¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota Muñoz

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¡Viva Cataluña española! - José Fernando Mota Muñoz Historia

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Su líder era el capitán de Caballería Alberto de Ardanaz Salazar, juez instructor de Capitanía y sobrino del general Julio Ardanaz Crespo, gobernador civil de Barcelona. El grupo sumó algunos civiles a su proyecto, sobre todo estudiantes, y lanzó un manifiesto en marzo de 1923 en el que afirmaba que venía a recoger «del suelo la bandera española» y «terminar con el barullo y el escándalo político existente» porque, decían, «aspiramos, en nuestra ilusión de hombres jóvenes a que nuestra generación deje un rastro glorioso a su paso por la Historia». Se definían como «una unión sagrada de españoles que se agrupan dejando a un lado las pequeñas diferencias que los separan, sacrificando lo secundario por lo principal en aras de la Patria». Su lema es «España no morirá».

      En septiembre de 1923 La Traza saluda entusiásticamente el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera. El programa con el que se presenta la Dictadura les seduce. En octubre se entrevistan con el dictador. Deciden transformar La Traza en la Federación Cívico-Somatenista. Tratan de convertirse en el partido del régimen o, al menos, en sus cuadros políticos. En noviembre de 1923 publican un manifiesto en el que explicitan sus coincidencias con el nuevo régimen:

      Propugnábamos en nuestro programa, luchar contra el separatismo, y lo vemos seriamente combatido; contra el terrorismo, que ya no actúa; contra el caciquismo, que está siendo perseguido; contra el despilfarro, a que se pone remedio; contra la holganza, que se ha cambiado en diligencia y contra la inmoralidad, que nos consta, que sin difamación, ruido ni pasiones va cayendo sucesivamente bajo la acción de una justicia que se ha procurado hacer independiente y rápida [...] ante un gobierno así, no creemos que a los tracistas nos corresponda otro papel que el de apoyarlo... –y afirman– ... hemos dejado de ser tracistas para ser somatenistas [...] Aspiramos a formar un núcleo de ciudadanos cuyos dotes de inteligencia, moralidad y cultura nos sean conocidas y puedan ser avaladas por nosotros para constituir un plantel de aptos directores de la vida nacional futura.

      Este entusiasmo se irá enfriando. De los mensajes regeneracionistas originales y la idea de unos nuevos políticos para esa nueva España, se está pasando al control de los puestos clave por los católicos y los monárquicos de siempre. El dictador no cuenta con ellos para dirigir el nuevo partido que está fraguando. Se lo deja claro en la entrevista que sostiene con ellos en enero de 1924, durante su visita a Barcelona que tanto habían celebrado los tracistas. La Traza no tenía arraigo fuera de Barcelona y el dictador busca una base más amplia para su partido. Cuando en abril de 1924 se oficialice la Unión Patriótica, serán los católicos sociales de Ángel Herrera Oria, con más proyección y «probada capacidad propagandística», los que se conviertan en el sostén del nuevo partido. Los tracistas han fracasado al intentar ser el partido de la Dictadura. Se repliegan a su vieja organización: La Traza.

      Organizan unas juventudes, la Juventud Avanzada Tracista, y un ciclo de charlas. En ellas van depurando su ideario, cada vez más fascistizado. El 9 de agosto de ese año veía la luz su publicación, La Traza, que se editó hasta finales de 1925. En sus páginas plasman su desencanto con la Dictadura. En la revista se presentan como una «aristocracia moral» que formará los cuadros que salvarán a España. Afirman que «se unen como hermanos de espíritu y de sangre, aspirando a formar un grupo de fuerza e inteligencia que logre dominar y trazar el camino a seguir». Se preguntan «¿No habrá una minoría valiente, viril y sensata que sacuda a la masa española aborregada?» y tienen la respuesta: «La Traza será esa minoría».

      Se reafirman en su antipoliticismo, abominando de la «carcomida política española», declaran que no son de izquierdas, ni de derechas, tratan a su máximo dirigente, Ardanaz, de jefe, apelan a la juventud, hablan de panhispanismo e imperialismo, de una «España grande». A pesar de estos mensajes afirman que «no somos un remedo del fascismo, ni una partida de alboroto» porque su «gesto es español, castizamente español», no imitan, «proponen crear un nuevo tipo de español».

      La prensa republicana los tacha de grupo fascista, lo que no eran. Había cierta pose –saludan a la romana, forman militarmente y visten camisa azul–y cierto discurso elitista, nacionalista, antipolítico y regeneracionista, frecuente en la derecha radical, un discurso claramente fascistizado pero que no va más allá de un ultranacionalismo español ligado al militarismo. Se trataba de modernizar el conservadurismo tradicional para hacerlo más atractivo con «la adopción de estructuras organizativas disciplinadas, jerarquizadas y con vocación totalizante; unas formas de liderazgo “fuerte” legitimado por el carisma o el desarrollo de ideologías catastrofistas, excluyentes y rupturistas [...] adopción de estrategias de carácter marcadamente agresivo», haciendo frente al desafío fascista con las mismas armas de este: la movilización armada (González Calleja, 2000: 115). Su retórica, parafernalia, lenguaje, culto al jefe, militarización o nacionalismo extremo forman parte de esta fascistización. Lo veremos en muchos grupos en la etapa republicana.

      Como había pasado con la Liga Patriótica Española y también pasará en los años de la República con otros pequeños grupos ultras, su fama vendrá más de su repercusión mediática y de sus acciones callejeras, amplificadas por la prensa catalanista y de izquierdas, que de su fuerza real.

      En octubre de 1924, desde de la Unión Patriótica se afirmó que se habían adherido al partido único los 3.500 afiliados a La Traza. Evidentemente, ni de lejos, La Traza tuvo nunca tal cantidad de militantes y, además, los tracistas, cada vez más disminuidos, reducidos a una peña en torno a Ardanaz, siguieron manteniendo una actuación autónoma hasta su desaparición ya en época republicana, unos años en los que Ardanaz forma parte de la junta del Centro Cultural del Ejército y Armada. Por sus filas pasaron unos jóvenes a los que reencontraremos en nuestro relato: José María Poblador Álvarez y Juan Segura Nieto.

      Los tracistas no fueron los únicos a los que pronto defraudó el rumbo que tomaba la Dictadura. Lo mismo les ocurrió a los jóvenes que se agrupaban en torno de España Nueva, un diario nacido el 12 de noviembre de 1924. En el subtítulo dejaban clara su actitud: «diario de la tarde identificado con el espíritu de justicia y patriotismo que inspira el Directorio Militar». No se trata pues de un órgano oficial, pero la mayoría de los que escriben son militantes de la Juventud de Unión Patriótica. En su primer número se presentan: «Nuestro programa: Viva España», y su propósito: «combatiremos sin descanso al separatismo como al más peligroso enemigo de la prosperidad de Cataluña, puesto que él es vocero funesto de odios fratricidas y males sin fin».

      El director y alma del periódico era el periodista Camilo Boix Melgosa, que del sector más bronco e insurreccional de las Juventudes Radicales pasará al upetismo, con parada previa en las Juventudes Socialistas de Barcelona. Con el seudónimo León Roch había escrito en publicaciones del sector revolucionario de los radicales como El Insurgente o La Revuelta. En 1914 dirigirá el aliadófilo Los Aliados, para pasar cuatro años después a dirigir El Maximalista, financiado por los alemanes. En cuatro años de aliadófilo a germanófilo y de republicano revolucionario a partidario de la Dictadura. En esos momentos era vicepresidente de la juventud upetista de Barcelona.

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