Contra la corriente. John C. Lennox
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Contra la corriente - John C. Lennox страница 4
… y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra (Isaías 2:4).
¿Qué sería de esa visión si Jerusalén fuera saqueada y el linaje de David eliminado? ¿Tendría la promesa del Mesías que ser relegada al cesto de basura de ideas utópicas fallidas? ¿Y qué de Dios mismo? ¿Podría Él, por decirlo así, sobrevivir a semejante fracaso? ¿Cómo podrían Daniel y sus amigos seguir creyendo que había un Dios que se había revelado a Su nación de una manera especial? Si Dios es real, ¿cómo podría un emperador pagano como Nabucodonosor violar la santidad del templo único de Dios y salirse con la suya? ¿Por qué Dios no hizo nada? En esencia, esta es la difícil interrogante que aún está muy presente hoy en mil formas específicas y diferentes. ¿Por qué la historia a menudo da un giro que zarandea la confianza en la existencia de un Dios que se preocupa?
Por supuesto, para el historiador secular no hay nada extraño en lo que ocurrió en el distante 605 a. C. La conquista de Judá fue sencillamente un ejemplo más de la ley del más fuerte: una nación con un gran poder militar destruye a un estado pequeño. Judá no tenía la capacidad militar para hacer frente a las tropas muy bien entrenadas y fuertemente armadas de Nabucodonosor. Con cerbatanas no se puede enfrentar a los tanques. Seguramente no había nada más que esto…
De hecho, los secularistas podrían muy bien añadir que si el otro lado se hubiese alzado con la victoria y Judá hubiese ahuyentado a Babilonia, tal vez se podría comenzar a hablar de una intervención de Dios. Pero no fue así; ocurrió de la manera que cualquiera hubiese predicho. Así que ellos afirman que simplemente debemos afrontar el hecho de que la idea de que los descendientes de David son especiales no es más que un mito tribal, inventado para sostener una casa real bastante inestable en un estado diminuto del Oriente Medio. El templo de Jerusalén no era más que un edificio, sus utensilios no más que artefactos humanos, por hermosos y valiosos que fueran. La idea de que Dios, si hubiera un Dios, estuviese interesado en semejante asunto insignificante, es absurda a todas luces. ¿No es la explicación más fácil, y con mucho la más probable, que el templo no tiene un Dios y por lo tanto no es suyo? ¿Por qué esperar que ocurra algo? ¿No roban objetos valiosos de las iglesias en la actualidad? ¿Los detiene Dios con un rayo del cielo?
Esta perspectiva parece muy verosímil para muchas personas, ya que es la única perspectiva lógica abierta a los secularistas. Sin embargo, ciertamente esta no era la perspectiva de Daniel; y al menos podemos afirmar que él estaba personalmente al corriente de los acontecimientos en cuestión. También sabía lo que había en juego en términos de su credibilidad cuando afirmó audazmente que Dios estaba detrás de la victoria de Nabucodonosor: Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá… (Daniel 1:2).
De modo que lo primero que Daniel plantea sobre Dios en su libro es que Él participa en la historia humana: una declaración de inmensa trascendencia, de ser verdad. Daniel no se contenta con informarnos lo que sucedió; él está mucho más interesado en por qué sucedió. Él interpreta la historia, y la interpreta de una manera muy provocativa para la mente contemporánea, por no decir otra cosa. Afirmar que hay un Dios detrás de la historia es volar contra el viento predominante del secularismo y, por lo tanto, provocar la compasión, si no el ridículo (especialmente en un departamento de historia en una universidad). Sin embargo, como Lesslie Newbigin afirma: «Desde Agustín hasta el siglo XVIII, la historia en Europa fue escrita con la creencia de que la clave para entender los acontecimientos era la providencia divina» (1989, pág. 71). Sin embargo, hace mucho que pasaron los días cuando un historiador destacado como Herbert Butterfield, pudo escribir de buena gana sobre la providencia de Dios como «una entidad viva y activa tanto en nosotros como en su movimiento a lo largo y ancho de la historia» (1957, pág. 147).
Es una ilusión pensar que la interpretación de la historia que rechaza cualquier posibilidad de acción divina es la manera objetiva, mientras que la manera de Daniel es subjetiva. Toda la historia es historia interpretada. La interrogante verdadera es: ¿hay evidencia de que la interpretación de Daniel es verdadera?
Creencia y evidencia
La próxima vez que alguien le afirme que algo es verdad, ¿por qué no decirle?: «¿Qué tipo de evidencia apoya eso?» Y si no pueden darle una buena respuesta, espero que considere muy bien antes de creer una palabra de lo que dicen. (Dawkins, 2003, pág. 248.)
Estoy totalmente de acuerdo con Richard Dawkins sobre este punto. De hecho, como David Hume señaló hace mucho tiempo, el carácter mismo de la ciencia es adecuar la creencia a la evidencia. Hasta aquí todo bien. Pero entonces Dawkins hace una distinción entre el pensamiento legítimo basado en la evidencia, que es la característica distintiva del científico, y lo que él llama la fe religiosa, que pertenece a una categoría muy diferente.
Creo que se puede asegurar que la fe es uno de los males más grandes del mundo, comparable al virus de la viruela, pero más difícil de erradicar. La fe, como creencia que no se basa en la evidencia, es el principal vicio de cualquier religión.3
Sería un error pensar que esta perspectiva extrema es típica. Muchos ateos no se sienten felices en lo absoluto con su militancia, por no mencionar sus connotaciones represivas, incluso totalitarias. Sin embargo, son estas declaraciones excesivas las que reciben la publicidad de los medios de comunicación, con el resultado de que muchas personas conocen esas opiniones y han sido afectadas por ellas. Por lo tanto, sería una locura ignorarlas; debemos tomarlas en serio.
Según lo que Dawkins plantea, está claro que una de las cosas que (tristemente) ha generado su hostilidad hacia la fe en Dios es su impresión de que mientras que «la creencia científica se basa en evidencia públicamente verificable, la fe religiosa no solo carece de evidencia; su independencia de la evidencia es su gozo, lo cual se pregona a los cuatro vientos».4 En otras palabras, él asume que toda fe religiosa es fe ciega. No obstante, si tomamos el propio consejo de Dawkins, mencionado anteriormente, debemos preguntarnos: ¿cuál es la evidencia de que la fe religiosa no se basa en la evidencia? Por desgracia hay personas que mientras profesan fe en Dios, adoptan un punto de vista abiertamente anticientífico y obscurantista. Su actitud desacredita la fe en Dios y es deplorable. Tal vez Richard Dawkins ha tenido la desdicha de conocer a muchísimos de ellos.
Sin embargo, eso no altera el hecho de que el cristianismo convencional insistirá en que la fe y la evidencia son inseparables. De hecho, la fe es una respuesta a la evidencia, no un regocijo en la ausencia de evidencia. El apóstol cristiano Juan brinda la explicación siguiente de su relato sobre Jesús: Pero éstas se han escrito para que creáis… (Juan 20:31). Es decir, él comprende que sus escritos deben ser considerados como parte de la evidencia en la que se apoya la fe. El apóstol Pablo plantea lo que muchos pioneros de la ciencia moderna creían, que la naturaleza misma es parte de la evidencia de la existencia de Dios:
Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen