Jesús, el Hijo de Dios. Ty Gibson
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Los propios escritores de la Biblia parecen no saber nada de esta manera temática de concebir la verdad. Es aparentemente ajena a la antigua forma hebrea de entender la realidad. Ellos, al contrario, ven y transmiten la verdad en forma de poemas y cantos, símbolos e historias, sobre todo relatos, ya que incluso los poemas, los cánticos y los símbolos se utilizan para contar los relatos.
Cuando la Biblia se estudia a partir de “textos-prueba” pero sin tener en cuenta su contexto, es posible servirse de muchos de sus versículos para formular casi cualquier doctrina que alguien pretenda creer. El estudio de la Biblia con este enfoque es un ejercicio bastante subjetivo, en el que uno busca versículos para apoyar premisas que se quieren defender con la Biblia, y no es sorprendente que se encuentre apoyo para lo que se está buscando.
Al utilizar el enfoque de textos-prueba en la Escritura, podemos fácilmente, y con la mejor de las intenciones, tomar la palabra “hijo”, cuando se la utiliza en referencia a Jesús, y luego apelar a la razón, al margen del relato bíblico, para deducir que él debió haber salido de Dios en algún momento, hace mucho, mucho tiempo. El “Hijo de Dios” no puede ser Dios eterno en el mismo sentido en que el “Padre” es Dios, argumentamos, o de lo contrario no sería llamado “el Hijo”.
Entonces, para explicar los otros “versículos” que presentan a Jesús como Dios, nos vemos obligados a aventurar explicaciones filosóficas y abstractas que la Escritura no ofrece. Decimos cosas del estilo de: “Sí, Jesús siempre existió en el Padre antes de que fuera engendrado por el Padre; por lo que no fue creado por el Padre, sino que emergió del Padre”. Y pensamos que hemos dicho algo significativo y profundo, aunque en realidad no tenemos ni idea de lo que hemos dicho, y sabemos que la Biblia, por supuesto, no dice tal cosa. Pero, cuando utilizamos el método de textos-prueba, que no tiene en cuenta el contexto, no tenemos más remedio que llenar los vacíos con especulaciones que no son inherentes al texto. En otras palabras: tenemos que inventar cosas.
Por supuesto, no podemos culpar a nadie por tratar de dar sentido a un pasaje difícil. Cuando se trabaja con la metodología de textos-prueba, concentrándonos en unos pocos árboles y dejando de ver todo el bosque, es un gran desafío entender que “Dios” pueda a la vez ser “engendrado” como “Hijo de Dios”. Así que, o dejamos de lado los versículos que no encajan, o los interpretamos de modo abusivo. Quienes defienden la posición contraria generalmente responden ensartando su propia lista de versículos y ofreciendo sus propias interpretaciones forzadas. Así que, terminamos atrapados en un callejón sin salida, oponiendo mis textos probatorios escogidos contra los tuyos y los tuyos contra los míos.
Pero hay una solución, y veremos muy claramente que es la solución una vez que nos comprometamos con ella y veamos a dónde conduce:
Lee la Biblia.
De tapa a tapa.
En sus propios términos.
Cuando leemos la Biblia como un relato en desarrollo, como la gran historia que realmente es, con personajes clave presentados en una línea argumental con una intención concreta, el significado de la filiación de Cristo se vuelve evidente de manera inequívoca. En otras palabras, si realmente queremos entender el sentido en el que Jesús es el Hijo de Dios, necesitamos salir de nuestra selección personal de versículos para entrar en el gran relato histórico que los profetas están contando.
En caso de duda, mira el panorama completo.
Cuando lo hacemos, se abre ante nosotros todo un nuevo mundo de comprensión bíblica, y no hay necesidad de interpretaciones forzadas. Sencillamente, lo vemos. La historia completa nos muestra la verdad de maneras en las que la microgestión de versículos aislados no lo puede hacer.
Así que, vamos a hacer justo eso. Leamos la Biblia en sus propios términos, y veamos a dónde nos lleva.
Esto promete ser emocionante.
“…cuando utilizamos el método de textos-prueba, que no toma en cuenta el contexto, no tenemos más remedio que llenar los vacíos con especulaciones que no son inherentes al texto. En otras palabras: tenemos que inventar cosas”.
Capítulo tres
Una profecía sobre progenie
La historia bíblica empieza con la creación de Adán y Eva por parte de Dios.
Se trata de los primeros seres humanos.
Todos los demás humanos descienden de ellos.
Hay un patrón que salta a la vista en el relato: creación y procreación.
Dios crea a Adán y a Eva “a imagen de Dios”, y luego Adán, con no poca ayuda de Eva, “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Gén. 1:27; 5:3).
Y este muchacho, Adán, es el primer “hijo de Dios” mencionado en el relato bíblico. Es el primer personaje en la historia que da significado a la noción de filiación, un concepto que se sigue construyendo a lo largo del resto de la Biblia. Cuando llegamos al relato del Nuevo Testamento, el contenido y el alcance del tema del “hijo” se hacen evidentes. En la genealogía de Jesús según Lucas, a cada personaje del linaje se lo llama el “hijo de” un padre humano, hasta que llegamos al final de toda la lista, Adán, el primer hombre, que se distingue de todos los demás por lo siguiente:
“…Adán, hijo de Dios” (Luc. 3:38).
¿Te diste cuenta? El Nuevo Testamento se remonta deliberadamente hasta el inicio de la historia bíblica, con el fin de aclararnos quién es Jesús, y lo hace diciéndonos quién era Adán. Por un lado, está Adán; y por el otro, Jesús. Y estas dos figuras constituyen la base de toda la historia bíblica, como veremos mejor y con mayor claridad a medida que avancemos.
Desde el principio de nuestra historia, Dios tiene un hijo, y su nombre es Adán. Dios tiene también una hija, y ella también forma parte vital de la trama de la historia, como pronto veremos. Por ahora, estamos interesados en seguir el hilo de la noción de “hijo” en la Biblia, para comprender la filiación de Jesús.
Según Lucas, Adán es “hijo de Dios” en un sentido más “fundacional” que cualquiera de los seres humanos que lo siguen.
¿Por qué?
Bueno, simplemente porque él es el primero de su clase, el primer ser humano, de quien saldrán todos los demás y de quien recibirán su identidad.
Adán y Eva fueron creados.
Todos los demás fueron procreados.
Así es como comienza la historia bíblica.
Adán era la cabeza de la raza humana, de quien toda la humanidad recibiría su “semejanza”. A partir de él, la “imagen” de Dios debía transmitirse de generación en generación, y crear un círculo cada vez más amplio de seres humanos con la capacidad de amar como Dios ama, y de vivir a “imagen y semejanza” de Dios. Ese era el plan divino al crear a la humanidad. Habría una sucesión de hijos e hijas que pasarían a sus descendientes la imagen de Dios. Una vez más, para que quede claro:
Dios creó a Adán