Contra la corriente. John C. Lennox
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Si la aparición de los Nazarenos, un fenómeno que el Nuevo Testamento certifica de manera innegable, abre violentamente un gran agujero en la historia, un agujero del tamaño y la forma de la Resurrección, ¿cómo pretende taparlo el historiador secular? […] El nacimiento y el rápido ascenso de la iglesia cristiana… sigue siendo un enigma sin resolver para cualquier historiador que se niegue a tomar en serio la única explicación que la propia iglesia ofrece.
La historia ya da testimonio de la resurrección corporal de Jesús, alrededor de 600 años después de la época de Daniel. La resurrección constituye una prueba poderosa que establece que Él era el Mesías, el Hijo de Dios. Por supuesto, también demuestra que la muerte física no es el fin.
Pero estamos avanzando demasiado rápido. Debemos dejar el debate del final del Libro de Daniel para el momento apropiado. Menciono aquí la resurrección solo para señalar que nunca entenderemos la estabilidad y resolución de la vida de Daniel hasta que captemos la disposición de ánimo que caracterizó su vida. Aunque vivió en este mundo, no vivió para él. Fue en otro mundo donde invirtió su vida, y es ahí donde ahora disfruta su herencia.
Sobra decir que sería necio vivir para otro mundo si ese mundo no existiera. Eso en verdad sería gravemente delirante. Por otro lado, si ese mundo de hecho existe, no invertir la vida en él sería igualmente delirante, ¿no es verdad?
CAPÍTULO 2
CIUDAD DE ÍDOLOS
Daniel 1
Es muy probable que Daniel y sus amigos quedaran profundamente admirados cuando vieron por primera vez la ciudad de Babilonia, a pesar del trauma y el dolor que habían sufrido en los meses anteriores. Si la apreciamos con detenimiento, comprenderemos mejor la actitud y las decisiones de este joven hebreo.
Alan Millard, experto en el Cercano Oriente, escribe (en Hoffmeier y Magary 2012, pág. 279):
El Libro de Daniel, al igual que Heródoto y otros escritores griegos, refleja de manera precisa la actividad constructora de Nabucodonosor y el uso del arameo en la corte babilónica, un aspecto que era también bastante conocido, sin lugar a dudas.
Babilonia era una ciudad espectacular que superaba con creces cualquier otra cosa que un joven de Judá hubiera visto o imaginado. Abarcaba más de 1.000 hectáreas (10.000.000 m2) así que era la más grande del mundo en aquella época. Jerusalén, la ciudad capital que Daniel conocía, debe haber lucido bastante pequeña en comparación con esta enorme metrópoli asentada en la orilla oriental del gran Río Éufrates.
Casi un siglo antes, Senaquerib, el emperador asirio, había destruido Babilonia, y los emperadores babilónicos, en especial Nabucodonosor, habían emprendido inmensos programas de reconstrucción, los cuales a la llegada de Daniel ya estaban prácticamente terminados. En efecto, nueve décimas partes de los ladrillos desenterrados de la ciudad tienen inscrito el nombre de Nabucodonosor, una práctica que Saddam Hussein siguió muchos siglos después con menos éxito. Nabucodonosor hizo de Babilonia una ciudad única. Cuando el historiador griego Heródoto la vio mucho más tarde, en el año 450 a. C., expresó que superaba en esplendor a cualquier ciudad del mundo conocido.
La ciudad tenía una forma casi rectangular y el Éufrates la atravesaba de norte a sur. Desde el norte, con el Éufrates a la derecha, se entraba a través de una puerta espléndida que llevaba el nombre de uno de los dioses babilónicos, al igual que las otras. Era la Puerta de Ishtar. Ishtar (la portadora de luz o estrella) era la diosa de la fertilidad, del amor y de la guerra y como tal, era la suprema diosa madre del panteón babilónico. A poca distancia de la puerta, dentro de la ciudad, existía un magnífico templo dedicado a su culto.
