Pablo VI. José Luis González-Balado
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Páginas más adelante se aludirá, por razones de objetividad, a unas muy válidas jornadas de estudio sobre Pablo VI y España celebradas en Madrid los días 20-21 de mayo de 1994. En tales jornadas, organizadas por el Istituto Paolo VI con sede en Brescia en colaboración con la Universidad Pontificia de Salamanca, estaba prevista como destacada la presencia y aportación testimonial del entonces ya arzobispo emérito de la Archidiócesis de Madrid y ex presidente de la Conferencia de los obispos españoles. Al parecer fueron razones de salud las que le impidieron participar. Por suerte lo suplió, con justificada adecuación, la entrevista que le hicieron tres muy competentes profesionales eclesiásticos de la comunicación a los que se aludió unas páginas más atrás. Los cuales, además de los temas ya citados, plantearon al Cardenal Tarancón, alcanzado en su circunstancial retiro de Villarreal de los Infantes (Castellón), otros interrogantes. Por ejemplo uno centrado en su semblanza, pidiéndole un breve retrato «humano, sacerdotal y pontifical» en el contexto de su actuación con España:
Ante todo, creo que Pablo VI no parecía lo que era. Parecía triste y no lo era. Lo que pasa es que tenía pudor de manifestar su afectividad y optimismo, y parecía pesimista. Para mí está claro: era un agua soterrada. Era muy afectuoso y optimista: no pesimista. Tenía pudor. Como intelectual puro que ha de ver los defectos y tiene que ser crítico. (...) Pablo VI era un hombre de Cristo y de la Iglesia hasta los tuétanos. De todos los papas que he conocido, sin querer hacer comparaciones entre unos y otros, diría que al que he sentido más identificado con la Iglesia, con la mayor responsabilidad de lo que es y significa la Iglesia y el papa en la Iglesia, era Pablo VI. Creo, además, que Pablo VI fue un hombre que pecó de ser excesivamente comprensivo con los demás en el sentido de que en él existía un gran respeto hacia las personas, un respeto a mi juicio casi exagerado. (...) Pablo VI fue un papa convencido hasta los tuétanos de lo que es el papa y de la responsabilidad que tiene, y quiere cumplirla al cien por cien. Se daba cuenta también de que tenía sus fragilidades y pequeñeces, de que no podía llegar a todo, y eso le hacía sufrir mucho. Por lo que más sufría Pablo VI era porque algunas veces no veía claro lo que había que hacer en un momento determinado de la Iglesia. Esa era mi impresión. Era impresionante su modo de hablar de las cosas de la Iglesia, de las cosas de Cristo. A nadie he visto y oído hablar de las cosas de la Iglesia con tanta unción, convicción y plenitud como a Pablo VI. (...) Yo recuerdo perfectamente algo que no se me olvidará nunca: cuando visito a Pablo VI al día siguiente del Ministro de Asuntos exteriores López Bravo, que había ido a echar una filípica al papa. Pablo VI no podía con ello: no tuvo más remedio que desahogarse y contarme lo que había pasado, llegando a decirme: «Tres veces le señalé la puerta para que se marchara...».
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