Malestar en la civilización digital. Jean-Paul Lafrance

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Malestar en la civilización digital - Jean-Paul Lafrance

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jugamos sin cesar entre lo inmediato y lo diferido, y gracias a las extraordinarias memorias visuales, auditivas y multimediales, tenemos la posibilidad de proyectarnos en el futuro o volver al pasado. Por otra parte, podemos acceder al espacio virtual y, debido a las técnicas de realidad virtual (VR), no sabemos bien en qué mundo nos encontramos. El joven de hoy se alimenta de sensaciones fuertes, de superación de sí, al extremo de sus límites. Hay un efecto de espectacularización de la realidad que hace que la vida cotidiana se les aparezca a muchos como una banalidad sin contenido. El adolescente y el joven adulto recurren a los videojuegos para vivir más intensamente de otra manera. El uso de las tarjetas de crédito y las compras a distancia vía el cibercomercio dan la ilusión de que podemos tener de todo inmediatamente y de cualquier lugar del mundo. Cada vez es menos necesario desplazarse para viajar; es más barato, más seguro, y los lugares están mejor presentados en los circuitos publicitarios de las revistas turísticas.

      6. Los circuitos culturales están cada vez mejor identificados con normas definidas por las industrias americanas; los productos culturales toman sus mismos modelos de desarrollo, duración y distribución. El conjunto de la industria cultural mundial actualmente está entre las manos de enormes ecosistemas sino-americanos (Lafrance, 2016a, 2018): las BAT y las GAFAM2. Esos inmensos ecosistemas modelan y dan forma a los productos y las actividades culturales de todas las civilizaciones que entran en contacto con ellas: la música con Spotify, Deezer y iTunes; los videos y las series televisadas por YouTube, Netflix y las grandes redes nacionales; los aparatos electrónicos con Apple, Samsung y Sony; los motores de búsqueda por Google, Microsoft, Wikipedia y Baidu; los libros por Apple y Amazon; las informaciones por Twitter y los grandes diarios digitales de televisión; los juegos con Microsoft, Nintendo, Sony y Tencent; el entretenimiento, en general, con los grandes productores de series o películas como Netflix y las majors norteamericanas; la conversación social en Facebook y Tencent; el cibercomercio por Amazon y Alibaba; los viajes por Priceline, TripAdvisor y Booking; la industria del taxi y el transporte de personas y objetos por UBER y Lyft; el alquiler de alojamiento por Airbnb, etcétera. ¿Tenemos realmente la opción de dejar de lado la oferta de distribución internacional (estadounidense, en su mayor parte) para consumir nuestro alimento cultural cotidiano? Es justamente en ese sector de la cultura donde actualmente los efectos de la globalización han provocado más daños.

      Veamos a qué se parece nuestra civilización digital “al día de hoy”, como decía el presidente François Mitterrand. Pero no todo está perdido, como creen los pesimistas de este mundo. Los países se despiertan de su letargo regulatorio y los ciudadanos comienzan a salir de sus reconfortantes añoranzas. Abordaremos la crítica desde una triple perspectiva:

      • Un enfoque macro o político que cuestiona el capitalismo informacional y cognitivo, basado en la recolección y procesamiento de la data (mediante las técnicas de inteligencia artificial y el deep learning), la cual es obtenida gratuitamente entre los usuarios de los ecosistemas de las GAFAM o las BAT. Esos big data constituyen la nueva riqueza de la sociedad digital. La genialidad de Jeff Bezos de Amazon, de Bill Gates de Microsoft, de Mark Zuckerberg de Facebook, de Serguéi Brin y Larry Page de Google, es haber logrado captar el valor de la data en su beneficio y con total impunidad, sin pedir permiso a nadie, especialmente al consumidor que utiliza su sistema pretendidamente “gratuito”, ni a los Estados, que nada tienen que ver con el comercio… Además, esas multinacionales han logrado hasta ahora pagar únicamente algún porcentaje insignificante de sus impuestos, debido a que sus productos, de naturaleza virtual en general, viajan de una frontera a otra sin dejar huellas; no han contribuido mínimamente a pagar lo debido a la sociedad que les ha permitido enriquecerse impunemente. Felizmente, los Estados están reaccionando con la modernización de su aparato regulatorio. Asimismo, gracias al aporte de los datos personales, las GAFAM intentan invadir los sectores de la salud, la educación, el transporte y el comercio de cercanía, e independizarse de la autoridad pública. Es el llamado capitalismo de vigilancia. Finalmente, la digitalización va a transformar en profundidad el sector del trabajo automatizando casi todas las profesiones y suprimiendo un gran número de empleos de baja remuneración. ¿Qué hacen nuestras autoridades políticas y económicas para al menos atenuar el shock social que significa la robotización de las profesiones y oficios? Allí tenemos un campo de crítica política y de acción social que se abre a los ciudadanos.

