Escogidos por Dios. R. C. Sproul

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Escogidos por Dios - R. C. Sproul

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de gente mueren sin haber oído jamás el Evangelio.

      El no reformado objeta a la cuarta opción, porque limita la salvación a un grupo selecto que Dios escoge. El reformado objeta a la segunda opción porque ve que la oportunidad universal de salvación no provee lo suficiente para salvar a nadie. El calvinista ve a Dios haciendo mucho más por la raza humana caída a través de la cuarta opción que a través de la segunda. El no calvinista ve justamente lo contrario. Piensa que dar una oportunidad universal, aunque esté lejos de asegurar la salvación de nadie, es más benévolo que asegurar la salvación de algunos y no de otros.

      El desagradable problema que tiene el calvinista, se ve en la relación de las opciones tercera y cuarta. Si Dios puede, y de hecho escoge, asegurar la salvación de algunos, ¿por qué no asegura la salvación de todos?

      Antes de tratar de responder a esa pregunta, permítaseme primero indicar que éste no es simplemente un problema calvinismo. Todo cristiano debe sentir el peso de este problema. En primer lugar, afrontamos la cuestión: “¿Tiene Dios el poder para asegurar la salvación de todos?” Ciertamente está dentro del poder de Dios cambiar el corazón de todo pecador impertinente y llevar a este hacia sí. Si carece de tal poder, entonces no es soberano. Si tiene ese poder, ¿por qué no lo usa con todos?

      El pensador no reformado responde en general diciendo que el hecho de que Dios imponga su poder a personas reacias es violar la libertad del hombre. Violar la libertad del hombre es pecado. Puesto que Dios no puede pecar, no puede imponer unilateralmente su gracia salvadora a pecadores reacios. Forzar al pecador a que quiera, cuando el pecador no quiere, es hacer violencia al pecador. La idea es que al ofrecer la gracia del Evangelio, Dios hace todo lo que puede para ayudar al pecador a ser salvo. El tiene suficiente poder para forzar a los hombres, pero el uso de tal poder sería ajeno a la justicia de Dios.

      Eso no proporciona mucho consuelo al pecador en el infierno. El pecador en el infierno debe de estar preguntando: “Dios, si tú realmente me amabas, ¿por qué no me forzaste a creer? Preferiría que mi libre albedrío fuese violentado que estar aquí en este lugar de tormento eterno.” Aun así, las súplicas de los condenados no determinarían la justicia de Dios, si de hecho fuese erróneo que Dios se impusiera a la voluntad de los hombres. La pregunta que el calvinismo hace es: “¿Qué hay de erróneo en que Dios obre la fe en el corazón del pecador?”

      A Dios no se le requiere que busque el permiso del pecador para hacer con este, lo que le plazca. El pecador no escogió su país de nacimiento, a sus padres, ni aun nacer en absoluto. Tampoco pidió nacer con una naturaleza caída. Todas estas cosas fueron determinadas por la decisión soberana de Dios. Si Dios hace todo esto que afecta al destino eterno del pecador, ¿qué habría de erróneo en que El dicta un paso más para asegurar su salvación? ¿Qué querrá decir Jeremías cuando clamó: “Me sedujiste, oh Señor, y fui seducido.” (Jer.20:7)? Ciertamente, Jeremías no invitó a Dios a seducirle.

      La cuestión permanece: ¿Por qué salva Dios solamente a algunos? Si concedemos que Dios puede salvar a los hombres forzando sus voluntades, ¿por qué entonces no fuerza la voluntad de todos y les lleva a todos a la salvación? (Estoy utilizando aquí la palabra forzar no porque piense que existe un forzamiento erróneo, sino porque los no calvinistas insisten en este término.)

      La única respuesta que puedo dar a esta pregunta es que no lo se. No tengo ni idea de por qué Dios salva a algunos pero no a todos. No dudo por un momento que Dios tenga poder para salvar a todos, pero se que no escoge salvar a todos. No se por que. Una cosa sí se. Si agrada a Dios salvar a algunos y no a todos, nada hay en ello que sea erróneo. Dios no está obligado a salvar a nadie. Si escoge salvar a algunos, esto en ninguna manera le obliga a salvar al resto. Una vez más, la Biblia insiste que es la prerrogativa divina de Dios tener misericordia de quien quiera tener misericordia.

