Escogidos por Dios. R. C. Sproul
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Esta explicación conlleva varios problemas. Si Adán y Eva no se dieron cuenta de lo que estaban haciendo, si fueron totalmente embaucados, entonces el pecado habría sido todo de satanás. Pero la Biblia deja claro que a pesar de su astucia, la serpiente habló desafiando directamente el mandamiento de Dios. Adán y Eva habían oído a Dios promulgar su prohibición y advertencia. Oyeron a satanás contradiciendo a Dios. La decisión estaba clara ante ellos. No podían apelar a la astucia de satanás para excusarse. Aun si satanás no hubiera sólo embaucado sino forzado a Adán y Eva a pecar, aún no estamos libres de nuestro dilema. Si hubieran podido decir con razón: “El diablo nos hizo hacerlo”, aún tendríamos que afrontar el problema del pecado del diablo. ¿De dónde procede el diablo? ¿Cómo consiguió transmutar de lo divino a diabólico?
Tanto si estamos hablando de la Caída del hombre o de la caída de Satanás, estamos tratando aún el problema de criaturas buenas que se vuelven malas. Oímos la explicación “fácil” de que el mal vino a través del libre albedrío de la criatura. Se dice que el libre albedrío es una buena cosa, y el que Dios nos dé libre albedrío no hace recaer la culpa sobre El. En la creación, al hombre le fue dada la capacidad para pecar y la capacidad para no pecar. El escogió pecar. Pero la cuestión queda: “¿Por que?”
Aquí radica el problema. Antes que una persona pueda cometer un acto de pecado, ha de tener primero un deseo de realizar ese acto. La Biblia nos dice que las malas acciones fluyen de los malos deseos. Pero la presencia de un deseo malo es ya pecado. Pecamos porque somos pecadores. Nacimos con una naturaleza de pecado. Somos criaturas caídas. Pero Adán y Eva no fueron creados caídos. No tenían una naturaleza de pecado. Eran criaturas buenas con libre albedrío. Sin embargo, escogieron pecar. ¿Por qué? No lo se. Ni he encontrado aún a alguien que lo sepa.
A pesar de este intrincado problema, debemos afirmar aún que Dios no es el autor del pecado. La Biblia no revela las respuestas a todas nuestras preguntas. Revela la naturaleza y el carácter de Dios. Una cosa es absolutamente negada: que Dios pudiera ser el autor o realizador del pecado.
Pero este capítulo trata de la soberanía de Dios. Nos queda aún por responder la pregunta de que, dado el hecho del pecado humano, ¿cómo se relaciona éste con la soberanía de Dios? Si es cierto que en algún sentido, Dios preordena todo lo que sucede, entonces se sigue sin duda que Dios debe de haber preordenado la entrada del pecado en el mundo. Eso no quiere decir que Dios obligara a que ocurriera, o que impusiera el mal a su creación. Lo único que significa es que Dios debe de haber decidido permitir que ocurra. Si no permitió que ocurriese, entonces no podía haber ocurrido, pues de otra forma no sería soberano.
Sabemos que Dios es soberano porque sabemos que Dios es Dios. Por tanto, debemos concluir que Dios preordenó el pecado. ¿Qué otra cosa podemos concluir? Debemos concluir que la decisión de Dios de permitir que el pecado entrase en el mundo fue una buena decisión. Esto no quiere decir que nuestro pecado es realmente algo bueno, sino meramente que el que Dios nos permita cometer el pecado (que es malo) es algo bueno. El que Dios permita el mal es bueno, pero el mal que el permite es aún mal. La implicación de Dios en todo esto es perfectamente justa. Nuestra implicación en ello es inicua. El hecho de que Dios decidiese permitirnos pecar no nos absuelve de nuestra responsabilidad por el pecado.
Una objeción que oímos con frecuencia, es que si Dios conocía de antemano que nosotros íbamos a pecar, ¿por que nos creó en primer lugar? Un filósofo expresó el problema de esta manera: “Si Dios sabía que nosotros pecaríamos pero no lo impidió, entonces no es ni omnipotente ni soberano”. Si podía impedirlo pero escogió no hacerlo, entonces no es ni amoroso ni benévolo.” Mediante este enfoque Dios aparece como malo, no importa cómo respondamos a la pregunta.
