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TEASER
A modo de introducción
Exterior. Aldea. El fuego crepita mientras los hombres, marcados por las sombras de la noche, siguen el relato de un anciano que ha robado sus sentidos. Cada palabra es un golpe de efecto que tensa los músculos. Ningún hechizo los gobierna, sin embargo, algo vibra en sus pechos, algo los despega del suelo y los sacude, una encrucijada, una crisis, para finalmente depositarlos al lado del fuego, donde todo empezó. El anciano calla y en la oscuridad quedan solo los fantasmas.
Varios siglos después, la escena se ha complejizado, pero sigue intacta. Un artilugio ha tomado el lugar del anciano, su luz refulge y marca el rostro de quienes, como antaño, sienten los músculos tensarse. 17,3 millones de espectadores se agitan ante el primer capítulo de la quinta temporada de The Walking Dead, los servidores de HBO colapsan la noche del último episodio de True Detective y más de 9 millones de usuarios comentan en simultáneo los últimos minutos de Breaking Bad a través de Twitter. La pantalla es la nueva hoguera, el escenario, el lienzo, el espacio formidable donde se funden los sentidos.
Toda la tradición oral, los poemas épicos, la prosa más dilecta, el teatro, las fábulas, la poesía, toda la tragedia y toda la comedia del mundo circulan a diario por las pantallas de televisión. Son relatos fascinantes y por demás ilustrativos de un tiempo que parece ajustar sus coordenadas para enfrentar el nuevo siglo. Como ocurrió con el cine a principios del XX, y antes con la novela, las teleseries se han ubicado en el centro de lo simbólico, de modo que esta nueva edad dorada de la televisión se presenta como el espacio de convergencia de distintos cambios técnicos, económicos y sociales. En paralelo, el público se apropia del relato y la serialidad televisiva adquiere una prestancia antes negada en el ámbito cultural. Lejos parece haber quedado esa ficción denostada, insulsa, tenida como una referencia menor de las posibilidades dramáticas. Esa misma televisión, que hoy cobra todas sus revanchas, vive un tiempo feliz que la ha encumbrado, de momento y en lo que se refiere a creatividad e interés, por encima del cine más popular.
Se trata de un salto cualitativo cuya bandera luce dos franjas dedicadas a la libertad y a la innovación. Lo que empezó como un fenómeno limitado a las producciones del cable en Estados Unidos, cada vez más contagia y se extiende a los patrones de la televisión abierta, que busca no perder el ritmo de un público consumidor de ficción más complejo e inquieto en sus hábitos de recepción. Porque se consume televisión incluso prescindiendo del televisor. Gracias al ancho de banda y a los servicios de streaming, la ficción se desborda y configura una dinámica transmedia que está obligando a reformular los cánones habituales. ¿Qué ha pasado con el relato televisivo de este tiempo? ¿Cuánto hay de distinto en esta narrativa audiovisual? ¿Es el inicio de un nuevo orden para el viejo arte de contar historias?
En este libro nos acercamos al funcionamiento narrativo de las teleseries estadounidenses a partir del panorama mediático y de convergencia en que se desarrollan. El análisis se concentra en las parcelas del guion, de la escritura dramática, pero inevitablemente explora también los aspectos vinculados a la estética y el discurso. El primer episodio revisa las distintas formulaciones alrededor de la construcción de historias en el audiovisual, para contrastarlas más tarde con las prácticas narrativas de las teleseries. Esto obliga a detenerse en los cambios ocurridos en el entorno sociocultural y de negocio, de modo que el segundo episodio se compone no solo como un marco de contexto, sino como la descripción del itinerario que ha debido seguir la ficción televisiva hasta ubicarse en las cotas de calidad en las que se encuentra hoy. El público es otro factor relacionado y, en ese sentido, el texto se ocupa de los mecanismos y posibilidades que plantea la hipertelevisión a la recepción del relato audiovisual.
