Pablo VI. José Luis González-Balado

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Pablo VI - José Luis González-Balado Caminos

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de septiembre). Tras haberse recuperado de una prolongada neumonía consiguiente a la ola de frío de la fecha de su ingreso, da comienzo a la visita pastoral de su archidiócesis que comienza por el Duomo, con un programa de visita a las cerca de 1.000 parroquias que la componen. Su entrega a un desbordante programa pastoral no le dejará un momento de descanso, atendiendo con generosa entrega todas las necesidades de la inmensa archidiócesis ambrosiana, pidiendo y recibiendo la colaboración de otros pastores, y brindando la suya con ejemplar disponibilidad.

      1956 (5 de agosto). Una invitación que acepta con cordial disponibilidad es la de Angelo Giuseppe Roncalli, que le pide que celebre la ceremonia conmemorativa del quinto centenario de la muerte de San Lorenzo Justiniano, primer Patriarca de Venecia.

      1957 (5-24 de noviembre). Por iniciativa del Arzobispo Montini se lleva a cabo la Misión de Milán sobre el tema Dios Padre. Intervienen 1.288 predicadores, entre los cuales los cardenales Lercaro (de Bolonia) y Siri (de Génova) y, entre arzobispos y obispos, un total de 15.000 conferencias/sermones realizados en 410 sedes.

      1958 (9 de octubre). Tras estar largamente enfermo, fallece en Castelgandolfo Pío XII. El nombre de Juan Bautista Montini despierta rumores como posible sucesor, sobre todo por parte de su gran amigo y admirador Angelo Giuseppe Roncalli, pero hay un inconveniente en que aún no haya sido nombrado cardenal.

      (28 de octubre). En un largo cónclave, tras once votaciones a pesar del reducido número de cardenales (51) resulta elegido –con sorpresa del mundo entero– el Cardenal-Patriarca de Venecia A. G. Roncalli, que elige ser llamado Juan XXIII.

      (15 de diciembre). El nuevo Papa, joven de espíritu aunque entrado en años, rejuvenece a la Iglesia introduciendo novedades bien acogidas. Una de las primeras, junto con la convocatoria del Concilio ecuménico, fue nombrar 21 nuevos cardenales, en una lista encabezada por el Arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini.

      1963 (3 de junio). Tras un pontificado sembrado de iniciativas de espíritu evangélico y una vida de santidad reconocida por todos los cristianos y los que no lo eran, fallece santamente Juan XXIII, produciendo un luto nunca tan sentido en todo el mundo. Había convocado el Vaticano II y animado con su espíritu y conducta evangélicos una prerreconciliación entre todos los hombres, y había fallecido como un santo, como casi toda la Iglesia deseaba fuese reconocido por aclamación. Nombrándolo cardenal, había removido el obstáculo que a Montini le había impedido afianzar su candidatura como sucesor de Pío XII. Pese a las apariencias, fue muy posible lo de que, a veces, Dios escribe recto con líneas en apariencia torcidas. De hecho...

      (21 de junio). En un cónclave muy corto, con sólo cinco escrutinios, Juan Bautista Montini resultó elegido sucesor de Juan XXIII, eligiendo ser llamado Pablo VI. En el primer radiomensaje pronunciado al día siguiente de ser elegido, expuso con claridad su principal programa: «La parte principal de mi pontificado estará dedicada a la prosecución del Concilio ecuménico Vaticano II, en el que se concentran las miradas de todos los hombres de buena voluntad. Tal será la obra principal en la que me propongo volcar todas las energías que el Señor me ha dado para que la Iglesia católica que brilla en el mundo como símbolo alzado sobre todas las naciones, pueda atraer hacia sí a todos los hombres, con la majestad de su organismo, con la juventud de su espíritu, con la renovación de todas las estructuras, con la multiplicidad de sus fuerzas, procedentes de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Este será el primer pensamiento del ministerio pontificio para que sea proclamado cada día más alto ante el mundo que sólo en el Evangelio de Jesús radica la salvación que se espera y desea: “Puesto que no hay bajo el cielo otro nombre ofrecido a los hombres por medio del cual puedan salvarse” (He 4,12)».

