El juego de las élites. Javier Vasserot
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Читать онлайн книгу El juego de las élites - Javier Vasserot страница 19
–Álvaro, ¿cómo ha ido, tío? Yo estoy agotado. ¿Comemos juntos y comentamos?
–Todo de puta madre, pero no puedo comer. Ya he quedado. Luego hablamos.
Bernardo se compró un bocata y se fue a un parque cercano a relajarse. Allí sería mucho más fácil no coincidir con nadie. Lo necesitaba. Volvió a primera hora de la tarde y se encontró encima de la mesa del despacho dos cajas vacías de cartón y una nota:
PARA: Bernardo Fernández Pinto
DE: Pier Águila
Ven a verme en cuanto llegues.
Se dirigió raudo al despacho de Pier con un nudo en el estómago. Desde luego, la cosa pintaba mal.
–Buenas tardes, Pier. He visto tu nota (y las cajas). Dime.
–Bernardo, prepárame un informe con todos los temas que estás llevando tú solo para ponerme al día, recoge todas tus cosas inmediatamente y no vuelvas. Tienes de plazo esta tarde.
Bernardo titubeó.
–¡Pero si esta mañana me pediste que me quedase tres meses!
–Eso era esta mañana. Esta es la decisión definitiva de los socios.
–¿Y qué ha pasado desde esta mañana?
–No puedo decirte nada más que tienes que irte esta misma tarde.
–Pues yo no pienso irme deprisa y corriendo sin despedirme de nadie como si hubiera hecho algo malo. No entiendo este cambio de actitud, Pier. Llevo dejándome la piel en beneficio de los socios más de tres años. Es viernes por la tarde y no podré despedirme en persona de mis compañeros. El lunes vuelvo y lo recojo todo.
–Como quieras. Pero podrías haberme dicho que Álvaro se iba contigo.
Ahora entendía lo que había ocurrido.
–¿Cómo que se va conmigo? Querrás decir que nos vamos los dos.
–Pues no es eso lo que me han dicho. Parece que tú le has convencido de que se fuera contigo a Templeton.
–¡¡Eso es totalmente falso!! –gritó Bernardo. En ese instante sonó el teléfono de Pier.
–Lo siento, Bernardo, no tengo tiempo para ti ahora.
Bernardo salió del despacho de Pier y se fue a casa dándole vueltas a la cabeza. Era imposible que su amigo Álvaro hubiera dicho algo así. ¡Pero si era él quien había tenido que esperar un mes entero hasta que él completase su proceso de selección! ¡Si Álvaro le había pedido expresamente que le comunicase su candidatura a Pablo Pastor! Nada más llegar a casa, donde le esperaba inquieta su recién desposada María para que le contase cómo se había desarrollado un día tan importante, cogió el teléfono y llamó sin demora a Álvaro.
–Hola, Álvaro. ¿Qué ha pasado? Me están diciendo que soy yo quien te ha convencido de irte a Templeton.
–Gordo, no sé si ha sido buena idea lo de Templeton. He quedado con «Henry» en darle una vuelta.
–¿Cómo que una vuelta? ¿No has tenido un mes para eso? ¿No ves que de esa manera estás confirmando la sensación de que he sido yo el que te había convencido? ¡Si me habías pedido que te esperase para comunicarlo juntos! Si tenías dudas, haberme dejado irme primero y luego te lo pensabas. ¿Por qué no quedamos a cenar y lo hablamos con calma?
–No puedo, don Ramón me ha pedido que me tome unos días y me he venido a Ciudad Costera con Gadea. Lo siento, gordo.
Y colgó.
María escuchaba desde el fondo del salón, arrepintiéndose de no haber advertido a su inocente marido y haberlo dejado así caer por primera vez.
El lunes Bernardo acudió al Gran Bufete y dedicó cinco horas a imprimir todos los documentos de cada uno de los seis asuntos que llevaba de manera autónoma, junto con una nota explicativa de dos páginas que dejó, junto con los documentos impresos, sobre la mesa de Pier.
Al acabar, allí no había ganas de despedirse de nadie, ni suyas ni del resto de miembros del Gran Bufete.
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