Escogidos por Dios. R. C. Sproul
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La primera vez que oí éstas analogías sentí alivio. Sonaban simples y sin embargo, profundas. La idea de dos líneas paralelas que se encuentran en la eternidad me satisfizo. Me dio algo ingenioso que decir para el caso en que un escéptico empedernido, me preguntara acerca de la soberanía divina y la libertad humana
Mi alivio fue temporal. Pronto necesité una dosis más fuerte de Rolaids. La molesta pregunta rehusaba dejarme en paz… ¿Pueden las líneas paralelas encontrarse jamás? ¿En la eternidad o en alguna otra parte? Si las líneas se encuentran, entonces no son finalmente paralelas. Si son finalmente paralelas entonces nunca se encontrarán. Cuanto más pensaba acerca de la analogía, tanto más me daba cuenta que ésta no resolvía el problema. Decir que las líneas paralelas se encuentran en la eternidad es una afirmación sin sentido; es una contradicción flagrante.
No me gustan las contradicciones. Encuentro poco consuelo en ellas. Nunca cesaba de asombrarme ante la facilidad con que los cristianos parecen sentirse confortables con ellas. Oigo afirmaciones: “¡Dios es mayor que la lógica!” o “¡La fe es más elevada que la razón!” así para defender el uso de las contradicciones en la teología.
Ciertamente, estoy de acuerdo en que Dios es mayor que la lógica y que la fe es más elevada que la razón. Estoy de acuerdo con todo mi corazón y con toda mi mente. Lo que quiero evitar es a un Dios que es menor que la lógica, y una fe que es inferior a la razón. Un Dios que es menor que la lógica sería y debería ser destruido por la lógica. Una fe que es inferior a la razón es irracional y absurda.
Supongo que es la tensión entre la soberanía divina y la libertad humana, más que cualquier otra cosa, lo que ha conducido a muchos cristianos a pretender que las contradicciones son un elemento legítimo de la fe. La idea es que la lógica no puede reconciliar la soberanía divina con la libertad humana. Ambas desafían la armonía lógica. Puesto que la Biblia enseña ambos polos de la contradicción, se entiende que debemos estar dispuestos a afirmarlos ambos, a pesar del hecho de ser contradictorios.
¡De ninguna manera! El que los cristianos abracen ambos polos de una contradicción flagrante es cometer suicidio intelectual y calumniar al Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es autor de confusión. Dios no habla con una doble lengua. Si la libertad humana y la soberanía divina son verdaderas contradicciones, entonces una de ellas al menos, debe desaparecer. Si la soberanía excluye la libertad, y la libertad excluye la soberanía, entonces o bien Dios no es soberano o el hombre no es libre. Felizmente, existe una alternativa.
Podemos sostener tanto la soberanía como la libertad si podemos mostrar que no son contradictorias. A un nivel humano, podemos ver fácilmente que la gente goza de una verdadera medida de libertad en un país gobernado por un monarca soberano. La soberanía no pone fin a la libertad; es la autonomía lo que no puede coexistir con la soberanía.
¿Qué es la autonomía? La palabra procede del prefijo auto y la raíz nomos. Auto significa “uno mismo”. Un automóvil es algo que se mueve por si mismo. “Automático” describe algo que actúa por sí mismo. La raíz nomos es la palabra griega para “ley”. La palabra autonomía significa, pues, “Ley de uno mismo”. Ser autónomo significa ser ley a uno mismo. Una criatura autónoma no sería responsable ante nadie. No tendría un gobernante, menos aún tendría un gobernante soberano. Es lógicamente imposible tener un Dios soberano existiendo al mismo tiempo que una criatura autónoma. Los dos conceptos son totalmente incompatibles. Pensar en su coexistencia sería como imaginar el encuentro de un objeto inamovible con una fuerza irresistible. ¿Que ocurriría? Si el objeto se moviera, entonces no podría ya ser considerado inamovible. Si no se moviera, entonces la fuerza irresistible ya no sería irresistible.
