Camino de héroes. Anji Carmelo
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Cuando esto sucede es imprescindible rendirse ante la evidencia, aceptar que hay muchísimo dolor y dejarnos permanecer en él, llorando, expresándolo, rabiando e incluso, desesperándonos.
Si vivimos esta etapa con una actitud y un enfrentamiento valiente, con una comprensión cariñosa hacia nosotros, en el momento preciso para cada uno, algunos antes, otros después, brotarán desde el corazón de nuestro dolor transformado, esos espacios de alivio y relativa tranquilidad. Es importante reconocerlos y entregarse a esos pequeños oasis – sin culpabilidades ni reticencias, ya que es nuestra propia vida que nos reclama.
En algún momento del proceso, vamos a tener que optar por vivir una vez más.
Aunque no parezca vivible, aunque lo que nos queda sólo es un hilo raquítico que parece conducirnos a rincones vacíos e inhóspitos, tenemos que dar un voto de confianza a ese hilo reconductor porque si no, no sabremos nunca lo que nos espera a la vuelta de la esquina de la esperanza.
Sé que se necesita valentía.
Sé que cada vez que la vida nos reclama, surgen culpabilidades.
Sé que incluso nuestra idea (errónea) de amor no concibe que podamos retomar nuestro propio destino sin sufrimiento.
Entonces, tendremos que ser heroicos de verdad, librarnos de la tiranía de la culpabilidad y descubrir ese amor aún más grandioso que nos permite vivirnos y que permite que descubramos la unión estrecha y total con esa persona que ya siempre estará con nosotros.
Rabia
...Entonces amasas
un montón de pisadas
y las plantas
en medio de ese amanecer
y el aire se rompe
en mil pedazos
porque sólo buscaba
una pequeña semilla
para hacerla flor.
Cuando de pronto, sin previo aviso nos encontramos sobre las ruinas, los escombros de lo que ha sido nuestra vida hasta ahora y nos vemos apartando las piedras para encontrar algún vestigio de la vida que allí ha quedado anulada… desaparecida para siempre, de repente, (de repente, porque por muy lento que sea el proceso, la muerte siempre sucede de repente: estaba y ya no está, no existen intermedios.) algo desde muy dentro de nuestro ser nos agarra los órganos vitales y los retuerce con tanta fuerza que incluso la respiración se nos hace laboriosa.
¿Qué hacemos entonces cuándo nuestra más preciada realidad, nuestra totalidad está enterrada entre las ruinas y sólo nuestro retorcimiento agonizante queda de pie (porque no parece haber descanso) buscando razón de ser?
Entonces ese grito mudo surge de lo más profundo y arremete contra la vida, porque ya no tenemos esa razón de ser.
¿Qué hago yo aquí? Nos preguntamos. No queremos estar, no queremos formar parte de los escombros. No queremos ordenar y reconstruir las ruinas porque sabemos que no vamos a encontrar el tesoro que quedó enterrado para siempre.
Y entonces desde esas entrañas dolidas… arremetemos contra todo, contra las ruinas, contra el estar vivo, contra el destino, contra Dios, contra incluso esa persona tan querida que ya no está… todo.
Y esa rabia es lo único que podemos hacer con ganas, es lo único que nos hace sentir vivos.
Tenemos nuestra cruzada particular, nuestro campo de batalla. Lo hemos perdido todo, a ver si ganamos este último combate.
No es una guerra clara porque nuestro único enemigo somos nosotros. Pero, cuando podemos expresar el retorcimiento que agarra todo nuestro ser, a través de la rabia liberadora y podemos hacerlo sin culpabilidades, poco a poco, van quedando espacios en nuestro interior que ya no arden tanto, resquicios apaciguados porque han podido dar ese grito de reclamación, que lentamente se transforma en lágrima purificadora… en descanso merecido.
El guerrero que somos, ha podido defenderse del horror de la aniquilación y ha reconquistado terrenos nuevos con árboles frondosos que invitan al descanso y que permiten vivir lejos de las ruinas, para empezar a construir del nada el cauce de un nuevo río.
Culpabilidad
...¿Qué haces entonces?
¿Intentas reconstruir
el aire?
¿Lamentas
no haber plantado
una semilla?
Perder a esa persona que significaba tanto y que sigue significando tanto, es la pena mayor que nos puede dar la vida. Y de hecho la mayoría lo vivimos así y al sentir esa pena como una condena perpetua, nos preguntamos: ¿Por qué me han castigado? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Por qué a los demás no les pasa algo igual? Y así seguimos cuestionando, comparando intentando encontrar la justicia de la situación.
Entonces, empezamos a buscar nuestros fallos, errores. No sería justo que la vida nos castigara sin razón y todo lo que hemos podido hacer mal y que haya podido ser la causa de este encarcelamiento, empieza a surgir de nuestro pasado.
Todo aquello que no pudimos hacer de la forma más perfecta posible empezará a destacarse por encima de todo lo bueno. No hice... no dije... hice... dije... todo pasará por un examen minucioso y cada vez nos encontraremos culpables.
No lo somos, pero, quizá así en algún lugar hallemos la respuesta a ese razonamiento implacablemente duro, que exige culpa ante un castigo fuera de toda lógica terrenal.
No era nuestra culpa. No hicimos ni dejamos de hacer nada que mereciera un castigo. De hecho, podemos intuir que no es un castigo. Muy dentro nuestro sabemos que la vida es tan completa que incluye nacimientos y muertes y que no dictamos sobre ellos. Muy dentro sabemos que cada persona tiene un tiempo y que eso está por encima de nuestros planes, por encima de nuestros deseos, por encima de los dictados terrenales donde si podemos crear, hacer y deshacer.
Pero hay una cosa más importante que todo esto y es que normalmente intentamos hacer las cosas de la mejor forma posible. No actuamos haciéndolo lo peor posible. No nos dedicamos a sembrar futuras desgracias en nuestro entorno. En cada momento damos la mejor respuesta que tenemos para cada situación. Si tuviéramos otra mejor la utilizaríamos.
Muchas veces nos damos cuenta de otras respuestas más adecuadas después, porque actuar hace que tomemos conciencia de lo mejorable y nos facilita nuevos recursos, nuevas capacidades. Entonces vivimos esta nueva capacidad como si estuviera desde siempre y nos culpabilizamos por no haberla utilizado antes. Desde mi presente me echo la culpa por mis actuaciones pasadas como si antes dispusiera de mi nivel de conciencia actual. Desde la llegada veo otros caminos y me hostigo por no haberlos tomado cuando no los veía y cuando no estaban a mi disposición.
Desde esta perspectiva, la culpabilidad no tendría razón de ser. Es importante que nos demos cuenta de esto ya que la culpabilidad dificulta aún más el proceso de transformación del dolor por el cual tenemos que pasar si queremos