La chusma inconsciente. Juan Pablo Luna

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La chusma inconsciente - Juan Pablo Luna

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de la sociedad en la que se encuentran, plantea Luna, pero también se podría derivar de lo que es discutido por el autor, por la falta de comprensión de lo que los cambios sociales han hecho de ellos. Acontece por la desincronización de las premisas de las que parten y la realidad que les contiene: así se explican los yerros en sus estrategias de alianza, en sus cálculos electorales, en sus pretensiones de representación, en su comprensión de sí (sus capacidades de organización, el montante de disciplina militante, etc.), por su confusión profunda entre poder electoral y poder político, como lo propone el excelente texto «Ruido. ¿Por qué los partidos no escuchan al Chile actual?», que podría muy bien llamarse «¿Por qué los partidos políticos no pueden verse a sí mismos?».

      Un tercer afluente de la crisis, se propone en este texto, es el modelo de desarrollo. Su transformación es considerada como una condición indispensable para remontar el ciclo de polarización y estallido social. El agudo debilitamiento de la legitimidad política se anuda a un desgaste del modelo de desarrollo que pone los fundamentos estructurales no solo materiales y demográficos, sino simbólicos de la crisis que atravesamos. Con justeza el autor va a subrayar un aspecto esencial de esta tarea: recomponer «una “economía moral” que logre anclar un nuevo modelo de desarrollo» (p. 99). Un modelo de desarrollo que sin olvidar el crecimiento pueda tener como meta distribuir la riqueza producida según criterios de equidad y de sustentabilidad, el cual no será viable sin esta recomposición de las orientaciones morales a partir de las que se ordenan sus decisiones y procedimientos. Un recordatorio especialmente relevante en un país que ha sido fuertemente lesionado en su confianza y su credibilidad por el abuso en las experiencias con el mercado y como componente de la percepción de los actores empresariales.

      El último factor es un Estado que ha hecho prueba de sus limitaciones, tanto en sus tareas de elaboración e implementación de políticas públicas como en aquellas que el autor llama de coerción. Sobre todo, lo que se subraya es la relativa ausencia del Estado en diferentes territorios, su dificultad para resolver conflictos o garantizar seguridad pública. A partir del análisis sobre la desorientación del Estado en sus estrategias para enfrentar el conflicto mapuche o de la cruda y altamente compleja realidad del narco en el país, Juan Pablo Luna nos obliga a mirar y a no retirar la mirada de una escena que permanece escondida para una parte importante de la población, especialmente la más beneficiada. Un velo que es efecto tanto de la segregación urbana y distancia imaginaria regional, como de un conjunto de trucos narrativos a partir de los cuales entronizamos una visión del país que nos tranquiliza, reasegura y al mismo tiempo nos fragiliza. La negación, parece ser su advertencia, es, como ya lo propusiera Freud, una posición que no tarda en cobrar la comodidad en la que nos instala y lo hace con altísimos intereses.

      El libro se organiza en partes que, luego de situar los contornos de la crisis, abordan con mucho más detalle y creatividad de la que serían capaz de devolver en estas breves páginas estos cuatro factores. Luego, termina con una vibrante coda en la que el autor analiza los posibles desenlaces de la encrucijada actual.

      Este es un trabajo en el que los grises nunca dejan de hacer notar su presencia, y por eso, al final de su lectura, no solo la impresión de entender mejor las cosas se impone, y por supuesto uno que otro desacuerdo (es inevitable cuando una practicante de la sociología lee a un practicante de la ciencia política), sino que la inquietud es el sentimiento más aguzado. Cruzar los hilos de las diferentes argumentaciones da la magnitud de la incertidumbre en la que nos encontramos. Las cosas son mucho menos prístinas que lo que uno quisiera, y hacérnoslo saber es un valor enorme de este libro. Las preguntas que deja no son pocas y sobre todo no son nimias. Por ejemplo, si por un lado Juan Pablo Luna insiste en que los partidos políticos necesitan retomar el arraigo territorial perdido como condición para eventualmente recuperar peso y presencia, por otro, las estrategias para este arraigo, como el autor lo menciona en su discusión sobre el crimen organizado y su presencia en ciertos territorios en Santiago y otras zonas del país, se encontrarían potencialmente afectadas o tensionadas por modalidades de instalación territorial corruptas y de connivencia con estos grupos, dada la manera en que ha sido intervenida ya la urdimbre social de diferentes territorios por algunos actores, en particular del narcotráfico. La pregunta se impone: ¿será acaso que las demandas a los partidos políticos sobre transparencia y no corrupción y las de arraigo territorial terminan por contradecirse y no necesariamente se resuelven de manera virtuosa? ¿Será que los partidos políticos se encuentran ante un desafío que no puede ser resuelto en clave política? La pregunta es válida al menos si uno piensa en esos territorios de los que nos habla Luna. Las respuestas: todo menos simples.