      (21 de junio). Toda su vida, en cada uno de sus pasos, vida conducida y pasos dados en fiel seguimiento del Evangelio, fue un permanente aprendizaje y esfuerzo para ser fiel a Dios en su conciencia. Quienes lo eligieron sucesor de Juan XXIII, no todos tenían la seguridad de intuir cuáles serían en concreto sus pasos: si proseguiría o interrumpiría un Concilio cuya primera sesión se había concluido sin aparente éxito. Él despejó de inmediato la duda, asegurando ser su principal objetivo proseguir la obra puesta en marcha por su Predecesor, que la había emprendido en fidelidad a Dios. Pronto de hecho (29 de octubre), procede a la inauguración de la segunda sesión del Vaticano II, con el mismo espíritu con que lo convocara Juan XXIII, pero con metodología montiniana...

      (29 de septiembre). Solemne apertura de la segunda sesión del Vaticano II. En un discurso inolvidable, así recordó, en presencia de los padres conciliares, la memoria de Papa Giovanni: «No puedo inaugurar la segunda sesión de este acontecimiento sin traer al pensamiento la imagen de mi muy querido Predecesor. Su nombre evoca en cuantos tuvimos la suerte de verlo, también aquí en mi puesto, su figura amable y hierática cuando abría, el 11 de octubre del año pasado, la primera sesión de este Concilio ecuménico Vaticano y pronunciaba aquel discurso que pareció a la Iglesia y al mundo voz profética para nuestro siglo y cuyo eco todavía resuena en el recuerdo de nuestra memoria y de nuestra conciencia, trazando al Concilio el sendero a recorrer para liberar a nuestros ánimos de toda duda, de todo cansancio que pudiese interponerse en nuestro sendero no fácil de recorrer».

      (4 de diciembre). Clausura de la segunda sesión del Concilio. Promulga la Constitución sobre la Liturgia y el Decreto sobre los Medios de Comunicación social. La primera sitúa «la escala de valores y deberes, con Dios en primer lugar, la oración como obligación primera, la liturgia como fuente de la ayuda divina a nuestra vida espiritual...». El Decreto sobre los Medios de Comunicación social confirma «la perenne vitalidad y juventud de la Iglesia que no es extraña al mundo, sino que expresa su permanente interés por el bien de la humanidad, favoreciendo los estudios y ofreciendo normas seguras para animar de espíritu cristiano los admirables inventos del ingenio humano».

      1964 (1 de enero). Su viaje a Tierra Santa: era, entonces, un tema muy delicado por su complejidad política. Pablo VI era consciente de lo difícil que había sido su gestión con las enfrentadas autoridades políticas de uno y otro lado, gestiones que habían tratado de solucionar su secretario personal Pasquale Macchi y un responsable de la sección francesa de la Secretaría de Estado. Su anuncio fue muy discreto y nada triunfalista[3]. Iba a ser su primer «Viaje apostólico», que empezaría por la Tierra de Jesús. Lo deslizó, con discreción, en el Angelus del 1 de enero de 1964: «Tengo en programa dos acontecimientos: dentro de poco mi peregrinación a Tierra Santa. Os recordaré a todos y rezaré para que también a vosotros Dios os conceda la gracia que le estamos pidiendo de que os confirme en la fidelidad a las fuentes y en la autenticidad de su palabra y de su gracia. Además tenemos que llevar a buen término el Concilio ecuménico. Se trata de grandes acontecimientos que pueden afectar la suerte de nuestro tiempo y de tantas almas. Es por lo que los ponemos bajo la protección de María Santísima. ¡Feliz año a todos!».

      (4-6 de enero). A punto de emprender un viaje tan importante y difícil, Pablo VI anuncia: «Es el viaje del ofrecimiento de la Iglesia, de la confesión de Pedro, del encuentro y de la esperanza. Todos estarán presentes en mi corazón. Nadie quedará excluido». En Jordania e Israel, la presencia del Papa alcanza límites de muy alta conmoción. Pablo VI bendice, saluda, acaricia a los niños, consuela. Su paso es una bendición. Cansado, sereno, nunca agotado en su paso veloz, ora con intensidad en su interior, y permanece unido con Dios pese a la presión de las muchedumbres que, de manera especial en Jerusalén, casi amenazan con aplastarlo. La emoción del viaje alcanza su punto más intenso en su encuentro y abrazo con el Patriarca ecuménico greco-ortodoxo de Constantinopla, Atenágoras. El corazón de Pablo VI late por un único anhelo: Ut unum sint, que sean uno como el Corazón de Cristo. El encuentro es un paso importante para la unidad. El regreso a Roma por parte de Pablo VI es algo íntimamente triunfal. Desde el aeropuerto de Ciampino, donde al atardecer de la Epifanía aterriza el avión de Alitalia, el Augusto Peregrino se ve acompañado por el ritmo lento de un constante aplauso de hosannas por los romanos.

      (21 de noviembre). Concluye la tercera sesión

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