La Puerta de Ishtar constituía una de las ocho puertas fortificadas asentada entre las murallas de aspecto inexpugnable que rodeaban la ciudad. Estas murallas, según Heródoto, tenían 24 metros de ancho (80 pies), 97 metros de alto (320 pies) y 90 kilómetros de largo (56 millas), aunque los arqueólogos opinan que las murallas realmente tenían solo unos 18 kilómetros de largo (11 millas) y que no eran tan altas. La vasta torre en la que estaba emplazada la puerta estaba cubierta con cerámica vidriada de un azul intenso, adornada con motivos intercalados de leones blancos y amarillos, de dragones y de toros amarillos. Era muy llamativa: estaba construida para impresionar a quienes entraran por ella con el poder, la riqueza, el esplendor arquitectónico, la estabilidad del Imperio babilónico y, sobre todo, la gloriosa majestad del emperador Nabucodonosor en persona.
INSCRIPCIÓN DEDICATORIA DE NABUCODONOSOR EN LA PUERTA DE ISHTAR
Nabucodonosor, rey de Babilona, el príncipe fiel designado por la voluntad de Marduk, el más alto de los príncipes, amado de Nabu, prudente de consejo, que ha aprendido a abrazar la sabiduría, que penetró su ser divino y reverencia su majestad, el gobernador eterno, que lleva siempre en el corazón el cuidado del culto de Esagila y Ezida y que trata constantemente del bienestar de Babilonia y Borsippa, el sabio, el humilde, el vigilante de Esagila y Ezida, el hijo mayor de Nabopolasar, el rey de Babilonia.
Bloqueé las entradas de Imgur-Enlil y de Nimit-Enlil, siguiendo el relleno de la calle de Babilonia que estaba cada vez más bajo. Por lo tanto, tiré estas puertas y puse sus cimientos con asfalto y ladrillos, y los hice hacer de ladrillos con la piedra azul en la cual los toros y los dragones maravillosos fueron representados. Cubrí sus azoteas poniendo cedros majestuosos longitudinalmente sobre ellos. Colgué las puertas del cedro adornadas con el bronce en todas las aberturas de la puerta. Coloqué toros salvajes y dragones feroces en las entradas y las adorné así con esplendor lujoso de modo que la gente pudiera mirarlas maravillada.
Dejo el templo de Esiskursiskur (la alta casa del festival de Marduk, lugar del señor de los Dioses, un lugar de alegría y de celebración para los dioses principales y de menor importancia). Lo hice firme construido como una montaña en el recinto de Babilonia de asfalto y de ladrillos brillantes.
Ante la Puerta de Ishtar estaba el templo de Akitu, que jugaba un papel clave en la celebración babilónica de la interpretación popular de la historia. Una vez al año se celebraba el gran festival de la primavera para que los humanos participaran en la renovación de la naturaleza. Los babilonios creían que al terminar el invierno el cosmos volvía de nuevo a ser caos, por lo que la historia pasada desaparecía. Todo el destino del país dependía en aquel momento del juicio de los dioses, y se celebraba el festival de la primavera para aplacarlos y evitar las crisis. Los sacerdotes llevaban el ídolo del dios Nabu desde su templo en Borsippa hasta el templo de Akitu. Nabu era el dios patrón de la sabiduría y de la escritura, y era el hijo de Marduk, jefe de todos los dioses. Le sucedían una colorida secuencia de ceremonias que se centraban en la lectura de una de las piezas más famosas de la literatura babilónica: el Enuma Elish («Cuando en lo alto»), que describe las guerras entre los dioses y la creación del universo. Los sacerdotes del templo ejercían un enorme poder; controlaban gran parte de la tierra y, por lo tanto, recibían inmensas ganancias. Incluso el emperador tenía que reconocer esa realidad públicamente. En el clímax del festival de la primavera, Nabucodonosor tenía que someterse a una humillación ritual, delante de todo el pueblo, por parte de los sacerdotes, durante la cual la costumbre era darle bofetadas hasta que sus lágrimas brotaran.5 Se hacía para recordarles a todos que los sacerdotes eran el poder que sostenía el trono. Concluida esta ceremonia, podían empezar los grandiosos banquetes para anunciar la llegada de la primavera.
La Puerta de Ishtar estaba situada en un extremo de la Avenida de las procesiones, que atravesaba toda la ciudad. Sus casi veinte metros de ancho, y el tamaño