      Luna sabe que las tareas son enormes, pero cree, apelando a la distinción propuesta por Merton, que más vale apostar por la innovación de quien se desvía de las normas para construir referentes nuevos, que por el ritualismo de quien insiste en responder a las situaciones objetivamente transformadas con estrategias obsoletas y gastadas. Estoy completamente de acuerdo, aunque quizás solo valdría la pena agregar que ese ritualismo es una tara no solo de las élites, como el autor desarrolla con detalle, sino que también afecta a otros y muchos actores sociales y políticos, incluidas las fuerzas de izquierda o el llamado progresismo. La lucha necesaria para no quedarse en la orilla, como propone el autor, no es solo contra los supuestos falsos o los lugares comunes, sino contra este empuje ritualista que nos gana.

      Este libro puede ser leído como una invitación razonada a abandonar nuestras posiciones ritualistas y avanzar hacia la innovación. Pero, también, a reconocer que la innovación no es espontaneidad pura: que la provocación no es nada sin la lucidez; que la esperanza no debe permitirse la ingenuidad; y que la urgencia no es resultado del arrastre de los acontecimientos, sino de la fina exploración de los mismos.

      La invitación está hecha. Léala con cuidado. La acepte o no, habrá, sin ninguna duda, valido la pena.

      Kathya Araujo

      Santiago de Chile, septiembre de 2021

      INTRODUCCIÓN

      El 18-O encastró las piezas de un rompecabezas que por mucho tiempo solo veíamos por separado, en sus luces y en sus sombras. En ese momento, quienes mencionábamos la crisis latente en Chile teníamos que responder agudas críticas basadas en métricas objetivas («los datos duros», presumiblemente omniscientes) y en comparaciones convenientes cuyo sustrato último era la noción de que Chile se había escapado de los patrones típicos de las sociedades latinoamericanas, en cuanto a su modelo de desarrollo y calidad democrática. Aunque la metáfora de «Chilezuela» sí prendió, en el fondo sentían, a ciencia cierta, que Chile era un oasis en el desierto de la región.

      En mayo de 2019, en la conferencia de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Estados Unidos, un connotado columnista y académico de plaza me espetó: «¿Dónde está esa crisis de la que tanto te gusta hablar hace años? ¿Dónde están los indicadores, cómo los mides?». Sin contar con datos objetivos para sostener el punto, me llamé a silencio. Pero tras darle vueltas al asunto en el viaje de regreso, escribí una respuesta. El segundo texto de esta compilación de columnas aparecidas entre 2016 y 2021 fue lo que pude articular. Lo hice arriesgando una interpretación (equivocada, en su énfasis sobre el efecto de las redes sociales como válvula de escape) sobre por qué, aunque la crisis estaba ahí, no la veíamos. Pero confieso que la escribí bajo una duda que me persiguió durante mucho tiempo: ¿por qué los niveles de conflicto social que veíamos en terreno, desde hacía tiempo, no escalaban y se mantenían larvados? ¿Eran tan potentes el individualismo, la fragmentación y las promesas del modelo, en el sentido de mitigar la agregación de múltiples descontentos y desasosiegos presentes a nivel local y en los discursos de los individuos?

      Cuando sorpresivamente Chile «estalló», apuramos interpretaciones sobre lo que había pasado. En aquel momento argumenté que se trataba de la politización de múltiples desigualdades. Esa politización, de nuevo, no se condecía con la evolución del coeficiente de

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