Debemos asumir que Dios sabía de antemano que el hombre caería. Debemos también asumir que El pudiera haber intervenido para impedirlo. O pudiera haber escogido no crearnos en absoluto. Concedemos todas estas posibilidades hipotéticas. Para empezar, sabemos que El sabía que cayéramos, y que siguió adelante y nos creó a pesar de todo. Pero, ¿por qué tiene que significar eso que El no es amoroso? También sabía de antemano que iba a llevar a cabo un plan de redención para su creación caída que incluiría una perfecta manifestación de su justicia y una perfecta expresión de su amor y misericordia. Fue ciertamente un acto de amor por parte de Dios predestinar la salvación de su pueblo, los que la Biblia llama sus “elegidos” o escogidos.
Son los no elegidos los que constituyen el problema. Si algunos no son elegidos para salvación, entonces pareciera que Dios no es amoroso en cuanto a ellos. Para ellos, parece que hubiera sido más amoroso por parte de Dios, no haber permitido que nacieran. Ese ciertamente, pudiera ser. Pero tenemos que hacer la pregunta verdaderamente difícil: ¿Existe alguna razón para que un Dios justo deba dar amor a una criatura que le odia y se rebela constantemente contra su divina autoridad y santidad?
La objeción suscitada por el filósofo implica que Dios le debe su amor a tales criaturas pecaminosas. Esto es, lo que se da por supuesto sin palabras, es que Dios está obligado a ser clemente para con los pecadores. Lo que el filósofo pasa por alto es que si la gracia está obligada, ya no es gracia. La esencia misma de la gracia es que es inmerecida. Dios siempre se reserva el derecho de tener misericordia de quien quiera tener misericordia. Dios puede deberle justicia a la gente, pero nunca misericordia.
Es importante indicar una vez más que éstos problemas surgen a todos los cristianos que creen en un Dios soberano. Estas cuestiones no son peculiares a una idea concreta de la predestinación. La gente argumenta que Dios es suficientemente amoroso como para proveer un camino de salvación para todos los pecadores. Puesto que el calvinismo restringe la salvación sólo a los elegidos, parece requerir un Dios menos bondadoso. Al menos en la superficie, parece que una idea no calvinista provee una oportunidad para que se salven grandes multitudes de personas que no hubieran sido salvadas en la idea calvinista.
Una vez más, esta cuestión afecta temas que han de ser desarrollados más plenamente en capítulos posteriores. Por ahora permítaseme decir simplemente que, si la decisión final para la salvación de pecadores caídos fuese dejada en las manos de éstos, nos despojaríamos de toda esperanza en cuanto a que alguien fuese salvado.
Cuando consideramos la relación de un Dios soberano con un mundo caído, afrontamos básicamente cuatro opciones:
1. Dios pudo decidir no proveer una oportunidad para que alguien fuese salvado.
2. Dios pudo proveer una oportunidad para que todos fuesen salvados.
3. Dios pudo intervenir directamente para asegurar la salvación de todos.
4. Dios pudo intervenir directamente y asegurar la salvación de algunos.
Todos los cristianos descartan inmediatamente la primera opción. La mayoría de los cristianos descartan la tercera. Afrontamos el problema de que Dios salva a algunos y no a todos. El calvinismo corresponde a la cuarta opción. La idea calvinista de la predestinación enseña que Dios interviene activamente en las vidas de los elegidos para hacer absolutamente segura la salvación. Por supuesto, los demás son invitados a Cristo y se les da una “oportunidad” para ser salvados “si quieren”. Pero el calvinismo da por supuesto que sin la intervención de Dios, nadie querría jamás a Cristo. Nadie escogería jamás a Cristo por sí mismo.
Este es precisamente el punto en disputa. Las ideas no reformadas de la predestinación asumen que a toda persona caída le queda la capacidad de escoger a Cristo. Al hombre no se le considera tan caído que requiera la intervención directa de Dios hasta el grado que afirma el calvinismo. Todas las ideas no reformadas dejan en manos del hombre el dar el voto decisivo en su destino eterno. Según estas ideas,