¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota Muñoz

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¡Viva Cataluña española! - José Fernando Mota Muñoz Historia

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o en Barcelona, que no es lo mismo, no nos satisface, ni creemos que pueda satisfacer a nadie». Piden eliminar «los restos de la vieja política» y creen que ahora «todo se pierde en la penumbra y hoy mismo todavía no saben exactamente los ciudadanos donde deben dirigir sus pasos para encontrar el organismo vivo, que recoge aquel magnífico espíritu del golpe de Estado Militar».4

      En las páginas del diario se leerán mensajes regeneracionistas, contra la corrupción, el caciquismo y los «viejos políticos», se habla de la necesidad de «hombres nuevos» y apelan a la juventud. La publicación hace gala de un exacerbado españolismo, «sentimos el orgullo de la Madre Patria Española: como si en el mundo no hubiera otra más grande: que no la hay», y se muestran virulentamente anticatalanistas. También defienden al Real Club Deportivo Español, al que la Federación Catalana de Fútbol, «una madriguera del separatismo catalán», margina «por Real y Español». Nada que no hayamos leído en otros grupos. La publicación cesará en abril de 1925. El grupo se dispersará.

      También los carlistas –en ese momento conocidos como jaimistas porque el pretendiente era Jaime de Borbón– habían colaborado en un primer momento con la Dictadura. Pronto se distanciaron. La lealtad del dictador a Alfonso XIII y el menosprecio con el que trató a los tradicionalistas hizo que en abril de 1924 don Jaime anunciara la ruptura con Primo de Rivera. El carlismo pasó a oponerse a la dictadura e incluso a participar en conjuras para derribarla. También sufrió la represión del régimen con la destitución de concejales y diputados provinciales, cierres de locales, multas a sus diarios y detenciones de dirigentes.

      Los Sindicatos Libres nacieron pues ligados al carlismo. La mayoría de sus dirigentes procedían de esa tradición política, como su líder indiscutible, Ramón Sales Amenós, aunque pronto fueron más allá de ese mundo. Crecieron poco a poco. Durante los primeros tiempos practicaron claramente un sindicalismo amarillo. A partir de 1921 y durante un año estuvieron vinculados al gobernador civil Martínez Anido, que los utilizó en su lucha contra la CNT; es la época de mayor auge del pistolerismo. En esos años abandonaron su amarillismo, ejerciendo un sindicalismo que se decía apolítico y profesionalista.

      Con el golpe de Estado de Primo de Rivera y la prohibición de la CNT llegó su momento. Los Sindicatos Libres se convertirán en la opción sindical mayoritaria en Cataluña e incluso darán el salto al resto de España, creando en 1924 la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España. Durante la Dictadura solo la UGT los superará en número de militantes a nivel nacional. Su apoyo al Directorio les llevó a romper con el carlismo oficial. Su apoyo a la política anticatalanista les fue decantando hacia el españolismo. Su acercamiento al sistema corporativo, diseñado por el ministro Eduardo Aunós Pérez, y su participación en los comités paritarios, que los del Libre monopolizaron en Cataluña, los convirtieron en defensores de un corporativismo estatista.

      Se aproximaron así a los planteamientos de la derecha radical. Su retórica obrerista, el uso de la violencia, su nacionalismo, la mezcla de ideas conservadoras y revolucionarias, además de la simpatía que algunos de sus miembros habían mostrado por el fascismo italiano, habían llevado a la izquierda a calificarlos como fascistas. La dirección de los Sindicatos Libres lo negó. Las cosas cambiaron a partir de 1927. Hubo entonces contacto con sindicatos fascistas italianos y en 1930 algunos libreños no tuvieron inconveniente en proclamarse fascistas. Había más de provocación que de realidad, pues los del Sindicato Libre no pasaban de ser otra derecha radical fascistizada.

