Revistas para la democracia. El papel de la prensa no diaria durante la Transición. AAVV
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Con la muerte del dictador había empezado una nueva etapa en la historia de Cuadernos para el Diálogo, donde la acumulación ideológica de los últimos años de la dictadura daba paso al pragmatismo obligado por las soluciones políticas concretas. Además, la reflexión teórica y el tenaz martilleo jurídico, plagado de citas de papas y autoridades de la Iglesia, que habían caracterizado a la revista estaban dando paso a una multiplicación exponencial de los acontecimientos, que parecían haber entrado en una fase de aceleración histórica. Pedro Altares escribía en el último número mensual: «España ha comenzado una etapa histórica en la que ya nos era imposible seguir aherrojados por una periodicidad que obligaba a distanciarse de los hechos y, lo que es mucho peor, imposibilitaba reflejarlos con asiduidad y rigor».19 En abril apareció el primer número semanal, que iba a distinguir netamente la primera etapa de Cuadernos para el Diálogo bajo la dictadura de la segunda en la transición a la democracia.
El semanario heredaba el espíritu democrático de su predecesor, pero ya no perseguía un proyecto político, sino convertirse en una buena revista de información. Se trataba de contrarrestar el «estilo sesudo y apostólico tan connatural a aquella casa» con «un tono desenfadado no exento de cierto sentido del humor», aunque ello conllevara en ocasiones una «sorda batalla» con los viejos miembros, sobre todo cuando se corregían sus textos por falta de sentido periodístico, como recordaba años después Luis Carandell (1997). Se copió el esquema del francés Le Nouvel Observateur, referente de la izquierda europea de posguerra, para ponerse en condiciones de competir con los nuevos semanarios de información general que adoptaban la fórmula −estilo ágil, agresividad informativa, ambigüedad ideológica y coexistencia de opiniones− de los newsmagazines americanos. En especial Cambio 16, que en 1976 tiraba 348.081 ejemplares, e Interviú, que tiraba 297.254 y llegaría a los 640.462 al año siguiente, cuando la tirada media de Cuadernos para el Diálogo no superaba los 80.000 ejemplares (Cabello, 1999: 115).20 Ya en julio de 1974, Altares declaraba a la agencia Europa Press que las pérdidas económicas en el último ejercicio habían sido de 783.007 pesetas, aunque se habían alcanzado los 18.500 suscriptores y se estaba planteando un cambio de periodicidad para competir con las nuevas revistas que «realizan excelentemente una labor política».21
Cuadernos semanal «se presentó como una excelente realización de moderno periodismo», con un «atractivo diseño» y una redacción de «competentes profesionales», como reconocía el director de Triunfo, José Ángel Ezcurra (Alted y Aubert, 1995: 641). Entre ellos, los periodistas Vicente Verdú, Ángel García Pintado, José A. Gabriel y Galán, Soledad Gallego, Joaquín Estefanía, Federico Abascal Gasset, Enrique Bustamante, María Dolores Vigil y el subdirector, Eduardo Barrenechea, hasta entonces redactor-jefe de Informaciones. Muy ligado desde el principio a la revista, Pedro Altares sustituyó como director a Félix Santos cuando este dimitió en desacuerdo con el cambio de periodicidad (dos años más tarde recalaría en la redacción del semanario La Calle) (Santos, 2019). En el consejo de redacción, Víctor Martínez Conde ejercía de secretario y Rafael Arias-Salgado, Eugenio Nasarre y Gregorio Peces-Barba como delegados de Edicusa, mientras que Rafael Martínez Alés se encargaba de la dirección comercial y de la gerencia junto a Javier Gómez Navarro, y Miguel Bilbatúa de la documentación con la ayuda del capitán «úmedo»,22 Antonio García Márquez.
