Anatomía de las emociones. Carles Frigola

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Anatomía de las emociones - Carles Frigola Laertes

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de ignorancia, de indiferencia, etc.— o la respuesta es insuficiente, la excitación libidinal que se ha instalado en los ojos (segmento ocular) y en la superficie de la piel de la cara queda allí estancada y se manifiesta entonces como un afecto de vergüenza.

      Dicho de otra manera, la energía interna (libido), que siempre se descarga de una forma o de otra, lo hace dentro de un vacío emocional por la falta de un objeto contenedor. Se puede experimentar una sensación de rechazo devastadora por falta de acompañamiento emocional. Niños y adultos pueden sentir vergüenza por haber mostrado sus necesidades y ser estas ignoradas o depreciadas.

      Históricamente, se podría situar su origen en la conocida y romántica narración relatada en la Biblia donde la pareja es expulsada del Edén. En este preciso momento los dos protagonistas sienten, más bien, padecen la humillación y la vergüenza de ser mirados por un ser fantasioso y «superior». Juzgados por haber cometido una falta.

      Desde un punto de vista comunitario, la expresión sentir «vergüenza ajena» la podríamos contextualizar en el caso en donde un objeto o un sentimiento son expuestos a la dura mirada de la comunidad. La vergüenza puede surgir en el ser humano como consecuencia de ser desposeído de una identidad grupal o de ser expulsado de un grupo primario. La vergüenza, que hace de guardián de la moralidad pública y de la ortodoxia (científica, cultural, política, religiosa, etc.) es básicamente un fenómeno social. Es capital recordar justo en este punto los matices entre moral (costumbre heredada y repetida) y ética (actitud adquirida, reflexionada, auténtica, a menudo alejada de la costumbre social).

      La palabra hebrea bosh (vergüenza) significa ser expuesto a un cuestionamiento credencial dentro de un grupo. Ser excluido de la comunidad a la que uno siente que pertenece y con la que uno se ha identificado. La vergüenza interpretada desde la vertiente de la moral (repetir las costumbre sin trabajo de reflexión) tendría una importante función de seguridad, supervivencia y de cohesión social, pues el animal (la persona) expulsado del grupo o que decide abandonar voluntariamente el grupo será expuesto inmediatamente al ataque de los depredadores, cosa que no le pasa al animal que siempre vive en manada, bandada, en grupo y en comunidad. Otros autores creen que la vergüenza es una función social. Que en un principio puede ser producida por las expectativas o reacciones de la madre u otros significantes y después se internaliza como vergüenza. J. Lientenburg concluye que podría ser un afecto preprogramado, ya desde el mismo nacimiento.

      En este sentido, la razón de ser de las instituciones, de las sociedades y de los grupos científicos y culturales que protegen a sus miembros del gran poder depredador del tiempo, del olvido, de los nuevos paradigmas que van sustituyendo a los viejos, de los modelos culturales que se ofrecen y de los incesantes progresos sociales a los que serían inevitablemente expuestos si estos miembros decidieran abandonarlas. Estas instituciones protegen a sus integrantes, a través de la vergüenza, del ataque de los depredadores que toman forma de los constantes cambios científicos, culturales y sociales.

      Padecer vergüenza, humillación, sentirse rechazado, no querido, etc. podría dar lugar a la aparición de la venganza y del odio. Pero..., ¿este odio, dónde nace? Y aún más preocupante, ¿cómo lo tratamos? Ahora indagaremos sobre el odio siempre tan presente en nosotros y a la vez tan peligrosamente ignorado.

      El odio

      Quizás uno de los sentimientos más primitivos y profundos que experimentamos. Pero, ¿cómo se origina y cómo nos afecta? Y lo más preocupante: ¿por qué lo ignora nuestra sociedad encubriéndolo con fachadas sociales nada genuinas de coloreadas variaciones; por ejemplo la ira, el menosprecio, etc.? A menudo, al final de un conflicto, en la hora de recreo se sugiere a los alumnos: «todos tenemos que ser amigos»... ¿Ah, sí? ¿Es saludable este consejo o simplemente políticamente correcto? ¿Cómo nace en nosotros esta aversión y repulsa profunda hacia alguien muy diferente a nosotros o por alguna cosa?, como por ejemplo hacia el olor del tabaco, para los que lo hemos dejado después de mucho esfuerzo.

