Hacia una teoría de las empresas familiares. David Wong Cam
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Figura 2
Consumo con la posibilidad de prestar y pedir prestado
Fuente: Gómez-Bezares (1991).
Sobre la gestión de empresas, en el enfoque global son necesarias algunas precisiones. El enfoque economicista simplifica enormemente la realidad, por dos razones. La primera consiste en que en la mayoría de los países el mercado de capitales no es desarrollado y, por lo tanto, el intercambio de consumo presente por futuro es limitado. La segunda razón refiere a que la mayoría de las empresas son pequeñas y sufren serias dificultades para obtener recursos. Los recursos se toman en su definición más amplia (no en el sentido restrictivo de dinero en efectivo): «incluye todos los activos, capacidades, procesos organizacionales, información y conocimientos controlados por una firma, y que le permiten concebir e implementar estrategias que mejoren su eficiencia» (Barney, 1991, p. 101). De esta definición, se rescata que parte de los recursos que necesita un empresario es el conocimiento, y que, además del que se adquiere en institutos educativos, el formal, también es necesario el tácito, que proviene de la experiencia.
La provisión de recursos está marcada por tres características: disponibilidad, si el recurso existe en el mercado; accesibilidad, si ambas partes están dispuestas a realizar el intercambio; e incertidumbre, si este supone un grado de sofisticación cuya calidad es difícil conocer de antemano.
Una empresa crece si dispone, por un lado, de capital humano y social, y, por otro, del financiero. El capital humano refiere a los conocimientos, habilidades y capacidades dentro de la empresa. El capital social son los recursos que pueden obtenerse por medio de contactos personales y de redes; este recurso, distintivo, desarrolla, en lo fundamental, conocimiento tácito. Una empresa recién creada empieza con escaso capital financiero (activos tangibles), y su capital humano importante se circunscribe a lo que dispone su núcleo familiar próximo. El capital social, los contactos, no siempre provee recursos y puede ser un impedimento para el crecimiento de la empresa (Lester, Maheshwari, & McLain 2013).
En un estudio sobre pequeñas empresas, se ha encontrado que ellas pasan por tres fases: la primera corresponde a un mercado de competencia perfecta; la segunda, como un vendedor en un oligopsonio; y la tercera, como oligopolio (Wong, 2014). La microeconomía sostiene que, en las dos primeras fases, los gestores obtienen rentabilidades magras. Esto puede explicarse por la dificultad para obtener recursos, en especial del tipo de conocimiento tácito. Entre otros factores, el mercado de capital no es desarrollado, muchas empresas operan sin poder en el mercado (competencia perfecta o vendedores en un oligopolio), y esta situación obedece a que tienen grandes dificultades en conseguir recursos.
2.2 El consumo en las perspectivas economicista y global
Primero se explicará el consumo desde la perspectiva economicista, abordando la teoría clásica del consumo. Las curvas de indiferencia son las mismas que en la figura 1, pero aquí se muestran las preferencias entre el consumo del producto A y el producto B o una combinación de ambos (véase la figura 3). Estas suponen que la utilidad marginal es decreciente, aunque siempre positiva. Mayor consumo es más felicidad. Por lo tanto, si el consumidor se sitúa en la curva más alejada del origen, estará más contento. Las características de estas curvas son cuatro: (1) se prefieren las curvas de indiferencia más alejadas del origen, (2) las curvas de indiferencia tienen pendiente negativa, (3) las curvas de indiferencia no se cortan y (4) la relación marginal de sustitución (RMS) refleja la tasa de sustitución por la que el consumidor está dispuesto a intercambiar un producto por otro manteniendo el mismo grado de satisfacción. Es importante anotar que la elección hacia la máxima utilidad conlleva un resultado final inamovible. Así, por ejemplo, con respecto a la primera característica, una vez que el consumidor ha escogido la combinación de productos que le reporta la máxima utilidad, ninguna variable exógena (como el estatus) modifica este gusto. Así, también, dadas además las características 2, 3 y 4, los gustos no pueden modificarse.
Figura 3
Curvas de indiferencia
Fuente: Mankiw (1998, p. 411).
La perspectiva economicista del consumo tiene sus detractores. Becchetti, Corrado y Rossetti (2011) clasifican a los consumidores en seis tipos, en función de su nivel de ingreso y su grado de felicidad (entendida como satisfacción): (a) felices y solventes (satisfied achievers), cuando se han incrementado tanto su felicidad como su ingreso; (b) infelices e insolventes (frustrated losers), cuando han decrecido tanto su felicidad como su ingreso; (c) felices e insolventes (satisfied losers), cuando se ha incrementado su felicidad, pero ha decrecido su ingreso; (d) infelices y solventes (frustated achiever), cuando ha decrecido su felicidad, pero se ha incrementado su ingreso; (e) indiferentes y solventes (indifferent achievers), cuando, a pesar de haber incrementado su ingreso, son indiferentes a la felicidad; y (f) indiferentes e insolventes (indifferent loser), cuando, a pesar de haber disminuido su ingreso, les es indiferente la felicidad.
Sus conclusiones se basan en 71.228 encuestas realizadas entre 1991 y 2005 en el Reino Unido. Una primera observación es que, del total de la muestra, el 64% aumentó su ingreso y el 36% lo disminuyó. Podría pensarse que todos los solventes deben ser felices, pero solo un 16,4% presenta esa condición. Existe un significativo 47% que, a pesar de haber aumentado su ingreso, siente o que el ingreso no explica la felicidad o, contrariamente a lo pensado, es infeliz (aquí se encuentran los solventes divorciados).
En la misma perspectiva economicista, Hsee, Yang, Naihe y Shen (2009) discrepan de la conclusión que afirma que a un porcentaje significativo de solventes les es indiferente la felicidad o que son infelices. Sostienen que las nuevas teorías de la economía del comportamiento pueden explicar mejor la relación existente en el uso consumista del dinero y la felicidad.
Las curvas de utilidad en las nuevas teorías de la economía del comportamiento no pueden simbolizarse como curvas de indiferencia. Parten esencialmente de un principio importante: la posición relativa. Este paradigma supone que el consumo está influenciado por el estatus con respecto a otro consumidor y su ingreso, es decir, por una posición relativa. La perspectiva clásica supone que la elección del consumidor no es influenciada por estos factores. Es posible que un consumidor pueda consumir más porque dispone de mayor ingreso, pero si el resto de los compañeros consume aún más debido a que ganan más que él, estará menos feliz. En este sentido, la elección de consumo conlleva un resultado que depende del comportamiento de otros; por tanto, es modificable.
Hsee et al. (2009) reformulan la teoría clásica del consumo al diferenciar la experiencia de recibir ingreso que permite un mayor consumo y el consumo per se. Luego, distinguen un consumo de un producto cuyo nivel de satisfacción es razonablemente cuantificable sin referencias (por ejemplo, un calentador en el invierno en Nueva York: se puede regular la temperatura), de otro tipo de consumo cuyo nivel de satisfacción no es cuantificable y debe estimarse en función de referencias (por ejemplo, el peso de un diamante, la marca de una cartera de vestir, etc.). La teoría clásica del consumo es válida para un consumo cuyo nivel de satisfacción es cuantificable, pero cuando se trata de obtener más dinero para consumir productos cuya satisfacción no es fácilmente cuantificable, es válida la teoría de la economía del comportamiento. Los autores estiman de esta manera que ese 47% de solventes indiferentes o infelices podría disminuir, información lograda en el trabajo de Becchetti et al. (2011). Por lo tanto, los autores persisten en la creencia de que más dinero ofrece más felicidad.