Pablo VI. José Luis González-Balado

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Pablo VI - José Luis González-Balado Caminos

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      El cardenal Montini fue elegido papa el 21 de junio de 1963. Era el candidato indiscutible por la experiencia de sus 17 años en la Secretaría de Estado y por sus nueve años como arzobispo de Milán. Al morir Juan XXIII había afirmado que el testamento de Juan XXIII no podía quedar encerrado en un sepulcro. A él le tocó recoger con fidelidad la herencia de su predecesor. Fue un papa providencial para terminar el Vaticano II y dirigir su aplicación con humildad y fortaleza, con prudencia y valentía.

      Pablo VI instituyó los nuevos organismos deseados por el Concilio que dieron a la Curia romana una nueva fisonomía. (...) Además de los nuevos organismos posconciliares, promulgó la constitución Regimini Ecclesiae universae, que acentuó el carácter universal de sus miembros, sobre todo en sus responsables superiores, evitando el carrerismo, porque los altos cargos recibían el nombramiento del papa para cinco años mientras antes eran prácticamente cargos vitalicios. (...)

      El 6 de noviembre de 1970 se publicó mi nombramiento como vicepresidente del Consejo de Laicos y de la Comisión Justicia y Paz. Siempre he considerado que mi nombramiento obedecía al deseo de Pablo VI de tener en la Curia a un obispo español. Me incorporé a la Curia el 5 de enero de 1971. Fue como un regalo de Reyes porque el día de la Epifanía tuve que asistir al acto de entrega del Premio Juan XXIII de la Paz a la Madre Teresa de Calcuta. (...) Las audiencias de trabajo con Pablo VI solían tener una duración entre 40 y 50 minutos y al final era cuando el papa hablaba de cosas más personales. Un día me preguntó sobre la situación en España y tuvo esta frase en un tono algo dolorido: «Sé que en España no se me quiere». Recuerdo que mi comentario fue distinguir entre los ambientes oficiales y políticos y el ámbito de los católicos practicantes. (...)

      En los precedentes del pontificado de Pablo VI estuvo el famoso telegrama del cardenal Montini, cuando era arzobispo de Milán, solicitando clemencia para unos anarquistas sentenciados. Empezando por el periódico ABC, la reacción general de la prensa española favoreció una campaña negativa contra él. Esta campaña afectó incluso a los ambientes eclesiásticos. Puedo contar un hecho inédito que ilustra esta afirmación. Después de la muerte de Juan XXIII, en el período de sede vacante, fui a visitar al señor Nuncio monseñor Riberi para informarle sobre la JOC. Inesperadamente me invitó a almorzar y acepté. Durante el almuerzo, de repente monseñor Riberi nos emplaza a todos los comensales con esta pregunta: ¿Quién será el nuevo papa? Empezando por la derecha, todos tuvimos que pronunciarnos. Llegó mi turno y dije: «Quizás el cardenal Giovanni Urbani, patriarca de Venecia». Comenta el Sr. Nuncio: «¿Es que usted lo conoce?». «No, Señor Nuncio, pero como estuvo al frente de la Acción Católica y a lo mejor los cardenales quieren un papa algo mayor para evitar su largo pontificado...». Hablan los demás y termina la persona que se sentaba a la izquierda del señor Nuncio sin que nadie hubiera pronunciado el nombre del Cardenal Montini. Rápidamente, monseñor Riberi cierra los comentarios con esta rotunda afirmación: «Será Montini: no lo duden ustedes».

      ¡Cuánto más darían de sí los comentarios, anécdotas y juicios que, en una circunstancia pública, cuando monseñor Ramón Torrella era ya arzobispo emérito de Tarragona y algunas cosas más, todas convergentes en una biografía ejemplar, narró con toda sencillez!

      Llegados aquí, resultaría cómodo recurrir al tópico de la usura del espacio. Aquí damos por suficientemente expresiva la autenticidad y fuerza del testimonio vertido poco antes de su muerte por monseñor Torrella Cascante. Y terminaremos con una anécdota narrada por él mismo:

      En mi trabajo ecuménico tuve la oportunidad de hablar varias veces con el profesor Cullmann. Cada año acostumbraba a tener una audiencia con Pablo VI. Una vez la Iglesia valdense de Roma ofreció un almuerzo íntimo al profesor Óscar Cullmann y fui invitado. Durante el aperitivo, pudimos hablar y él me comentó la audiencia de aquella misma semana con Pablo VI, diciéndome que dicha conversación con el papa le había hecho bien espiritualmente. Yo le dije: «Querido profesor, permítame que le haga un comentario. Sin pretender hacer un juicio comparativo sobre la santidad de Juan XXIII y la de Pablo VI, considero que la humildad de Pablo VI es superior a la de Juan XXIII». El profesor Cullmann me dijo: «Yo pienso lo mismo, y le diré que, a mi juicio, Pablo VI, además de ser el sucesor de Pedro, es un cristiano contemporáneo de primera clase».

