Un llamado a destacarse. Elena G. de White

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Un llamado a destacarse - Elena G. de White

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Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”

       “Hijo mío –le dijo su padre–, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”.

       Lucas 15:11-32.

      * * * *

      En este relato, observamos una sorprendente descripción de lo que es la desesperanza de vivir separados de Dios. Puede que nos lleve algún tiempo darnos cuenta de cuán pobres somos cuando nos alejamos del amor del Padre celestial, pero ese día llegará. Y, mientras estamos lejos, Dios busca desesperadamente la forma de invitarnos a regresar al hogar.

      El hijo pródigo tomó conciencia de su situación cuando estaba en medio de su desgracia, y se dio cuenta de que cualquier empleado en la casa de su padre estaba mejor que él. En su miseria, el muchacho recordó el amor de su padre. Y los recuerdos de ese amor lo llevaron a volver a su hogar.

      El fugitivo no tenía idea de la tristeza que había aplastado a su padre desde que el hijo se había ido. Mientras bailaba y banqueteaba con sus escandalosos compañeros, no había tenido tiempo de pensar en la sombra que se había extendido sobre su casa. Y nadie podría haberle hecho creer que su padre se sentaba todos los días a contemplar el regreso de su hijo. Ahora, con pasos pesados y dolorosos, el hijo regresa a implorar no más que un empleo.

      A la distancia, el padre reconoce a su hijo y corre a su encuentro y le da un largo y emotivo abrazo. Para proteger a su hijo de las miradas indiscretas, el padre se quita su propia capa y la coloca sobre los hombros del joven.

      Confundido por este amoroso recibimiento, el muchacho comienza el discurso de arrepentimiento que había ensayado. Pero su padre no quiere escucharlo, porque no tiene en su casa un lugar para un siervo-hijo; su muchacho va a disfrutar de lo mejor que el hogar posee. El padre les da instrucciones a sus siervos para que le den los mejores vestidos, un anillo y calzado nuevo. Se organiza una fiesta, para que todos puedan celebrar: “Mi hijo estaba muerto, pero ahora vive; estaba perdido, pero ha regresado”.

      ¡En ese momento, el concepto que el hijo tiene de su padre es totalmente distinto! Siempre había pensado que era autoritario, exigente, inflexible. Pero no más. En su profunda necesidad, comprendió el verdadero carácter de su padre. Y de eso se trataba la historia.

      En nuestra rebeldía, a menudo pensamos que Dios es intolerante y autoritario, demandante ante sus requerimientos. Pero, cuando hemos estado lejos por algún tiempo y estamos hambrientos espiritualmente, vestidos con los harapos del pecado y la culpa, podemos apreciar cuán amoroso y compasivo es realmente el Padre. Cuando apenas damos el primer paso del arrepentimiento, él corre a nuestro encuentro y nos recibe en sus brazos de amor. Perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos (ver Jer. 31:34).

      17 Palabras de vida del gran Maestro, pp. 156, 157.

      18 Ibíd., p. 157.

      19 Ibíd., p. 159.

      20 Ibíd., pp. 160-162.

      Capítulo 5

       Cuando hacer todo bien no es suficiente

       Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:

       –Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna?

       –¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? –respondió Jesús–. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.

       –¿Cuáles? –preguntó el hombre.

       Contestó Jesús:

       –“No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” y “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

       –Todos esos los he cumplido –dijo el joven–. ¿Qué más me falta?

       –Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

       Mateo 19:16-22.

      * * * *

      Este joven tenía todo lo que a la gente de su edad le gustaría tener: fama y riquezas. Un día, al observar cómo Jesús trataba a los niños, nació en su corazón el deseo de ser también su discípulo. La idea fue tan fervorosa que corrió hasta Jesús, se arrodilló y, sinceramente, le hizo la pregunta más importante en la vida: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”

      Jesús respondió con un desafío que probó los pensamientos del muchacho. Replicó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios”.

      Este joven ejecutivo obviamente vivía “la buena vida”. Se había convencido a sí mismo de sus logros personales en la vida laboral y espiritual. Sin embargo, aunque tenía todo sentía que algo le faltaba.

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