Un llamado a destacarse. Elena G. de White
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“Hijo mío –le dijo su padre–, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”.
Lucas 15:11-32.
* * * *
Esta es la historia de un joven que estaba cansado de los límites del hogar paterno. Para él, las cosas llegaron a tal punto que tomó la decisión de marcharse. Su rico y amoroso padre le dio la parte de su herencia, y el muchacho se fue a una ciudad lejana, donde pensaba que iba a poder vivir como quisiera. Tenía dinero suficiente como para darse todos los gustos. Como el dinero atrae a los “amigos”, pronto se vio rodeado de compañeros que lo ayudaban a gastar su riqueza en forma aparatosa.17
Pero los sueños que había tenido cuando era chico y vivía con su padre se hundieron en el olvido, junto con la estabilidad y la seguridad de su educación espiritual. Su herencia se desvaneció, y tuvo que dedicarse a cuidar cerdos. Para un judío, nada podía ser peor que eso. Los judíos que escucharon el relato de Jesús entendieron la profundidad de la degradación y la humillación que describía. El joven, decidido a encontrar su libertad, terminó, en cambio, convertido en un esclavo. Sin amigos ni comida, y profundamente angustiado, trataba de quitarles la comida a los cerdos para poder sobrevivir.18
En este relato, observamos una sorprendente descripción de lo que es la desesperanza de vivir separados de Dios. Puede que nos lleve algún tiempo darnos cuenta de cuán pobres somos cuando nos alejamos del amor del Padre celestial, pero ese día llegará. Y, mientras estamos lejos, Dios busca desesperadamente la forma de invitarnos a regresar al hogar.
El hijo pródigo tomó conciencia de su situación cuando estaba en medio de su desgracia, y se dio cuenta de que cualquier empleado en la casa de su padre estaba mejor que él. En su miseria, el muchacho recordó el amor de su padre. Y los recuerdos de ese amor lo llevaron a volver a su hogar.
Finalmente, decidió regresar y confesar su pecado. pensó en lo que le diría a su padre: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus empleados”. Débil y hambriento, vestido con harapos, dejó por fin la compañía de los cerdos y se puso en camino para regresar al hogar de su niñez.19
El fugitivo no tenía idea de la tristeza que había aplastado a su padre desde que el hijo se había ido. Mientras bailaba y banqueteaba con sus escandalosos compañeros, no había tenido tiempo de pensar en la sombra que se había extendido sobre su casa. Y nadie podría haberle hecho creer que su padre se sentaba todos los días a contemplar el regreso de su hijo. Ahora, con pasos pesados y dolorosos, el hijo regresa a implorar no más que un empleo.
A la distancia, el padre reconoce a su hijo y corre a su encuentro y le da un largo y emotivo abrazo. Para proteger a su hijo de las miradas indiscretas, el padre se quita su propia capa y la coloca sobre los hombros del joven.
Confundido por este amoroso recibimiento, el muchacho comienza el discurso de arrepentimiento que había ensayado. Pero su padre no quiere escucharlo, porque no tiene en su casa un lugar para un siervo-hijo; su muchacho va a disfrutar de lo mejor que el hogar posee. El padre les da instrucciones a sus siervos para que le den los mejores vestidos, un anillo y calzado nuevo. Se organiza una fiesta, para que todos puedan celebrar: “Mi hijo estaba muerto, pero ahora vive; estaba perdido, pero ha regresado”.
¡En ese momento, el concepto que el hijo tiene de su padre es totalmente distinto! Siempre había pensado que era autoritario, exigente, inflexible. Pero no más. En su profunda necesidad, comprendió el verdadero carácter de su padre. Y de eso se trataba la historia.
En nuestra rebeldía, a menudo pensamos que Dios es intolerante y autoritario, demandante ante sus requerimientos. Pero, cuando hemos estado lejos por algún tiempo y estamos hambrientos espiritualmente, vestidos con los harapos del pecado y la culpa, podemos apreciar cuán amoroso y compasivo es realmente el Padre. Cuando apenas damos el primer paso del arrepentimiento, él corre a nuestro encuentro y nos recibe en sus brazos de amor. Perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos (ver Jer. 31:34).
No esperes más, no trates de purificar tu vida para llegar a ser bueno antes de acercarte a Jesús. Si esperamos a ser lo suficientemente buenos, nunca volveríamos a casa. Jesús te sigue esperando, sigue llamando, te sigue implorando. Todo el cielo desea celebrar tu regreso.20
17 Palabras de vida del gran Maestro, pp. 156, 157.
18 Ibíd., p. 157.
19 Ibíd., p. 159.
20 Ibíd., pp. 160-162.
Capítulo 5
Cuando hacer todo bien no es suficiente
Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:
–Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna?
–¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? –respondió Jesús–. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.
–¿Cuáles? –preguntó el hombre.
Contestó Jesús:
–“No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” y “ama a tu prójimo como a ti mismo”.
–Todos esos los he cumplido –dijo el joven–. ¿Qué más me falta?
–Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
Mateo 19:16-22.
* * * *
Este joven tenía todo lo que a la gente de su edad le gustaría tener: fama y riquezas. Un día, al observar cómo Jesús trataba a los niños, nació en su corazón el deseo de ser también su discípulo. La idea fue tan fervorosa que corrió hasta Jesús, se arrodilló y, sinceramente, le hizo la pregunta más importante en la vida: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”
Jesús respondió con un desafío que probó los pensamientos del muchacho. Replicó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios”.
Este joven ejecutivo obviamente vivía “la buena vida”. Se había convencido a sí mismo de sus logros personales en la vida laboral y espiritual. Sin embargo, aunque tenía todo sentía que algo le faltaba.