      • El segundo enfoque es de orden micro: concierne a nuestra actitud personal y nuestra conducta frente a esa tienda de caramelos y de juguetes que nos ofrece la industria hipersofisticada del marketing, capaz de adivinar (e incluso modelar) nuestros deseos y necesidades procesando las informaciones que ponemos a su disposición sin darnos cuenta. Es necesario estar muy atentos a las señales de alarma de conductas y actitudes desubjetivantes, a los videojuegos y a todos esos dispositivos, objetos y juguetes que acaparan nuestra atención, como nuestras adicciones a los teléfonos celulares, a Facebook y a las redes sociales. Los jóvenes se volvieron adultos antes de tiempo, sometidos al estrés del desempeño escolar o al encierro en un mundo virtual y de ciencia ficción donde luchan contra robots sobrehumanos. Los adultos, por su parte, emprenden su existencia futura bajo la presión del consumismo en un mundo incierto y especulativo; no les queda más opción que apoyar la cadencia de la industria y de esta nueva sociedad hipermecanizada que debe hacer más con menos, entregar con calidad total, arrastrarnos a todos en un ritmo infernal de déficit y agotamiento de los recursos del planeta. El resultado final para los individuos es una forma u otra de depresión, de alejamiento de la vida pública o de conductas esquizofrénicas. La depresión y la dependencia son los nombres dados a lo que nos domina cuando se trata de conquistar la libertad, de ser uno mismo y de tomar la iniciativa de actuar. La fuerza cada vez mayor de los valores de la competencia económica y de la competencia deportiva ha propulsado un individuo-trayectoria a la conquista de su identidad personal y de su éxito social.

      Como decía Michel Foucault (1997), tenemos que “cuidar” de nosotros mismos, desprendernos y dejarnos llevar, lo que implica una verdadera conversión de nosotros mismos. La vida que sugerimos es un retorno a la filosofía antigua, la de Sócrates, de Epicuro, de Séneca y de otros sabios de la era grecorromana, tal como lo sugiere Pierre Hadot, helenista francés que mostró que los filósofos socráticos tenían como finalidad principal autodisciplinar al hombre. La filosofía no es una construcción de sistemas teóricos; es una experiencia vivida, una transformación de su ser. Hadot (2014) retoma la noción de ejercicios espirituales, que es menos un acto religioso (como lo practicaban los ascetas cristianos) que un ejercicio existencial de profunda búsqueda sobre el modo en que un ser humano se transforma en sujeto para no ser más el objeto de sus pasiones, de sus ganas, de sus deseos y de sus temores. Por el contrario, la digitalización empuja al hombre al consumo desenfrenado; es un acelerador de sensaciones fuertes; conduce a la dependencia y a la performance, que aumentan el ritmo de la vida bajo la presión de la máquina. Carpe diem (aprovecha el momento presente), según la célebre máxima de los epicúreos.

      • Terminamos con un enfoque a propósito del retorno a las ilusiones euforizantes del transhumanismo, muy a la moda en estos tiempos, y las tentaciones del hombre a aspirar, gracias a las tecnologías NBIC, a la inteligencia artificial y al deep learning, a convertirse en un Homo Deus, que es para algunos el estadio avanzado del Homo sapiens.

      En el siglo XXI, la humanidad se dará como proyecto la adquisición de los poderes divinos de creación y de destrucción, y de elevar al Homo sapiens al rango de Homo Deus […]. Deseamos ante todo ser capaces de reagenciar nuestros cuerpos y nuestros espíritus para escapar a la vejez, a la muerte y a la miseria. (Harari, 2017, p. 59)

      Es el ejemplo de Ícaro que se quemó las alas al acercarse demasiado al sol. Recordemos que en la mitología griega este hijo del arquitecto Dédalo y de la esclava cretense Náucrate murió cuando se escapaba del laberinto con las alas creadas por su padre con cera y plumas (Harari, 2017).

      ¿Hasta dónde quiere llegar el ser humano y a costa de qué riesgos?

      Les

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