Había una «redacción paralela» en Barcelona, integrada entre otros por Carmen Alcalde, Alfonso Carlos Comín y Josep Maria Huertas Clavería, y como muestra del nuevo estilo que deseaba imponerse se reunió un amplio equipo de humoristas, del que formaron parte en algún momento Nuria Pompeia, Cesc, Peridis, Ops, Perich, Layus o Al-Caín.23 Los editoriales, santo y seña del mensual, perdieron su papel preponderante y su número se redujo de una media de siete u ocho a uno, o dos excepcionalmente. Las fotografías, en su mayoría obra de Manuel López Rodríguez, aligeraron sus páginas, que en esta época se imprimieron en papel satinado, lo cual encareció notablemente su precio desde las 25 pesetas que costaba en 1963 a las 50 pesetas en 1977 y 60 en 1978.
No pasaría mucho tiempo para ver algunos de esos nombres pasar a la política activa en las filas de la UCD, el PCE o el PSOE. A pesar de su original proyecto democristiano, a esas alturas la revista era percibida como muy cercana al Partido Socialista, en el que se habían integrado varios de sus fundadores, como Elías Díaz, Gregorio Peces-Barba, Leopoldo Torres Boursault, José Félix Tezanos, Tomás de la Quadra, Fernando Ledesma, Virgilio Zapatero, Liborio Hierro, Menéndez del Valle, Julián García Valverde, Javier Gómez Navarro, Martínez Alés o, aunque fuera sin carnet de militante, Pedro Altares. Hasta los servicios de información consideraban Cuadernos para el Diálogo «abiertamente PSOE», mientras que situaban a Triunfo «en la línea más intelectual y analítica del PCE», por más que Altares insistiera a menudo en que «no somos los voceros oficiales u oficiosos de ningún grupo o partido político».24
En realidad, el semanario no dependió del PSOE ni financiera ni políticamente y, durante esos primeros meses de la Transición, la línea editorial apoyó los objetivos básicos de toda la oposición, reunida por fin en una plataforma única. Con el tiempo llegarían las divisiones internas, sobre todo en los meses previos a su desaparición. Así, un artículo de Altares en las páginas de El País contra la renuncia a «un sindicalismo de clase» y el abandono de los «principios marxistas» provocó una dura respuesta de Víctor Martínez Conde en la que recordaba la trayectoria de Cuadernos en la lucha por la democracia y reprochaba a su director su falta de compromiso político en el seno de la UGT y su «pseudoindependencia para desde ella atacar a izquierda o derecha a tenor de sus intereses personales».25 Pedro J. Ramírez comentaría a propósito: «¡País de locos éste, en el que lo que se le echa en cara a un periodista no es su militancia, sino su independencia!».26
CENSURA Y AMENAZAS
La Ley de Prensa e Imprenta siguió vigente tras la muerte de Franco y el Ministerio de Información y Turismo no renunció a hacer uso de los secuestros, suspensiones y sanciones administrativas. A su último titular, Andrés Reguera Guajardo, no se le ocultaba que llevaba todas las de perder si solo recurría a métodos coercitivos contra la prensa, así que reunió en Madrid a los directores de los principales medios y les pidió ayuda para instaurar la libertad de prensa, con especial atención a tres temas «delicados»: la Corona, el Ejército y la unidad territorial (Chuliá, 2001: 209). En abril de 1975 Triunfo había sido condenado a una suspensión de cuatro meses a comenzar desde septiembre por un artículo del psiquiatra José Aumente titulado «¿Estamos preparados para el cambio?». Esta larga suspensión privó a la revista de la oportunidad no solo de informar sobre la muerte del dictador, sino también de beneficiarse de los primeros indultos que el Rey concedió a otras publicaciones y periodistas sancionados por transgredir la vigente Ley de Prensa.
En el último número mensual, correspondiente a febrero-marzo de 1976, Cuadernos pudo publicar los artículos secuestrados desde 1970 hasta solo tres meses antes. Sin embargo, solo dos meses después, en junio, la revista se vio obligada a retirar un informe sobre torturas después de que la Dirección General de la Guardia Civil denunciara ante la jurisdicción militar otro previamente publicado por Cambio 16 acerca de malos tratos a detenidos en el País Vasco.27 A primeros de septiembre de 1976, el Ministerio de Información y Turismo ordenó el secuestro de