Por último, en el episodio tercero, se desagregan las características, recursos y técnicas de este nuevo drama, con la intención de describir cómo opera la maquinaria narrativa. Se alterna la atención concreta sobre ciertas producciones con una descripción más general de otras, de manera que sea posible ilustrar no solo las peculiaridades de su impronta industrial, sino también su compleja constitución dramática, asentada entre la cultura y el entretenimiento, la experimentación y el espectáculo de masas.
Desde Twin Peaks hasta The Leftovers, de Tony Soprano a Lester Nygaard, desde los juegos de tronos en Poniente hasta los juegos de la mafia en Atlantic City, este libro está atravesado por personajes y escenarios que aparecen convocados para ilustrar la práctica narrativa de las teleseries. Un espíritu académico recorre estas páginas, pero es probable que en más de una ocasión se vea traicionado por la impostación subjetiva del fan. De ahí que no estén todas las historias que alguien hubiera esperado y de ahí, también, que no se les haya dedicado el mismo acento o el mismo afecto. Sin embargo, creemos que esa otra mirada más subjetiva puede resultar complementaria para abordar un relato que tiende a lo elusivo y a la multiplicación, pero que no por ello resulta menos sólido y apasionante.
En distintos pasajes del texto se han incluido códigos QR para que el lector, siguiendo la lógica hipertelevisiva de las segundas pantallas, pueda acceder a través del smartphone a una serie de ejemplos y referencias que complementen las ideas que se desarrollan en el impreso. Si el futuro de los relatos está en la experiencia transmedia y la social-TV, este ejercicio de leer y ver al mismo tiempo tiene la pretensión de aproximar al lector a las nuevas dinámicas de recepción, cada vez más comunes, del ecosistema de medios en que se desenvuelve la narración.
Finalmente, quiero agradecer al Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima por haber confiado en este proyecto, en especial a su directora, la doctora María Teresa Quiroz. También a María Fe Martínez, por el fanatismo compartido y sus permanentes comentarios y aportes. A Luis Manuel Olguín, por su lectura atenta. A mi esposa, por tolerar mis largas horas en Netflix. Y a la tele, por supuesto, por todas sus fabulosas aventuras.
EPISODIO I
El estatuto audiovisual
Entre las experiencias germinales y las últimas producciones audiovisuales, donde las acciones bullen, los planos proliferan, los sentidos se inflaman y la temporalidad y los lugares se rebasan y superponen, existe un largo recorrido técnico y argumental que ha permitido lograr las fabulosas experiencias narrativas de hoy. A la par de los esfuerzos por explotar las mayores posibilidades de la imagen y del sonido, también se han desarrollado ideas, preceptos, modelos con los cuales lograr una exposición eficaz de los eventos: organizándolos, distribuyéndolos, ponderándolos y explotándolos de manera que lleguen a la audiencia en su mejor forma dramática. Porque no se trata solo de transmitir información narrativa, sino de recrear el pulso mental del mundo: el amor, el deseo, el dolor, etc. En ese sentido, las distintas innovaciones y progresos permiten reconocer un permanente esfuerzo por ser capaces de generar, con las particulares formas del audiovisual, una experiencia sensible.
Esta vocación por las emociones vívidas solo se entiende a la luz del público. Aunque se pretenda cierta distancia objetiva, la naturaleza de las acciones y los diálogos organizan el relato audiovisual en función del espectador. ¿Por qué en Casablanca (Curtiz, 1942) Rick repasa sus días en París junto a Ilsa, si es evidente que no los ha olvidado? Porque es necesario que el público entienda lo que significó ese tiempo feliz. ¿A quién muestra la cámara, si no es a la audiencia, el picahielos debajo de la cama de Catherine Tramell en la secuencia final de Basic Instinct (Verhoeven, 1992)? Y lo hace para perturbar, sobresaltar, advertir. Desde los inicios del cine ha sido así. En Orphans of the Storm (Griffith, 1922), la bebé Louise se nos presenta en primer plano, las manos de su madre la sostienen