      ¿Quién odia más? Mujeres, hombres, niños. De nuevo la diferencia. No olvidemos que el odio está desposeído de género. El odio tampoco es genético, como señalaba Nelson Mandela: «Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, origen o su religión».

      Seguidamente nombramos cuatro situaciones en donde el odio nace:

      En primer lugar, en el caso de niños pequeños donde aún no pueden expresar la rabia que sienten de manera oral, es decir, antes del habla. A menudo encontramos circunstancias en donde el segmento oral: la barbilla, la boca, la mandíbula, las mejillas y la garganta, descarga energía (libido). Al no tener aún la capacidad de expresar sus sentimientos con palabras aparecen los conocidos mordiscos de la guardería. Es en esta parte del cuerpo (boca) en donde se concentra la rabia. Es de recorrido o de elaboración más breve que el odio. Por lo tanto, se expresa más físicamente, más rápidamente. El odio, en cambio, necesita más tiempo para construirse. Habita en otro segmento corporal. Más cerca del corazón, compartiendo espacio con el amor. «Cuanto más pequeño es el corazón más odio aloja», decía Víctor Hugo.

      Segundo, en una relación de pareja donde uno de los integrantes, independientemente de su género, tiene un carácter más autoritario que el otro y deja poco o nada que negociar a la otra parte. Obligando durante años a ceder constantemente. En el lenguaje vernáculo, diríamos que la persona más sumisa de la pareja se somete a una imposición a regañadientes (en contra del self) acumulando un sufrimiento de humillación y de angustia. Estas relaciones de dominio-sumisión, siempre inmaduras e infantiles, desembocan en un sentimiento de odio profundo a nivel inconsciente que va acumulando la persona sumisa hacia la persona dominante o autoritaria. La mayoría de las veces el sentimiento de odio es disimulado en la superficie.

      En tercer lugar, el caso del odio envidioso relacionado con los celos. Aparece odio fruto de una experiencia vivida desde la confusión con el objeto de amor. Odio hacia un amigo, hacia el trabajo, hacia el cónyuge, hacia un hermano pequeño que acaba de aparecer en la tranquila y egocéntrica vida del hijo primogénito.

      En cuarto lugar, situaciones relacionadas con la depresión. Recordamos que una de las diferencias entre las personas que viven un duelo normal y los deprimidos es que estas últimas guardan un odio hacia sus seres queridos que ya no están. Un odio que nace de la confusión de creer que la persona que ya no está o que te ha abandonado te pertenece, que no tiene vida propia fuera de ti.

      Entonces encontramos el odio invadiendo el segmento torácico: los pectorales, el trapecio, el romboide, los escapulares, los músculos intercostales, los pulmones y el corazón. El odio se instala de forma profunda para quedarse «congelado» al menos durante un tiempo. ¿Qué tienen en común las situaciones previamente descritas que provocan el sentimiento de odio y de agresividad? La lucha de los instintos que cada persona libra en su interior se va acumulando en agresividad. Ahora ya sabemos que esta libido apilada se descarga de una forma y otra. No se puede postergar ad vitam pues engendraría aún más sentimiento de odio.

      ¿Cómo modificamos este sentimiento tan arraigado por otro más ligero y sano? Con diálogo. Analizando los objetos de amor para fragmentarlos. Dividiendo la mente en partes emocionales más simples y más sencillas para llegar a entender la situación. Conversando con uno mismo, con la otra parte o con otras partes y con paciencia.

      Esto amplia nuestro umbral de tolerancia a la diferencia. Si el odio se construye durante años, ha de existir pues un diálogo largo y profundo para derrocarlo. Desmenuzar el odio hará brotar durante la larga etapa de deconstrucción de la mente toda una serie de inevitables emociones nada agradables a las que habremos de encarar. Empezaremos a sentirnos «perturbados, sensibles, vulnerables, desconcertados, incómodos, cansados, inadecuados, incorrectos, desfigurados, postergados, degradados, avergonzados, subestimados, difamados, desacreditados, deshonrados, humillados...».

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