El juego de las élites. Javier Vasserot
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Читать онлайн книгу El juego de las élites - Javier Vasserot страница 18
–Pablo, creo que ya he tomado mi decisión. Voy a aceptar vuestra oferta.
–¡Qué gran noticia!
–Me gustaría notificárselo a Pier enseguida. Ahora es un buen momento. Se acaba de firmar Cargo y dentro de una semana es Navidad, por lo que habrá un parón y tendrá tiempo de digerir mi marcha.
–Me temo que vas a tener que esperar un poco. Porque te encantará saber que tu compinche Álvaro también se viene. Tiene todavía pendiente acabar el proceso de selección. En pocas semanas lo habrá completado.
Se lo merecía por tonto.
Así que, finalmente un mes después de lo previsto, llegó el momento de comunicar la salida de ambos del Gran Bufete. Iba a ser todo un bombazo. Nunca antes se había ido nadie relativamente sénior del despacho de manera voluntaria, y a la competencia. Y ahora, en poco tiempo, eran tres. Y todos a Templeton. Por eso era preciso preparar minuciosamente la estrategia de salida. Cómo comunicarlo y a quién. Cuándo hacerlo y, sobre todo, que el mensaje transmitido por Álvaro y Bernardo fuera congruente, que ambos contaran lo mismo, lo cual no era sino la verdad: que los dos habían decidido aceptar la oferta de Templeton porque era la manera más veloz de seguir evolucionando como asesores legales. Que convertirse en los primeros asociados en la Nación del gran despacho inglés era una oportunidad que no podían rechazar. Y no por dinero. De hecho, ni siquiera habían acordado su salario. Era la posibilidad de vivir la apertura de un bufete internacional desde cero lo que los seducía. Un bufete con una lista de clientes por la que incluso El Gran Bufete mataría. Asuntos además de dimensión internacional, con múltiples jurisdicciones involucradas. Y todo ese trabajo no podía sino caer en sus manos, pues no habría más asociados en un primer momento. Estarían metidos en todas las grandes operaciones. Nadie podría aplicarles la «gestión por tapón»… O eso creían ellos.
El plan de acción para el día de autos estaba claro. A las diez en punto de la mañana del viernes, así el fin de semana amortiguaría el impacto de la noticia, Bernardo comunicaría su salida a Pier y, a la misma hora, Álvaro haría lo propio con «Henry». Cada uno a su superior inmediato, al socio con quien trabajaban a diario y al que más podía afectarle su salida. Informados estos, hablarían con Tomás (Bernardo) y don Ramón (Álvaro), en calidad de socios responsables de los departamentos a los que estaban asignados. Finalmente, ambos acudirían a hablar con Olga Gracia, la responsable de asuntos internos del Gran Bufete. Evidentemente a nadie se le ocurría llamar a Olga directora de Recursos Humanos.
Nada salió según lo previsto. Ambos entraron a las 10 en punto en los despachos de «Henry»y Pier. A partir de ahí, cualquier similitud con lo planeado debió de ser pura coincidencia, al menos a ojos de Bernardo.
–Pier, ¿tienes un momento? –le preguntó Bernardo mientras entraba en el despacho del socio.
–Claro, campeón, pasa.
–Pier, tengo que darte una mala noticia, bueno, para mí espero que no. He decidido aceptar la oferta de Templeton para incorporarme a su oficina de la Gran Capital.
–¿Y eso? Acabamos de hacer las evaluaciones de fin de año y te había conseguido un aumento mayor que el del resto de tu promoción –mintió Pier–. ¡Me dejas a los pies de los caballos! ¡Me van a colgar!
–Lo siento, Pier. Yo he trabajado fenomenal contigo, pero se trata de una oportunidad única. Y no es por dinero; de hecho ni sé a ciencia cierta cuánto voy a ganar.
–¿Se lo has dicho a alguien antes que a mí?
–No, Pier.
–No hables con nadie, déjame que gestione la comunicación.
–Pero Pier, eso no es posible…
Bernardo dudó si desvelarle la marcha de Álvaro, pero consideró que no era apropiado hacerlo; de hecho habían acordado no mencionar nada de la salida del otro. Se sabría inmediatamente, pero lo mejor era desvincular la salida de ambos y, en todo caso, que cada uno que hablase solo de lo suyo, sin interferencias.
–¿Por qué no?
–Pues porque para poder dar mi preaviso formalmente he de comunicárselo a Olga.
–¿Cuándo te han dicho que te incorpores?
–Cuanto antes; yo había pensado que dentro de un mes.
–¿Un mes? Te necesito aquí como mínimo tres meses. Hay multitud de asuntos que estás gestionando tú solo.
–A ver qué dice Templeton. Ellos no tienen a nadie y en estos momentos necesitan mucho más a un asociado que El Gran Bufete.
Pier se tomó un momento. La situación era peliaguda.
–Déjame que hable con los socios y te decimos algo hoy mismo.
–Vale, pero al menos querría subir a la tercera a hablar con Tomás.
–Me parece bien; déjame que lo llame antes por teléfono –le pidió Pier mientras marcaba la extensión.
«Pues no ha ido tan mal, se dijo Bernardo», que se sorprendió a sí mismo sudando copiosamente. Ahora a ver a Tomás.
Al llegar al despacho del socio este ya estaba colgando el teléfono.
«Pier se ha dado prisa –reflexionó Bernardo–. Mejor así».
En efecto, Tomás estaba hablando de la salida de Bernardo de El Gran Bufete, pero no con Pier.
–Pasa, Bernardo. ¿Cuántos más os vais? Más directo no podía ser.
–¿Cómo que cuántos más?
–Álvaro, tú ¿y quién más? Me acaba de llamar «Henry» –le aclaró Tomás de manera firme pero todo lo cariñosa que le permitían las circunstancias. Bernardo siempre había sido de su agrado.
–Que yo sepa, Templeton nos ha hecho oferta solo a los dos.
–Bueno, Bernardo, está claro que no hemos conseguido que sientas los colores del Gran Bufete. Espero que te vaya bien. Seguro que sí. No puedo decirte nada más.
–Yo sí, Tomás. Te quería decir que he trabajado muy a gusto contigo. Te echaré de menos. He aprendido mucho de ti.
Tomás sonrió agradecido y le estrechó la mano mientras se dirigía a la puerta de su despacho despidiéndose de manera elegante de su pupilo. Bernardo salió del despacho dudando si por su parte El Gran Bufete habría sentido esos años sus colores. No le parecía un comentario justo. No se trataba más que de una profesión, no de un equipo de fútbol. Por mucha sintonía