      La alarma que oye gritar el calvinista generalmente en este punto es: “¡Eso no es equitativo!” ¡Pero… ¿qué se da a entender por equidad aquí? Si por equidad queremos decir igualdad, entonces desde luego, la protesta es acertada. Dios no trata a todos los hombres por igual. Nada podría estar más claro en la Biblia que eso. Dios se apareció a Moisés de una manera en que no se apareció a Hammurabi. Dios concedió a Israel bendiciones que no concedió a Persia. Cristo se apareció a Pablo en el camino de Damasco de una manera en que no se manifestó a Pilato. Dios, simplemente, no ha tratado a todo ser humano en la Historia exactamente de la misma manera. Esto es obvio.

      Probablemente lo que se quiere decir por “equitativo” en la protesta es “justo”. No parece justo que Dios escoja a algunos para recibir su misericordia, mientras que otros no reciben el beneficio de la misma. Para tratar este problema debemos llevar a cabo una breve pero importante reflexión. Demos por supuesto que todos los hombres son culpables de pecado a los ojos de Dios. De esa masa de humanidad culpable, Dios decide soberanamente conceder misericordia a algunos de ellos. ¿Qué recibe el resto? Recibe justicia. Los salvados reciben misericordia y los no salvados reciben justicia. Nadie recibe injusticia.

      La misericordia no es justicia. Pero tampoco es injusticia. Observemos el siguiente gráfico:

      Hay justicia y hay no justicia. La no justicia incluye todo lo que está fuera de la categoría de justicia. En la categoría de no justicia encontramos dos subconceptos, injusticia y misericordia. La misericordia es una buena forma de no justicia, mientras que la injusticia es una mala forma de no justicia. En el plan de la salvación, Dios no hace nada malo. Nunca comete injusticia alguna. Algunos reciben la justicia que merecen, mientras que otros reciben misericordia. Una vez más, el hecho de que uno recibe misericordia no exige que los demás la reciban también. Dios se reserva el derecho de conceder clemencia.

      Como ser humano, yo pudiera preferir que Dios concediese su misericordia a todos por igual, pero no puedo demandarlo. Si a Dios no le agrada dispensar su misericordia salvadora a todos los hombres, entonces debo someterme a su santa y justa decisión. Dios jamás, jamás, está obligado a ser misericordioso hacia los pecadores. Este es el punto que debemos enfatizar si hemos de comprender la plena medida de la gracia de Dios.

      La verdadera cuestión es por qué Dios se inclina a ser misericordioso para con alguien. Su misericordia no le es obligada y sin embargo la concede a sus elegidos. La concedió a Jacob de una manera en que no la concedió a Esaú. La concedió a Pedro de una manera en que no la concedió a Judas. Debemos aprender a alabar a Dios tanto en su misericordia como en su justicia. Cuando El ejecuta su justicia, no está haciendo nada erróneo. Está ejecutando una justicia conforme a su rectitud.

      La soberanía de Dios y la libertad humana

      Todo cristiano afirma alegremente que Dios es soberano. La soberanía de Dios es un consuelo para nosotros. Nos asegura que El puede hacer lo que promete hacer. Pero el mero hecho de la soberanía de Dios suscita una gran cuestión más. ¿Cómo se relaciona la soberanía de Dios con la libertad humana?

      Cuando afrontamos la cuestión de la soberanía divina y la libertad humana, podemos vernos confrontados por el dilema de “luchar o huir”. Podemos luchar para abrirnos paso hacia una solución lógica del mismo, o volvernos y alejamos corriendo de él tan de prisa como podamos.

      Muchos de nosotros escogemos huir de él. La huida toma diferentes rutas. La más común es decir simplemente, que la soberanía divina y la libertad humana son contradicciones que debemos tener el valor de abrazar. Buscamos analogías que alivian nuestras atribuladas mentes.

      Cuando era estudiante en la facultad, oí dos analogías que me proporcionaron un alivio temporal, como un paquete teológico de Rolaids:

      Analogía

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