      A partir de 1930, con la reaparición de la CNT, su estrella declinó; los obreros volvieron a las filas de la central anarcosindicalista. La proclamación de la República les dio la puntilla. Como hemos visto, el 15 de abril ya se había producido un tiroteo entre miembros de los Sindicatos Libres y de la CNT, con muertos y heridos. En los días siguientes serían asesinados hasta diecisiete libreños en Barcelona. El odio generado pasa factura.

      Durante nuestro relato encontraremos a muchos de los dirigentes de los Sindicatos Libres embarcados en diferentes proyectos ultras, a periodistas ligados a este mundo encabezando proyectos editoriales de la extrema derecha y toparemos con muchos de sus pistoleros en las conspiraciones y los complots organizados para derribar la República.

      De esos grupos no integrados en la Unión Patriótica, de los que ya hemos hablado, y de la miríada de grupos y grupúsculos que nacieron de su eclosión en 1930, que ahora conoceremos, se nutrirá de ideas y, en buena parte, de militantes la ultraderecha barcelonesa durante la República.

      En Barcelona, la Unión Patriótica, bajo la dirección provincial de Andrés Gassó y Vidal, exdirigente del Centro Monárquico Conservador y exsecretario general de la Cámara Oficial de la Propiedad Urbana, se había organizado por distritos, e incluso en los más poblados se había dividido en subcomités, además de abrir centros culturales y formar secciones femeninas, juveniles y obreras, todo con el objetivo de acercar el partido a todos los barrios y sectores sociales. A pesar de esta moderna estructura y el gran esfuerzo propagandístico realizado, en el que colaborarán algunos personajes que conoceremos a fondo, la Unión Patriótica de la provincia de Barcelona decía tener 60.000 militantes, lo que no llegaba al 4 % de la población, cuando había provincias, como Huelva o Cáceres, que superaban el 20 %. En momentos puntuales, como durante la visita de Primo de Rivera a Barcelona en enero de 1926, el partido consiguió movilizar hasta 20.000 upetistas y llenar el Teatro Olympia para escuchar al dictador, con 7.000 asistentes. Pero a la altura de abril de 1929 la Unión Patriótica de Barcelona hacía aguas. En una carta de Andrés Gassó al dictador, el dirigente provincial le comentaba a Primo de Rivera que un 90 % de los militantes upetistas «se mostraban “indiferentes” o “desencantados” con el régimen», un 5 % iban a los círculos de la Unión Patriótica a leer la prensa o jugar a cartas y solo otro 5 % deseaban «actuar de buena fe, pero debido a la falta de asistencia de sus jefes, su entusiasmo no puede materializarse [...] Bien pudiera decirse que No hacer es el lema de la Unión Patriótica de Barcelona» (citado por Quiroga, 2009: 261). El upetismo barcelonés agonizaba; la dimisión del dictador le dio la puntilla.

      En 1930 la Unión Patriótica desaparece como partido político. La mayoría de sus militantes, o al menos de sus dirigentes, ante su disgregación como partido, optaron por sumarse a uno de los grupos que habían resurgido de sus cenizas, la UMN, tal y como había recomendado la última Asamblea de Líderes Provinciales de la Unión Patriótica. Era el partido impulsado desde Madrid por el exministro Rafael Benjumea, conde de Guadalhorce, por José Calvo Sotelo y por el hijo del exdictador José Antonio Primo de Rivera.

      La UMN estaba reagrupando a la derecha reaccionaria alfonsina. Recuperaba el nombre de la agrupación monárquica fundada por Alfonso Sala en Barcelona en 1919, el partido que aglutinó las diferentes opciones dinásticas no catalanistas en un momento de conflicto social y ofensiva autonomista. La originaria UMN acabó ingresando en la Unión Patriótica en 1925. Estaba formada por miembros de la aristocracia y la alta burguesía. En buena parte, son los mismos que relanzan la nueva UMN en Barcelona. Se convierten en los más acérrimos defensores de la labor desarrollada por la Dictadura y en críticos con el proceso de transición que impulsan Berenguer y Aznar. Piden regresar al sistema parlamentario consagrado en la constitución de 1876 pero realizando una reforma de

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