Jesús, el Hijo de Dios. Ty Gibson
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David, el hijo de Dios, que da paso a…
Salomón, hijo de Dios.
Cada vez está más claro. La Biblia es un relato sin fisuras. La historia se inicia con la creación del primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, y luego sigue su camino hacia adelante por medio del llamado a Abraham, el establecimiento de Israel, la unción de David como rey de Israel, y luego la de Salomón, el rey de la paz. Todo avanza hacia un gran final:
El nacimiento de la descendencia prometida.
Un nuevo Adán que redimirá a la humanidad de su caída.
Un ser humano que será “el hijo de Dios” por su fidelidad al Pacto y que restablecerá así la relación rota entre la humanidad y Dios.
“La historia humana se caracteriza fundamentalmente por la ruptura del Pacto. Somos una raza definida por la disfunción relacional y la desintegración, una raza de víctimas y verdugos, una raza de no-amantes”.
Capítulo siete
Identidad del Pacto
Antes de cruzar el puente que nos lleva del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento (de las sombras de las figuras mesiánicas hasta el mismo Mesías), hagamos una pausa para asegurarnos una clara comprensión de lo que la Biblia quiere decir con la noción de “alianza”, porque este es el motor teológico que impulsa la historia bíblica hacia adelante, como ya hemos observado.
Por su valor puramente conceptual, “pacto” es una de las palabras más significativas de la Escritura. Es la idea que más plenamente define quién es Dios y cómo Dios actúa. Dios es el Dios del Pacto, que actúa a través de su Pacto, y que interviene siempre y unicamente dentro del flujo relacional dinámico de pacto.
Entonces, ¿qué significa esta palabra altamente cargada de sentido? Hablando a través del profeta Oseas, Dios revela las intenciones de su corazón en favor de Israel y de toda la humanidad en términos de pacto:
“Porque misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos. Pero ellos, como Adán, violaron el pacto; allí han pecado contra mí” (Ose. 6:6, 7, ESV).
En primer lugar, observa que el “pacto” implica “amor inquebrantable”. Observa también que la caída de Adán y, por extensión, el estado caído de la humanidad como un todo, se define con las palabras “ellos… violaron el pacto”. Está claro, entonces, que el “Pacto” abarca todo el relato bíblico, se remonta al propósito original de Dios para la humanidad, y alcanza el último “deseo” de Dios para el mundo.
Mediante el profeta Isaías, Dios expresó la esencia de su Pacto en estos términos:
“ ‘Porque los montes se moverán
y los collados temblarán,
pero no se apartará de ti mi misericordia,
ni el pacto de mi paz se romperá’,
dice el Señor, quien tiene misericordia de ti” (Isa. 54:10).
“Escucha y ven a mí;
escucha, para que puedas vivir.
Haré un pacto eterno contigo,
mi fiel amor prometido a David” (Isa. 54:10).
¡Qué hermoso y rico significado relacional!
Aquí, de nuevo, vemos que la alianza con Dios tiene una dinámica relacional que conlleva:
Amor inquebrantable.
Amor incondicional.
Amor fiel.
O, dicho de otro modo: el Pacto implica vivir con una integridad relacional inquebrantable. Decir que Dios es un Dios de pacto es decir que Dios es relacionalmente fiel a todos los demás por encima de sí mismo y por fidelidad a sí mismo, y a cualquier costo, hasta a costa de sí mismo. El Pacto es, por lo tanto, una noción bíblica que comunica la identidad esencial de Dios, la esencia de su carácter. A la pregunta “¿Quién es Dios?”, la Biblia responde: ¡Dios es un Dios fiel a su Pacto!
Pero el Pacto no solo revela quién es Dios, sino también revela lo que realmente significa ser humano. En el texto de Oseas 6, el Dios del Pacto solo desea una cosa de los seres humanos: su amor verdadero; es decir, su fidelidad al Pacto. Por contraste lógico, romper el Pacto equivale a lo que pasa cuando los seres humanos dejan de estar en sintonía con su verdadera identidad. Observa cómo Isaías formula la idea:
“Y la tierra fue profanada por sus moradores,
porque traspasaron las leyes,
falsearon el derecho y
quebrantaron el pacto eterno.
Por esta causa la maldición consumió la tierra
y sus moradores fueron asolados” (Isa. 24:5, 6).
La historia humana se caracteriza fundamentalmente por la ruptura del Pacto. Somos una raza definida por la disfunción relacional y la desintegración, una raza de víctimas y verdugos, una raza de no-amantes.
El Pacto es una noción relacional. Vivir dentro del Pacto es vivir para todos los demás con amor fiel. La ruptura del Pacto ocurre cuando las personas viven para sí mismas en detrimento de los demás. Según Isaías, la ruptura de nuestro Pacto ha impactado de manera nociva a la Tierra misma. El propio ecosistema ha sido “profanado” y “deteriorado” por nuestra violación del sistema de pactos que nos comprometía con la Tierra. En resumen, todo el mal del mundo se debe a la ruptura de la Alianza; es decir, todo lo malo del mundo se debe a relaciones rotas, al amor violado. Todo lo que Dios desea para el mundo es que nuestra fidelidad al Pacto sea restaurada y que ese sea nuestro modo fundamental de existir. Dios solamente desea que cada uno cuide del bienestar de todos los demás.
El Pacto es, en pocas palabras, amor omnidireccional: amor entre Dios y los seres humanos, amor entre los seres humanos y amor entre los seres humanos y la Creación, que está a su cargo.
Pero, obviamente, eso no es lo que está pasando en el mundo.
Por eso Dios se hizo hombre, para vivir los términos relacionales del Pacto para nosotros, por nosotros, en nosotros y como nosotros.
Por medio de Isaías, Dios le dijo al Mesías por venir: “Yo, el Señor, te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré, y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Isa. 42:6). Después vino Daniel y predijo que el Mesías que vendría “confirmaría el pacto” y sería llamado “el Príncipe del pacto” (Dan. 9:27; 11:22). Finalmente, Malaquías cerró el Antiguo Testamento llamando al Mesías venidero el mensajero del pacto (Mal. 3:1). El Mesías es:
La personificación del pacto de Dios con su pueblo.