Derechos humanos. Andrew Clapham
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Alejarse de la teoría
Algunos filósofos han sugerido que abandonemos la búsqueda de una teoría moral convincente de por qué tenemos derechos humanos. Para Richard Rorty, es un hecho que: “el surgimiento de la cultura de los derechos humanos parece no deberse a un mayor conocimiento moral, sino que a escuchar historias tristes y sentimentales”, y que debemos dejar de lado las teorías morales fundamentalistas relacionadas con los derechos humanos para que podamos “concentrar mejor nuestras energías en manipular los sentimientos, en la educación sentimental”.
Otros enfatizan que los derechos humanos son demandas acerca de cómo debería cambiar el mundo y tales demandas son realmente acerca de cómo deberían ser las cosas (véase el Recuadro 5).
Recuadro 5. Michael Goodhart “Los derechos humanos y la política de contestación”.
Las reclamaciones en relación con los derechos humanos son demandas políticas en el sentido más amplio. Son afirmaciones normativas, afirmaciones sobre cómo deberían ser las cosas, pero esto no es lo mismo que decir que son afirmaciones sobre la verdad moral. Reflejan la convicción de que todas las personas deben ser tratadas como moralmente iguales y que tienen derecho a ciertas libertades esenciales. Invocar los derechos humanos es desafiar el orden de las cosas, confrontar estructuras de poder y privilegio, jerarquías “naturales” o arbitrarias, con la inquebrantable creencia en la libertad y la igualdad de todos. De esta manera, los derechos humanos son partidistas o ideológicos. Toman un lado particular y reflejan una perspectiva específica, la de los débiles, maltratados, marginados, oprimidos.
Hoy en día, continúa la animada discusión sobre la utilidad de los derechos humanos para el cambio progresivo. Muchos, preocupados por la justicia social, cuestionan si adoptar una estrategia de derechos puede no resultar en el afianzamiento de los intereses de propiedad existentes. Las feministas continúan destacando el fracaso de los derechos humanos para abordar la desigualdad estructural entre los sexos, los problemas de violencia privada contra la mujer y la necesidad de una mayor inclusión de la mujer en la toma de decisiones. Incluso la reorientación de los derechos humanos para abordar estas cuestiones podría considerarse simplemente una medida para reforzar los estereotipos de las mujeres como víctimas de la violencia y de su necesidad de protección. En otro nivel, a medida que las referencias a los derechos humanos aparecen cada vez más en el discurso de los líderes occidentales, algunos temen que los derechos humanos se estén instrumentalizando, como excusas para la intervención de países poderosos en la vida política, económica y cultural de los países más débiles del sur. Por último, críticos como David Kennedy advierten que el uso del “vocabulario de los derechos humanos puede tener consecuencias negativas totalmente involuntarias en otros proyectos emancipatorios, incluidos aquellos que dependen de más energías religiosas, nacionales o locales”. Tales críticas no pretenden negar que los derechos humanos existen. De hecho, los derechos humanos a veces están siendo atacados hoy, no por dudas acerca de su existencia, sino más bien por su omnipresencia.
El planteamiento de Kundera sobre los derechos humanos
El lenguaje de los derechos humanos internacionales se ha asociado con todo tipo de demandas y disputas. Ahora casi todos enfatizan su punto de vista en términos de afirmación o denegación de los derechos. De hecho, para algunos en Occidente, parece que ya hemos entrado en una era en la que el hablar de los derechos se está volviendo banal. Ilustrémoslo con un extracto de la historia de Milan Kundera “Un gesto de protesta contra la violación de los derechos humanos”. La historia se centra en Brigitte, quien, luego de una discusión con su maestro alemán (sobre la ausencia de lógica en la gramática alemana), maneja por París para comprar una botella de vino de Fauchon.
Quería aparcar, pero le resultó imposible: filas de autos estacionados el uno al lado del otro se alineaban en las aceras en un radio de casi un kilómetro; después de dar varias vueltas durante quince minutos, se sintió sorprendida por la falta total de espacio; estacionó el auto en la acera, se bajó y se dirigió a la tienda.
Al acercarse a la tienda, notó algo extraño. Fauchon es una tienda muy cara, pero en esta ocasión estaba invadida por unas cien personas desempleadas, todas “mal vestidas”. En palabras de Kundera:
Era una curiosa manifestación: los parados no habían venido a romper nada ni a amenazar a nadie ni a corear consignas; solo querían inquietar a los ricos, quitarles con su presencia las ganas de comprar vino y caviar.
Brigitte pagó la botella y regresó al coche junto al cual esperaban dos policías que pretendían ponerle una multa. Empezó a insultarles y, cuando le dijeron que el coche estaba mal aparcado e impedía a la gente pasar por la acera, señaló la fila de coches que estaban pegados unos a otros:
–¿Pueden decirme dónde tenía que aparcar? Si está permitido comprar coches habrá que garantizarle a la gente que va a tener dónde dejarlos, ¿no? ¡Hay que ser lógicos! –les gritó.
Kundera cuenta la historia para centrarse en el siguiente detalle:
En el momento en que gritaba a los policías, Brigitte se acordó de los desconocidos manifestantes de la tienda Fauchon y sintió hacia ellos una intensa simpatía: se sentía unida a ellos en una lucha común. Eso le dio valor; elevó la voz, los policías (igual de inseguros que las señoras con abrigos de piel ante la mirada de los parados) repitieron, tontamente y sin convicción, está prohibido, no está permitido, disciplina, orden, y al final la dejaron ir sin ponerle la multa.
Durante la discusión Brigitte movía la cabeza con movimientos rápidos y breves y levantaba los hombros y las cejas. Cuando al llegar a casa le contó lo sucedido a su padre, su cabeza describía el mismo movimiento. Kundera escribe:
Ya nos hemos encontrado con este gesto: expresa el indignado asombro ante el hecho de que alguien quiera negarnos nuestros derechos más elementales. Por eso llamaremos a este gesto un gesto de protesta contra la violación de los derechos humanos.
Para Kundera, es la contradicción entre las proclamaciones revolucionarias francesas de los derechos y la existencia de campos de concentración en Rusia lo que desencadenó el entusiasmo relativamente reciente de occidente por los derechos humanos.
“El concepto de derechos humanos tiene doscientos años de antigüedad pero alcanzó su mayor fama a partir de la segunda mitad de los años setenta. Alexander Soljenitsin había sido desterrado de su país y su inusual figura provista de barba y grilletes hipnotizaba a los intelectuales occidentales, enfermos del deseo de un destino de grandeza que no lograban. Fue gracias a él que se convencieron, cincuenta años después, de que en la Rusia comunista había campos de concentración y hasta las personas progresistas estuvieron de pronto dispuestas a admitir que meter en la cárcel a alguien por sus ideas no era justo. Y encontraron para su nueva postura también una justificación magnífica: ¡los comunistas rusos habían violado los derechos humanos a pesar de que los había declarado solemnemente la mismísima Revolución Francesa!
Así, gracias a Solzhenitsin, los derechos humanos volvieron a encontrar un sitio en el vocabulario de nuestra época; no conozco a un solo político que no hable diez veces al día de la «lucha de los derechos humanos» o de las «violaciones de los derechos humanos».