que asistió fue un partido de football en el Harvard Stadium. Allí comprobó que el entusiasmo mostrado por los espectadores era muy parecido al que se reconocía en una corrida de toros en España108. Al día siguiente, el Club Español de Boston le agasajó con una comida en el hotel Westminster. Bajo los auspicios de esta asociación impartiría la conferencia «Los cuatro jinetes del Apocalipsis». Otra vez el peligro de una revolución social. Se anunciaban otras disertaciones, en el Wellesley College, en Tremont Temple. Ahora para hablar de la verdadera España, ahora para expresar su optimismo en el futuro que le aguardaba a los Estados Unidos, aprovechando cualquier ocasión para dejar constancia de su afecto a la bandera norteamericana109.
La prensa destacaba la inmensa popularidad del autor, que se había extendido como la pólvora, al mismo tiempo que se preguntaba cómo era posible que este hombre tuviese amigos por todas partes. En realidad, Blasco dominaba las estrategias del buen publicista y repetía constantemente que se sentía muy a gusto en aquella república. Sin embargo, en medio de tanto trasiego, fastos y oropeles, le volvió a visitar la tragedia. Años atrás le había sorprendido la noticia de la muerte de su padre mientras se hallaba en su gira de conferencias en la Argentina. Ahora el golpe se lo asestaba la muerte inclemente llevándose consigo a su hijo Julio César. Blasco no pudo asistir al sepelio, quedando doblemente afectado. De ello dejó testimonio en una misiva remitida a Huntington, el 26 de noviembre, y sellada en Otawa. Es decir, para entonces había cruzado la frontera de Canadá, según le confiaba a su querida Elena Ortúzar en otra carta del 27. En ella le informaba que se hallaba en Ottawa para dar una conferencia en un templo protestante y que, al día siguiente, saldría hacia Montreal. Se había visto obligado a cambiar su itinerario, pues era imposible desplazarse hasta Toronto, a causa de una epidemia de viruela. El caso es que se encontraba abatido: «Comprenderás mi estado de ánimo después de la muerte de mi pobre Julio. Además aún no he recibido ni una sola carta tuya. Voy como un sonámbulo de un lado para otro. Mis negocios marchan bien, pero me faltan ánimos». Quizá las sombras que se cernían sobre él se viesen mínimamente disipadas con la visita a las cataratas del Niágara. Aun así, a su familia remitió una postal, con la imagen coloreada de esta majestuosa belleza natural, manifestando su pena por la muerte de Julio.
11. Texto de la postal enviada por Blasco a sus hijos
(Colección Libertad Blasco-Ibáñez. Casa Museo Blasco Ibáñez)
Con mucha probabilidad fue por esas fechas cuando, ya instalado en el hotel Statler de Búfalo, respondió a la carta que le había enviado unas semanas antes Conrado Massaguer solicitándole una colaboración para su Revista Social. Blasco declinó la invitación alegando la carencia de tiempo material para atender a todos los compromisos que hacían de la suya una existencia frenética. Vale reproducir algunos párrafos de esta carta por la valiosa información que suministran:
Cada dos días visito una ciudad de los Estados Unidos.
En cada una de ellas me dan un banquete y doy una conferencia. El otro día en el curso de 48 horas, hablé en una universidad de señoritas, en una sinagoga, en un templo protestante y en la escuela militar de West Point, siendo todas estas conferencias alternadas con largos viajes de ferrocarril.
Además recibo visitas, hablo con los periodistas, dedico libros y postales (¡ay las postales!, ¡si me diesen un centavo por cada una que firmo!… ¡qué fortuna!). Algunas mañanas al salir de la cama pretendo afeitarme, y suenan las ocho de la noche antes de haberlo conseguido.
¡Y quiere usted, viviendo así, que le envíe unas cuartillas! […]