A mis padres no les importo. Rosa María Boal Herranz
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Javier me cuenta que a su padre no le ve nunca; cuando él se levanta, el padre ya se ha ido, y cuando llega a casa, él está acostado, y que siempre ha sido así. Me dice: «Me pongo muy triste cuando veo que a otros niños les lleva su padre todas las mañanas al colegio en el coche y a mí nunca me ha llevado mi padre, y porque no puedo jugar con él y no me lleva a ningún sitio».
También cuenta que no sale de casa porque le da miedo ir solo por la calle, tiene miedo de los atracadores y añade: «Mi madre es muy protectora y no me deja salir, por ejemplo a Sol, por si me atracan o me pasa algo, y esto me parece muy mal».
Caso 5: Susana, adolescente de 15 años, tiene ansiedad ante los exámenes, unos días antes del examen empieza a sentir mucha angustia y cuando llega el día del examen no va al colegio para no tener que hacerlo.
Susana me dice: «Lo que me agobia es pensar que voy a llegar al examen y no voy a saber nada y lo voy a entregar en blanco, y también el tiempo, que va en mi contra, porque tardo mucho en estudiar, esto también me agobia y mis padres que me dicen que tardo mucho en estudiar. Yo creo que si lo hago mal les desilusionaría, sí, ahora dicen que lo que importa no es la nota sino lo que aprendes, pero luego cuando llegas a casa lo primero que miran es la nota y los profesores también, y por mucho que digan que no es, eso es mentira».
Susana ha sido criada por su abuela, recuerda que se llevaba muy bien con su abuela, que la llevaba de paseo y que hablaba mucho con ella. Al preguntarle por su madre y sobre cómo era la relación con ella contesta: «Pues no sé cómo era la relación, buena, normal, no me acuerdo, no sé, como ella se iba a trabajar antes, es que con mi madre no sé, hablaría, no lo sé, no estoy segura, como mi abuela era la persona con la que me gustaba estar». Al preguntarle por la relación con su padre contesta: «No sé, me acuerdo que cuando estábamos en casa de mi abuela siempre se dormía en el sofá y cuando nos sentábamos en la mesa del comedor, siempre me decía que estudiara, y me enfadaba; siempre me decía no podía ver la televisión hasta que no dijera la lección».
Caso 6: Enrique, adolescente de 13 años, es el último de cuatro hijos. A los pocos meses de nacer el niño, fallece el padre, y la madre le deja al cuidado de una niñera hasta los dos años que fue a la guardería. Tiene malas notas, pero lo peor –dice la madre– es que tiene mal comportamiento y desde hace un año está recibiendo quejas del colegio por su mala conducta. Interrumpe la clase cuando el profesor está explicando con alguna cosa que nada tiene que ver, pone la zancadilla a los niños para que se caigan y siempre se está haciendo el gracioso; estos comportamientos los tiene en casa también.
Es retraído donde no se encuentra a gusto, la relación con la madre ha sido siempre de poca comunicación. La explicación del niño a este comportamiento la refiere así: «Yo creo que si soy el gracioso, la gente me tiene más afecto; si no fuera chistoso a lo mejor me harían menos caso. Soy tímido a la hora de conocer gente nueva porque a lo mejor no les caigo bien y no me van a hacer caso». En cuanto a ser poco comunicativo explica: «De pequeño he sido poco comunicativo con mi familia, no les cuento mis problemas por miedo a que tomen represalias conmigo, castigarme de alguna forma sin dejarme ver la tele o la consola, tengo miedo a las reacciones de mi madre, si llevo malas notas me va a llevar a un internado. De pequeño no contaba nada a mis hermanos por si se les escapaba y se lo contaban a mi madre y me castigaba. De pequeñito me daban miedo los castigos. Por ejemplo me castigaban en mi cuarto encerrado y no salía por miedo a que me pusieran un castigo mayor, otro castigo era que me dejaban en casa y se iban los otros». Sobre los amigos añade: «Con los amigos me llevo bien, solo que quiero ser gracioso para tener más amigos».
