Contra la corriente. John C. Lennox
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Me pregunto cómo Gray sabe esto. Supongo que él aceptaría que su libro, del que acabo de extraer la cita, es parte de su vida e historia. Si él tiene razón en lo que afirma, entonces su libro no puede tener ningún significado más allá de sí mismo; y por lo tanto, seguramente, ningún significado para usted ni para mí. Su teoría de la falta de sentido de la historia no es válida para nosotros, por lo que él no puede saber que la historia suya (del lector) o la mía no tiene sentido. El círculo en el que está atrapado por su incoherencia lógica está hecho de un material más duro que la tiza. Como todos los que apoyan tal relativismo, Gray cae en el error de hacer de él y de sus ideas, una excepción a las consecuencias lógicas de esas ideas. Su epistemología es incoherente.
Herbert Butterfield asume una perspectiva muy diferente (1957, páginas 10-11):
El significado de la conexión entre la religión y la historia llegó a ser trascendental en los días en que los antiguos hebreos, a pesar de ser un pueblo tan pequeño, se encontraron entre los imperios rivales de Egipto, luego Asiria o Babilonia, de manera que se convirtieron en actores y en un trágico sentido en particular demostraron ser víctimas en la forma de hacer historia que implica luchas colosales por el poder… En conjunto tenemos aquí los intentos más grandes y deliberados que se hayan emprendido de luchar con el destino e interpretar la historia y descubrir el significado en el drama humano; sobre todo para lidiar con las dificultades morales que la historia presenta a la mente religiosa.
Lo que esto implica es la importancia de darse cuenta de que el significado de la historia yace fuera de la historia. Este es un ejemplo particular del principio de que el significado de un sistema está fuera del sistema. Ludwig Wittgenstein expresó acertadamente esto (1922, 6.41):
El significado del mundo debe estar fuera del mundo. En el mundo todo es como es y sucede como sucede. En él no hay valor; y si lo hubiera no tendría ningún valor. Si hay un valor, que sea de valor, debe estar fuera de todo lo que sucede y existe. Pues todo lo que sucede y existe es accidental. Lo que lo hace no accidental no puede estar en el mundo, porque de lo contrario esto sería accidental nuevamente. Debe estar fuera del mundo.
El corazón del monoteísmo es que Dios, que está fuera de la historia, es el garante del significado. Como Aquel que está fuera del cosmos en expansión, Él está capacitado de forma excepcional para darle significado. Uno de los principales enfoques de la obra de Daniel es la lucha con las dificultades morales que la historia presenta. Pero Daniel, al igual que los otros escritores bíblicos, no quiere por ese motivo insinuar un fatalismo o un determinismo que reduzca a los seres humanos a peones indefensos cuyas vidas individuales, con sus amores y elecciones, sus éxitos y fracasos, no tienen ningún significado fundamental. Es evidente que en un universo completamente determinista el amor y la elección genuinas serían imposibles.
Cuando Pablo, el apóstol cristiano, se dirigió al augusto tribunal filosófico ateniense, el Areópago, señaló que ni la explicación estoica del universo (que resalta procesos deterministas) ni la explicación epicúrea (que resalta procesos fortuitos) eran adecuadas para captar la sutileza de las cosas como ellas son.
Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros (Hechos 17:26-27).
Según Pablo, Dios tiene el control total de la historia; pero esto no elimina, evita o invalida la responsabilidad humana de buscar y acudir a Dios.
Este tema ha sido objeto de debate filosófico durante siglos. Sin embargo, la Biblia no trata la cuestión mediante un tratado filosófico sobre el tema, sino que más bien centra la atención en la forma en que esto funciona en la historia práctica. Este es un método de comunicar las ideas que encontramos en la buena literatura rusa. En un sentido real, sus filósofos son sus novelistas. Si los rusos desean explorar ideas profundas y complejas, como el problema del mal y el sufrimiento, escriben novelas sobre el tema, La guerra y la paz de Tolstoi o Los hermanos Karamazov de Dostoievski son ejemplos de ello.
Así sucede también en la Biblia. El apóstol Pablo indica en otra parte (en Romanos 9–11) que podemos comprender mejor la relación entre la participación de Dios en la historia y la responsabilidad humana al echar un vistazo a la (compleja) historia de Jacob, a cuyos padres se les comunicó antes de su nacimiento que él jugaría un papel especial. Como el relato del Génesis lo muestra, esta elección soberana ciertamente no implicaba un determinismo divino que privara a Jacob de su libertad de elegir. De hecho, la narración muestra en detalle cómo Dios responsabilizó a Jacob por los métodos que adoptó para asegurar ese papel, y como consecuencia Dios lo disciplinó, particularmente a través de su relación con sus propios hijos. Por ejemplo, Jacob engañó a su padre Isaac, quien estaba casi ciego, al usar la piel áspera de un cabrito para fingir ser su hermano mayor Esaú. Muchos años más tarde, el mismo Jacob fue engañado cuando lo hicieron pensar que José, su hijo favorito, había muerto, cuando sus otros hijos le llevaron la capa de José empapada en la sangre de un cordero. Esta historia por sí sola es suficiente para mostrar cuán compleja es la obra del control general de Dios en la historia, al tener en cuenta un grado de verdadera libertad y responsabilidad humanas.
Historias como estas también muestran que nosotros, con todas las limitaciones de nuestra humanidad, nunca podemos tener una comprensión plena de la relación entre el gobierno de Dios en la historia y la libertad, y las responsabilidades humanas. No obstante, eso no significa que no debemos creer en ambas cosas. Después de todo, la mayoría de nosotros creemos en la energía, aunque ninguno de nosotros sabe lo que es. La creencia de que tanto el gobierno de Dios como la libertad humana son reales, se justifica principalmente porque esta perspectiva tiene un poder explicativo considerable. (De manera similar, en las explicaciones físicas de la luz se tolera el conflicto de ver la luz simultáneamente como partículas y como onda.) La narrativa bíblica, y de hecho la historia misma, tiene más sentido a la luz de esta compleja perspectiva que negar ya sea el gobierno de Dios o un grado de libertad humana. También se requiere mucha humildad, en vista de lo que en última instancia (y quizás necesariamente) está marcado por cierto grado de misterio.
Poder explicativo
En una ocasión, después de dar una conferencia sobre la relación de la ciencia con la teología en una institución científica importante en Inglaterra, un físico me preguntó cómo yo podía ser un científico matemático en el siglo XXI y mantener la creencia fundamental de la fe cristiana de que Jesucristo era humano y Dios a la vez. Le respondí que estaría encantado de atender a su pregunta si él primero me contestaba una pregunta científica mucho más fácil. El aceptó.
—¿Qué es la conciencia? —Pregunté.
—No lo sé —respondió él, después de vacilar un poco.
—No importa —le dije—. Pensemos en algo más fácil. ¿Qué es la energía?
—Bueno —expresó—, podemos medirla y escribir las ecuaciones que rigen su conservación.
—Sí, lo sé, pero esa no fue mi pregunta. Mi pregunta fue: ¿qué es la energía?
—No lo sabemos —dijo con una