En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso
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A la nueva historia antecede una revisión de lo escrito en la primera edición, sin cambiar su contenido. Apenas he corregido algunas erratas, resuelto algunas imprecisiones, reagrupado capítulos y procurado nuevas fotos, que se reúnen en cuatro cuadernillos en un nuevo formato bien ejecutado por los profesionales del Fondo Editorial de la Universidad de Lima, a quienes agradezco su paciencia y rigor al volver sobre terreno conocido.
A diferencia de las páginas que lo preceden, el capítulo aumentado “Hacia las bodas de oro”, ofrece algo menos de información sobre cada programa. La razón es práctica: en los años recientes la Internet abunda en entradas sobre espacios y personajes. Fuera de las miles de entradas a foros y blogs de poca confiabilidad como fuente, hay notas periodísticas con mayor rigor que las viejas secciones de espectáculos, y está el informativo periódico de la asociación Valores Humanos, que más que ponderarlos manifiesta su rechazo moral a contenidos de la tele, pero es acucioso al registrar los datos básicos y describir cada edición. También uno se topa con entradas específicas en dos grandes bases de datos universales que registran algunos títulos y nombres de la televisión peruana: el muy organizado International Movie Data Base y la muy irregular Wikipedia que tiene algunas sorpresas de exhaustividad.
Reitero una advertencia obligada: esta no es ni en rigor ni en justicia una historia de la televisión peruana, porque todo está visto desde Lima. Tampoco exploro las redes y cadenas alternativas. Pero me atrevo a usar en el título la referencia del Perú pues mucho de lo que se hace en Lima tiene difusión nacional. Qué tanto tiene de placer o de malestar, de provechoso o de perverso, ustedes podrán juzgarlo, espero, con la ayuda de estas páginas.
Capítulo 1
Ensayos, debut y primeros pasos
La prehistoria
La televisión no tiene partida de nacimiento. Nació aquí y allá, de experimentos aislados en el campo de la telegrafía sin hilos, del cine y la fotografía pero, sobre todo, de la descomposición y transmisión de imágenes convertidas en impulsos eléctricos. Desde fines de la década de 1920, la televisión fue tímida pero progresivamente invadiendo, en Norteamérica y Europa, hogares y horas de ocio. A las primeras experiencias de circuito mezquinamente cerrado, con pocos metros de distancia entre cámara, transmisor y receptor, siguieron las primeras pruebas con público, la instalación de los primeros centros experimentales financiados por empresas públicas (así nació el modelo europeo) o privadas (así nació el modelo norteamericano exportado a América Latina), de los primeros y precarios canales, de los primeros puestos de venta de receptores, las primeras transmisiones citadinas, regionales, nacionales y trasatlánticas. La Gran Guerra de 1939 frenó este desarrollo, que retomó aceleración sostenida desde la paz de 1945.
Por citar solo a un hombre en esta prehistoria sin héroes ni padrinos célebres, recordemos al escocés John Logie Baird (1888-1946). En 1925, Logie Baird perfeccionó en su laboratorio londinense un aparato de 30 líneas de definición con una velocidad de 12,5 imágenes por segundo. De ahí al medio millar de líneas, al esbozo de los primeros géneros catódicos y a la asunción de que la publicidad es el sustento de la televisión, hubo algunos lustros de agitación y experiencia que la televisión peruana, nacida en 1958, rápidamente asimiló. Ames tuvimos tres pruebas pretensiosas con público, artistas y autoridades, que vale la pena reseñar.
El primer asomo de la televisión en el Perú fue bastante temprano, en los últimos días de setiembre de 1939, y estuvo fatalmente predestinado. Lo patrocinó el Instituto de Investigaciones Científicas de los Correos de Alemania, justo cuando la guerra hacía estragos en la diplomacia del III Reich. Los alemanes habían decidido anunciar al mundo las bondades de la televisión incluso antes de inaugurar en Berlín la venta de económicos aparatos —esta se previó para fines de 1939— pero muy seguros de su poder mensajístico universal.
La exposición electrónica montada en el colegio Guadalupe el 21 de setiembre había estado en gira por Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago de Chile. Aquí, en ausencia del presidente Óscar Benavides, la inauguró el ministro de Gobierno y Policía Diómedes Arias Schreiber y el embajador alemán Willy Noebel. J. Hinrichsen y J. Pressler fueron los técnicos proselitistas que explicaron al público y a la prensa el funcionamiento de la cámara y del transmisor ubicados en un salón, y de los receptores ubicados en otro. Un sistema de “visiotelefonía” permitió al público pagante que visitó el colegio durante la semana siguiente hablarse y verse por teléfono. Las recaudaciones de la exposición se destinaron al hospital Hogar de la Madre. En estos albores paleotelevisivos no se insinuaba el futuro publicitario del medio.
El programa del día inaugural fue un mix de cultura culta y vernáculo fino. Luego de la transmisión de una breve película sobre la televisión en Alemania, siguió la presentación en vivo del dúo Luz y Sombra de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), integrado por Pilar Mujica e Isabel Granda, la futura y genial Chabuca. Ellas cantaron La malagueña y Xochimilco, acompañándose por sus guitarras, cediendo luego el escenario al tenor Edmundo Pizarro, al pianista Roberto Carpio y al violinista Virgilio Laghi. Para probar los poderes cinéticos del medio, Olimpia Díaz Schreiber bailó el Fandanguillo de Almería. El Comercio reportó “la nitidez y claridad con que fue visto y oído todo”.1
Recién en 1950 la televisión volvió a asomar, pasajeramente y como una experiencia científica de apoyo médico patrocinada por la RCA, para ver en circuito cerrado procedimientos quirúrgicos en el VII Congreso Interamericano de Cirugía. En 1949, el pionero y fan de las telecomunicaciones Alfonso Pereyra había fundado la Compañía de Producciones Radiales y de Televisión S.A. —con la que manejaría Radio El Sol— y, con el aporte de El Comercio, un canal de televisión en 1959 (véase capítulo V). Antes tuvo que demostrarse a sí mismo, a El Comercio, a la RCA, y a posibles anunciantes, que un broadcaster refinado, más interesado en inventos futuristas que en mensajes comerciales, era capaz de lanzarse a la piscina de vidrio.
El viernes 28 de mayo de 1954, Pereyra ofreció a la prensa e invitados una prueba de televisión en el hotel Bolívar. Él mismo manejó la cámara que, con el arbitrario logo de canal 3, estaba montada sobre un trípode rodante en el estrado del grill. A varios metros, en el Salón Dorado había dos receptores que sintonizaron una bandera peruana. A continuación, Carlos Pérez Fontcuberta, jefe de prensa de Radio El Sol, presentó a Pereyra, que habló a través del aparato; Alberto Ferrara, director del grill del Bolívar, y la actriz argentina Linda Guzmán, futura estrella de la consejería mujeril, animaron una velada de dos horas que se sumó a los discursos almibarados, el show de Antón Bardají y sus Chispas, el Trío América cedido gentilmente por Radio América (poco después sus dueños, Antonio Umbert y Nicanor González, empezaron a pensar seriamente en la televisión), los Troveros Criollos, estrellas de El Sol y los Hermanos Castillo, de la misma casa. Pereyra anunció que en los próximos días filmaría escenas callejeras y sacaría la cámara a la puerta del hotel, pero solo concretó a medias la promesa. En junio su pionerismo sí fue efectivo al producir, para los Almacenes Santa Catalina, el primer aviso publicitario en vivo y en circuito cerrado. Un monitor puesto en la vitrina de la tienda mostraba a las actrices Ofelia Van Galen y Consuelo Rey exhibiendo la mercadería lanuda del negocio.
El tercer y último piloto tuvo ilustres testigos. Entre el 11 y el 15 de abril de 1955, Lima fue sede del IV Congreso de la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR). Dorada oportunidad para que la RCA Victor mostrara a futuros teleastas del Perú y de países vecinos donde no había llegado