Siete caras de la Transición. Juan Antonio Tirado
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Ya todo está claro. La palabra, como era previsible, es reforma. Pocas veces democráticamente hablando, con perdón, una declaración del Gobierno ha caído sobre las páginas de los periódicos con más sexy. Esto no es el destape. Esto es el desnudo.
Y metidos en la senda erótica, unos días más tarde Pedro Rodríguez compara la democracia con las glándulas mamarias de Nadiuska, un sex simbol de entonces, que aunque arrastrada por la corriente de la vida se mantiene en el recuerdo colectivo con más vigor que el olvidado Pedro:
Salvadas las distancias, los pezones de Nadiuska son ya, en plan símbolo, como el acorazado Potemkin, el yate Vita o «Grândola, Villa Morena». O sea, un patrimonio común, vamos. Al fin y al cabo en su florilegio, son los dos primeros pezones de la prensa española verificados en la zona nacional desde que estalló la guerra de 1936.
Todo esto suena frívolo, y lo es, pero así se escribía la historia en aquellos periódicos que en un ejercicio de funambulismo y de extravío de la realidad se empeñaban en convencernos de que ya éramos demócratas, de que no había que luchar por una cosa que era tan real como las tetas de Nadiuska, tan insinuadas, deletreadas y soñadas en la época. Arriba era un periódico en cierto modo atípico, que en la inmediata posguerra había sido un vivero de grandes escritores, los llamados prosistas de la Falange. Veamos cómo se elucubraba sobre el particular en un diario poco dado a la frivolidad, un papel de quiosco pegado a la tradición monárquica y escrito desde la seriedad, cuando no desde la gravedad. Hablamos de ABC, que el 6 de enero de 1976, un mes y medio después de la muerte de Franco, apunta en un editorial: «Resulta alentador el proceso por el que se está desarrollando la democracia en nuestro país».
Unos días más tarde, leemos en otro editorial del mismo periódico:
En España se ha producido la casi radical modificación de las condiciones políticas [...]. Hoy España puede presentarse en Bruselas como una democracia seria, de las que tienen curso normal en la Europa libre.
¿Cómo extrañarse de que ante tal ímpetu democrático en El Alcázar, órgano de los excombatientes, se dispararan las alarmas?:
Se quiere enterrar la época más gloriosa de nuestra historia, la que empezó un 18 de julio cuando el pueblo español se alzó en armas para reconquistar la patria destruida por marxismos y separatismos.
Nos faltaba en esta fiesta de elogio y refutación de la democracia, Blas Piñar, personaje de una fidelidad tan inmutable al régimen del 18 de julio que, probablemente, superara al mismo Franco en entusiasmo y energía franquistas. El búnker le quedaba pequeño a este exaltado de la extrema derecha, que en un discurso recogido por la revista Fuerza Nueva el 27 de febrero de 1976 afirmaba que todo el esfuerzo gigante de la Cruzada estaba a punto de venirse abajo no porque «el enemigo, rehecho y fuerte, haya arrebatado las posiciones a los que ganaron la Victoria, sino porque los mismos que la lograron con inmenso sacrificio la entregan sin rubor y sin respeto».
Y, sin embargo, la democracia era todavía una estación lejana. Resultaba difícil adivinar la salida del túnel, pero el Rey y Torcuato Fernández-Miranda tenían planes para hacer realidad lo que ahora era solo una fantasía.
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