Caso 7: Jorge tiene 15 años, es hijo adoptado, la pareja que le adoptó se separó, el niño se quedó con el padre; durante unos años fue cuidado por alguna niñera y su abuela paterna. El padre ha tenido varias parejas, ahora Jorge vive con el padre y su actual mujer. También ha estado en diferentes colegios, en el que está ahora lleva dos años. Los padres cuentan que es un niño muy difícil, no habla, no dialoga ni razona, es muy agresivo y por nada se encoleriza, poco a poco va destrozando las cosas hasta que las destruye, no tiene amigos ni sale de casa, en cuanto a las notas comentan que son normales tirando a bajas.
La explicación que da Jorge cuando le pregunto por qué es poco comunicativo es: «Con mis padres sí, tengo miedo a que se enfaden conmigo; mi padre me pega, no todos los días pero sí; mi madre no, aunque me regaña». Me dice que su madre no es su madre biológica y que a veces piensa que su padre no le quiere, que es como si no tuviera padre.
Caso 8: María tiene 12 años, es la segunda de los hermanos, ha repetido varios cursos de Educación Primaria. La madre dice que tiene un carácter difícil, de pronto está cariñosa y, de pronto, está nerviosa, y que siempre ha sido así, pero que con el paso de los años les cuesta más llevarse bien y comprenderse. Comenta, también, que la hija protesta por todo, que nunca le ha gustado ir al colegio ni salir de casa fuera del colegio, no tiene amigas.
Al preguntar a María sobre su comportamiento, me dice que la madre le chilla mucho y le pega y que su padre se enfada sobre todo a la hora de comer y que nada más que llega a casa (el padre) les hace reproches. Para ella sus hermanos son los mimados, unos de la madre y otros del padre, y ella no es mimada. Dice que sus padres no la quieren y continúa: «Sí me querrán, pero no tanto como a ellos» (como a los hermanos). También cuenta que sus padres discuten mucho, que se llevan mal.
Caso 9: Pablo, adolescente de 14 años. Viene a consulta porque ha bajado sensiblemente su rendimiento en los estudios. Cuenta que tiene una hermana pequeña de 9 años con la que discute mucho, él piensa que está más considerada en la familia que él, que sus padres la miman más y la consienten más. Cuando los hermanos piden una misma cosa, dice que se lo dan a ella porque es más pequeña. Desde que nació ha sentido que ella ha ocupado el centro de la familia y se lleva más atenciones que él. Al preguntarle qué siente cuando observa esto, contesta que se siente triste. Esta vivencia le ha distanciado de los padres, especialmente de la madre, y le ha llevado a querer estar más en la calle y pasar más tiempo en casa de su abuelo, que es el familiar con el que más acogido y mejor se siente.
Hay que sumar a estas experiencias con la hermana que sus padres se han separado hace unos años. Me dice: «Me siento triste, un poco deprimido, porque ya no vamos a estar juntos, ya no podemos ser una familia junta». Además de este sentimiento de tristeza, muestra una conducta rebelde; los padres dicen que no pueden con él, que se les va de las manos. Manifiesta un comportamiento de desobediencia, de negatividad y se enfrenta con agresividad a la madre si le pide algo o le corrige alguna conducta.
Estos son algunos ejemplos de adolescentes que han sentido desde su infancia que no son importantes para sus padres o para alguno de ellos. Situaciones parecidas han tenido de niños personas adultas que con 50, 60 años o más, están viviendo una depresión que recuerdan haberla vivido ya de adolescentes y que llevan padeciendo desde entonces con momentos de menos o más recuperación, relatando en el presente sentimientos similares a los que vivieron en su infancia y adolescencia. Estas personas adultas en el curso de la psicoterapia están descubriendo cómo antes de la adolescencia, desde los primeros años, ya comenzó a gestarse la depresión, en la convivencia y en la interrelación familiar.
2. Variables o características comunes que observamos en este grupo de adolescentes
Lo primero que se percibe en estos adolescentes al hablar con ellos es que no se sienten lo suficientemente queridos por