Las negociaciones nuestras de cada día. Clara Coria
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Las negociaciones nuestras de cada día - Clara Coria страница 6
1 Las diversas formas de inhibición que llevan a muchas mujeres a ceder (con un sentido aplacatorio) para evitar negociar, como también a experimentar malestares significativos cuando están negociando, son síntomas que evidencian la existencia de conflictos.
2 Muchas de estas dificultades no son patrimonio exclusivo de las mujeres pero las afectan mayoritariamente, porque el aprendizaje del género femenino presenta condicionamientos que determinan en las mujeres mayor vulnerabilidad y menores recursos para enfrentarlos.Estas dos hipótesis se complementan con una tercera que, a mi juicio, se convierte en clave inestimable no sólo para comprender teóricamente aspectos profundos de esta problemática sino también como herramienta conceptual que permite transitar caminos de transformación en la práctica concreta que trascienden la teoría.
3 Altruismo no es sinónimo de solidaridad. Sin embargo, se perpetúa una identificación incongruente de ambos conceptos. Dicha identificación se convierte, para muchas mujeres, en un obstáculo que inhibe en ellas las actitudes negociadoras.
Estoy convencida de que la posibilidad de discernir entre el altruismo y la solidaridad es una de las claves fundamentales que permiten poner en marcha cambios concretos en los comportamientos de muchas mujeres en lo que respecta a la negociación. Por ello le asigno a esta tercera hipótesis un valor particularmente significativo. Estas tres hipótesis serán desarrolladas en el último capítulo, que está dedicado a analizar las relaciones específicas entre negociación y género.
Podemos finalizar esta introducción diciendo, de forma sintética, que la negociación que asusta a tantas mujeres cuando deben implementarla para defender intereses propios no es el fantasma que se quiere hacer creer. Es la menos violenta de las alternativas de que disponen los seres humanos cuando se ven en la necesidad de resolver sus diferendos. Pero es mucho más trabajosa y demanda creatividad. Como si esto fuera poco, el hecho de negociar plantea también un desafío personal de cada una consigo misma. Me refiero al desafío que consiste en mantener un equilibrio entre el derecho a defender los propios intereses y controlar las pulsiones de dominio que atentan contra los intereses ajenos. E incluso hay algo más: al cabo de años de investigar, llegué a la conclusión de que casi cualquier negociación empieza siendo una negociación consigo mismo, pero que por la complejidad que ello significa suele ser, con frecuencia, lo último que se aborda cuando debería ser lo primero. Estoy convencida de que no es casual que esta certeza haya aparecido cerca del final de mis investigaciones. Con frecuencia es posible comprobar que cuando el punto neurálgico es candente resulta contraproducente —y a veces imposible— abordarlo de entrada. Se impone, más allá de nuestro deseo, llegar a él dando vueltas, de la misma manera que para atravesar una montaña empinada es necesario ir zigzagueando. La distancia por recorrer se duplica, pero, paradójicamente, es la única manera de acortarla. En este libro respetaré ese «orden de aparición» colocando el capítulo correspondiente a las «negociaciones con una misma» también al final, y sugeriré muy expresamente a lectoras y lectores que controlen los impulsos de precipitarse (como yo tuve que controlar los míos), porque no es poca cosa la preparación y «ablande» que exige el poder enfrentarse con ese tema.
2. Los «no negociables»
En muchas charlas dirigidas a mujeres, el tema de la «negociación» despertaba casi inevitablemente encendidos enfrentamientos que, con frecuencia, se sintetizaban en dos posturas con valores opuestos. Se dejaban oír voces exaltadas que sostenían con fuerza que «hay cosas que no se negocian», haciendo referencia al amor, la solidaridad, la honestidad o la dignidad humanas, entre otros valores. Con la misma intensidad y convicción siempre alguien respondía que «todo es negociable… sólo es cuestión de precio».
Lo «no negociable» es aquello que traspasa el límite, muy personal y subjetivo, de lo que las personas están dispuestas a ceder, en función de sus necesidades, valores y ambiciones. Pero también es lo que no se discute —ni se cuestiona—, porque pareciera formar parte de la propia naturaleza, sin la cual cada uno deja de ser quien es.
Lo que no se discute
Llamó profundamente mi atención descubrir que muchas mujeres ponían en la bolsa de lo «no negociable» una cantidad de actitudes que no sólo no eran cuestionadas, sino ni siquiera factibles de ser pensadas. Entre esas actitudes figuraban, casi en primer plano, comportamientos cotidianos tales como preparar el bolso del fin de semana o del club para el marido (que no era discapacitado), cambiar automáticamente el papel higiénico cuando quien terminó el último rollo fue otro miembro de la familia, levantarse de la mesa a buscar la sal cuando otro expresaba la necesidad de sazonar mejor su propia comida, cambiar los pañales con caca aun cuando al marido le guste compartir las tareas hogareñas. Al respecto una mujer comentaba:
Mi marido es recolaborador. ¿Pero qué hubiera pasado si no fuera así? En mi casa compartimos mucho porque a él le gusta cocinar y salir con los chicos. Me doy cuenta de que compartimos porque es él quien lo decide. No le resto mérito a eso, pero me pregunto: si él no fuera así, ¿tendría yo la fuerza necesaria para negociar y equilibrar las cosas? Porque acabo de darme cuenta de que él limpia los pañales con pis pero no los que tienen caca. Yo lo dejo pasar porque veo que hace otras cosas, pero … ¿y si todos los pañales fueran con caca?
Es evidente que cambiar los pañales con caca nada tiene que ver con comportamientos éticos ni con valores humanos. Es una actividad que más bien engrosa la lista de los trabajos serviles que en la antigüedad estaban destinados a los esclavos y, en las clases privilegiadas de hoy día, al personal doméstico. Sin embargo, aun cuando haya una diferencia ostentosa entre cambiar un pañal con caca y adoptar un comportamiento deshonesto, ambas actividades son igualadas y colocadas cuidadosamente en el mismo nivel de los «no negociables», es decir de aquellas cosas sobre las que no se discute.
Los «no negociables» suelen adoptar variadas y curiosas formas, generalmente a la medida de los pactos no explicitados con que las parejas y las familias han armado la trama vincular.
Otra mujer comentaba que durante diez años acompañó a su marido a un club donde él desarrollaba una actividad muy específica y exclusiva y ella quedaba excluida sin otra posibilidad que llevar un libro para leer. Nunca se le había ocurrido «negociar» con su marido los fines de semana. Negociar, por ejemplo, que se iban a alternar en el rol de acompañantes o que cada tanto iban a tomarse la libertad de disfrutar sin la compañía del otro. Era algo impensado e impensable, no porque estuviera prohibido sino simplemente porque era considerado «natural» que ella debía acompañarlo donde él deseara ir, al estilo de nuestro código civil4 (modificado recién en 1968), que «fijaba el domicilio conyugal donde el marido lo estableciera». La única alternativa que durante diez años puso en práctica esta familia estaba pensada para satisfacer las necesidades de uno solo de sus miembros.
Seguramente porque todos creían que así debía ser, incluso los más insatisfechos. Es evidente que el cambio debe venir de quien menos disfruta, pero si este considera «natural» ocupar un lugar subordinado, el cambio no puede producirse. No fue poca la sorpresa de esta mujer al descubrir cuan activamente había participado en su propia insatisfacción, ni tampoco fue menor su sorpresa al comprobar que una vez descubierta era posible proponer alternativas diferentes y defender sus propuestas, para satisfacción