El silencio es la música del alma. Manuel José Fernández Márquez
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F. Mieza
12. Sed de silencio
Siempre nos ha llamado la atención el silencio, cuando se hace presente, en una situación concreta.
Siempre nos ha llamado la atención el silencio, cuando se hace presente, en una situación concreta.
Siempre nos ha llamado la atención el silencio de una calle solitaria, el silencio de un camino hacia la montaña, entre los troncos de unos pinos centenarios.
Siempre nos ha llamado la atención el silencio de una gruta o de un sótano, o del espacio recogido y oscuro de una capilla o catedral románica.
El silencio nos llama la atención, no pasa inadvertido. No sabemos de dónde viene ni adonde va, pero nos llama la atención, nos despierta y nos abre por dentro a algo desconocido, a algo que se nos escapa y no sabemos qué hacer con él.
El silencio, cuando se hace presente, está ahí, sin más, sin decir nada diciéndolo todo, porque el silencio habla con sola su presencia callada y desnuda.
El silencio cuando se hace presente, no pasa inadvertido, te llama la atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales.
El silencio es un misterio, un misterio desconocido en nuestros caminos rutinarios, en nuestros trabajos estresados y estresantes, en nuestras tareas y conversaciones superficiales, en nuestras idas y venidas inconscientes y agobiadas.
El silencio es un misterio que, cuando se hace presente en nuestra vida rutinaria, dividida y ausente, nos llama la atención y despierta de pronto, en nosotros, sin pretenderlo, asombro, temor, sosiego, descanso, nerviosismo, calma serena, inquietud angustiosa, o qué sé yo de cosas positivas o negativas.
Sin saber cómo explicarlo, el silencio siempre nos desencadena un cúmulo de pensamientos y reacciones emocionales, que nos llevan a valorar, despreciar o temer el silencio, sin acabar de saber qué es realmente y qué podemos hacer con él.
El silencio, sin saber cómo ni por qué, es amado o temido, valorado o despreciado, buscado ardientemente o evitado a toda costa, porque con él y en su presencia, podemos sentirnos vivir o morir. «Hay silencio que matan», decimos, pero también sabemos que hay silencios que nos abren a un mundo nuevo, a un paraíso, un silencio que nos llena de vida infinita, amorosa y divina.
Ante la presencia del silencio no permanecemos indiferentes, siempre nos despierta por dentro y por fuera, unos pensamientos, reflexiones y reacciones emociones, positivas y gozosas para unos, pero también negativas y angustiosas para otros.
1. ¿Qué es el silencio?
2. ¿Qué es realmente el silencio?
3. ¿En qué consiste el silencio?
4. ¿Dónde está el silencio?
5. ¿Está dentro de nosotros?
6. ¿Está fuera de nosotros?
7. ¿Cómo notamos su presencia?
8. ¿De qué depende su presencia?
9. ¿Por qué a veces viene y a veces se va y desaparece?
10. ¿Sabes qué es el silencio?
11. ¿Te relacionas con el silencio?
12. ¿Qué relación tienes con el silencio?
13. ¿Te interesa el silencio? ¿Por qué?
14. ¿Ignoras el silencio? ¿Por qué?
15. ¿Desprecias el silencio? ¿Por qué?
16. ¿Valoras el silencio? ¿Por qué?
17 ¿Temes el silencio? ¿Por qué?
18. ¿Qué idea tienes tú del silencio? Descríbela.
19. ¿Has tenido alguna experiencia del silencio? ¿Cuál?
20. ¿Piensas que hay diversas clases de silencio?
Describe alguna de ellas.
Tendríamos que empezar diciendo que «hay silencio y silencios», como diría Santa Teresa. Hay silencios auténticos y silencios falsos, como hay monedas valiosas y auténticas y monedas falsas.
«Hay silencio que matan» y matan porque no son silencios auténticos, son mutismo, control programado de ruidos, tensión y rigidez mental, mordaza en mis labios para no hablar, control emocional angustioso, silencios que distancian la comunicación y violentan la convivencia.
Estos «silencios que matan» son silencios falsos, porque matan, crean tensión, agobian, endurecen, aplastan, distancian de los demás, bloquean la comunicación, encierran en la cárcel mental lo más creativo, humano y divino de la persona.
El silencio, el verdadero silencio, es un tesoro, es una riqueza infinita. Es un tesoro…, escondido, claro, como todo tesoro. Y como todo tesoro escondido, hay que buscarlo, sí, buscarlo seducido desde dentro del alma, como algo que te va a devolver la vida, como busca el sediento un vaso de agua cristalina y pura.
El verdadero silencio es un tesoro infinito, es un misterio que se esconde en la otra orilla de la experiencia humana, donde percibimos la caricia divina del paraíso perdido.
Sí, el silencio verdadero y auténtico existe. Existe aquí y ahora, más allá de los límites de nuestras idas y venidas.
El silencio existe más allá de nuestros parloteos mentales, de nuestros altibajos emocionales, más allá de nuestras situaciones de la vida diaria.
El silencio es un tesoro escondido en mitad de ese campo donde desarrollamos nuestras tareas y trabajos, en mitad de las calles y plazas de nuestra ciudad y en mitad de las habitaciones de nuestra casa.
El silencio es un tesoro infinito y sagrado, es un misterio más allá de nuestras palabras y silencios, más allá de nuestra convivencia y en mitad de ella, porque es un misterio escondido en el centro del ser de cada cosa, de cada persona, de cada situación, como una presencia silenciosa de Dios.
El silencio es un tesoro, es ese misterio que nos toca el alma, nos sonríe con la misma música de Dios, nos silencia hasta el fondo del alma y nos sumerge en Dios.
El silencio es un tesoro escondido, es un misterio que tenemos que descubrir en una búsqueda constante como el sediento busca saciar su sed.
El silencio es un tesoro, es un misterio que nos seduce, nos enamora, toca nuestro corazón, despertando nuestra sed infinita de Dios.
Señor, tengo sed de silencio,
tengo sed de tu silencio.
Señor, silénciame...
Señor, silencia los ruidos de mi cuerpo, de mi mente y de mi corazón.
Señor, tengo sed de vivir el silencio,
tengo sed de encontrar el silencio,