      Pablo VI y el Cardenal Vicente Tarancón

      Cuantos, en algún momento de sus vidas, tuvieron ocasión de encontrarse con don Vicente Enrique y Tarancón y, obviamente, también en vida del Arzobispo de Burriana, como se le llamó con familiaridad cuando su vida se desarrollaba por otras latitudes, principalmente en la... penúltima etapa de una vida que vivió, con merecida menor popularidad y protagonismo que cuando aún estaba al frente de la Archidiócesis de Madrid, sin duda conservan de él un recuerdo de admirada simpatía.

      Don Vicente tenía expresiones y gestos de muy simpática espontaneidad que tardarán en olvidarse, tanto o casi como tardaremos en olvidarle a él. Tuvo asimismo palabras y expresiones que hicieron época, como las pronunciadas en un discurso cuando el rey Juan Carlos juró al tomar la corona (22 de noviembre de 1975) que... se le atribuyeron porque salieron de su boca pero que le ayudó a dar con ellas, o se las dio escritas, un fiel asesor que muy bien supo actuar en la sombra. Se piensa en un excepcional jesuita que supo asesorarlo permaneciendo en la sombra y retirándose con discreción una vez cumplida su misión secretarial, sin resentirse del aparente olvido en que ha caído. Nos referimos al padre José M. Martín Patino.

      Pero aquí el contexto circunstancial es otro. También la fuente y su oportunidad. Fuente: una entrevista que para mejor contextualizar la nada fácil relación de un determinado período casi final del gobierno franquista con la Iglesia que semilanguidecía en España le hicieron tres bien cualificados representantes de una Iglesia ya sobreviviente: un profesor de la UPSA (Universidad Pontificia de Salamanca), Julio Manzanares; un brillante y muy preciso comunicador, Joaquín L. Ortega; y un historiador eclesiástico y buen teólogo, Juan María Laboa.

      Con permiso de nuestros amigos Laboa y Ortega y también Manzanares, dando por implícitas las preguntas en las respuestas del entrevistado Tarancón, citamos las respuestas que nos parecen más interesantes para los lectores, dando la preferencia a quien, en este supuesto, le corresponde: el ya Beato Pablo VI:

      Ya había saludado a Montini cuando estaba en la Secretaría de Estado siendo yo obispo de Solsona[8]. Pero apenas había sido un simple saludo. Mi relación un poco íntima, en asunto importante, se produjo cuando ya estaba de arzobispo en Toledo[9].

      Como arzobispo de Toledo tuve las primeras conversaciones. Entonces me di cuenta de que Pablo VI iba adquiriendo una cierta confianza en mi persona. Es lo que después me demostró cuando me llevó a Madrid. Me lo dijo, pero eso se notaba. Yo lo noté no sólo por la actitud del papa sino también por los que estaban a su lado, sobre todo en Villot y Benelli. Me di cuenta de que al llevarme de Toledo a Madrid era para que, como presidente de la Conferencia Episcopal, yo asistiese al cambio.

      (...) Cuando el nuncio Luigi Dadaglio me dice que tengo que ir a Madrid, me doy cuenta de que se busca un lugar para D. Marcelo González Martín, que está en una situación muy incómoda en Barcelona, y como no se atreven a mandarlo a Madrid, buscan sacarme de Toledo. A mí no me hace gracia y lo digo con sinceridad. Viendo que la cosa venía de Roma y no de Dadaglio, fui a Roma y hablé personalmente con el papa. Era el año 1971. Entonces ya tenía yo cierta confianza con Pablo VI, con el que ya había estado dos o tres veces. Le dije que estaba dispuesto a ir adonde me mandaran, por más que a los sesenta y tantos años ir a una diócesis como Madrid, de tantos millones de habitantes, tener que empezar, me parecía que no era lógico. Pablo VI me dijo: «Es cosa mía. Yo estoy convencido de que usted, en los momentos que se le están echando encima, puede hacer una buena labor...».

      En un punto clave como este del diálogo, que el ya retirado Cardenal-Arzobispo Vicente Enrique y Tarancón alimentaba

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