Así ocurre con la soberanía y la autonomía. Si Dios es soberano, no es posible que el hombre sea autónomo. Si el hombre es autónomo, es imposible que Dios sea soberano. Serían contradicciones. No tenemos que ser autónomos para ser libres. La autonomía implica libertad absoluta. Somos libres, pero hay limites para nuestra libertad. El límite final es la soberanía de Dios.
Una vez leí una afirmación de un cristiano que dijo: “La soberanía de Dios nunca puede restringir la libertad humana.” ¡Imagínese a un pensador cristiano haciendo tal afirmación! Esto es puro humanismo. ¿Pone restricciones la ley de Dios a la libertad humana? ¿No se le permite a Dios imponer límites a lo que yo escoja? No sólo puede Dios imponer límites morales a mi libertad, sino que tiene todo derecho en cualquier momento a golpearme en la cabeza si es necesario, y refrenarme de ejercer mis malas decisiones. Si Dios no tiene derecho a la represión, entonces no tiene derecho a gobernar su creación. Es mejor que invirtamos la afirmación: “La libertad humana nunca puede restringir la soberanía de Dios.” En esto consiste la soberanía. Si la soberanía de Dios está restringida por la libertad humana, entonces Dios no es soberano: el hombre sería el soberano.
Dios es libre. Yo soy libre. Dios es más libre que yo. Si mi libertad va en contra de la libertad de Dios, perderé siempre. Su libertad restringe la mía; mi libertad no restringe la suya. Existe una analogía en la familia humana. Yo tengo una voluntad libre; mis hijos tienen voluntades libres. Cuando nuestras voluntades chocan, tengo autoridad para predominar sobre sus voluntades. Sus voluntades han de estar subordinadas a mi voluntad; mi voluntad no está subordinada a la de ellos. Desde luego, en el nivel humano de la analogía, no estamos hablando en términos absolutos.
La soberanía divina y la libertad humana se consideran frecuentemente como contradictorias, porque en la superficie suenan de tal forma. Hay algunas distinciones importantes que deben hacerse y aplicarse consecuentemente a esta cuestión si hemos de evitar una confusión desesperante.
Consideremos tres palabras en nuestro vocabulario que están tan estrechamente relacionadas que son a menudo confundidas:
1. Contradicción
2. Paradoja
3. Misterio
1. Contradicción. La ley lógica de la contradicción dice que una cosa no puede ser lo que es y no ser lo que es, al mismo tiempo y en la misma relación. Un hombre puede ser padre e hijo al mismo tiempo, pero no puede ser hombre y no ser hombre al mismo tiempo. Un hombre puede ser tanto padre como hijo al mismo tiempo, pero no en la misma relación. Ningún hombre puede ser su propio padre. Aun cuando hablamos de Jesús como el Dios/hombre, tenemos cuidado de decir que, aunque es Dios y hombre al mismo tiempo, no es Dios y hombre en la misma relación. Tiene una naturaleza divina y una naturaleza humana. Ambas no deberán ser confundidas. Las contradicciones nunca pueden coexistir, ni aun en la mente de Dios. Si ambos polos de una contradicción genuina pudieran ser ciertos en la mente de Dios, entonces nada que Dios nos haya revelado jamás podría tener significado alguno. Si el bien y el mal, la justicia y la injusticia, Cristo y el anticristo pudieran todos significar lo mismo para la mente de Dios, entonces la verdad de cualquier clase sería totalmente imposible.
2. Paradoja. Una paradoja es una contradicción aparente que, al examinarse más detenidamente, puede ser resuelta. He oído a maestros declarar que la noción cristiana de la Trinidad es una contradicción. Simplemente no lo es. No viola ninguna ley de la lógica. Supera la prueba objetiva de la ley de la contradicción. Dios es uno en esencia y tres en persona. Nada hay de contradictorio en ello. Si dijésemos que Dios es uno en esencia y tres en esencia, entonces tendríamos una contradicción genuina que nadie podría resolver. Así que, el cristianismo sería irremediablemente irracional y absurdo. La trinidad es una paradoja, pero no una contradicción.
Para complicar un poco más las cosas, existe otro término: antinomia. Su significado primario es un sinónimo de contradicción, pero su significado secundario