Sujetos y subjetividades. Oriana Bernasconi

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Sujetos y subjetividades - Oriana Bernasconi

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interesante de estas transformaciones es que dejan de pensar la subjetividad únicamente como la suma de posiciones discursivas, o como producto de estructuras, y le conceden una “ontología no-derivativa”, es decir, no ya como efecto subsidiario o mímesis de una realidad preexistente, sino como una ontología distintiva (Blackman, Cromby, Hook, Papadopoulos y Walkerdine 2008). Así, la teoría social actual se caracteriza por ofrecer una diversidad de posibilidades para repensar la subjetividad y los sujetos, permitiendo con ello “desanclar” los presupuestos modernos. Se aprecia, entonces, un dislocamiento del sujeto moderno, una alternativa a la presunción humanista y/o antropocéntrica que lo sostenía, y la proliferación de aquello que podríamos denominar como marcos “post” o “pos”, es decir, opciones teórico-metodológicas que surgen como respuesta al declive del sujeto moderno como clave de intelección de los individuos contemporáneos.

      Independientemente de la variabilidad existente entre ellos, estos marcos “post” parecen organizarse alrededor de algunas ideas compartidas. Primero, una marcada orientación posantropocéntrica o poshumana, que implica el cuestionamiento de la primacía del sujeto humano como actor o agente exclusivo de lo social, con la consecuente apertura analítica hacia el estudio de otros seres y actantes que co-sostienen nuestras existencias. Por supuesto, en esta sensibilidad, existen diferencias. Rosi Braidotti (2015) enfatizará que el sujeto poshumano no coincide ni con el sujeto posmoderno ni con el sujeto posestructuralista, en tanto que su contingente existencia no se sostiene ni en las premisas antifundacionalistas del posmodernismo, ni en la inflexión lingüística del posestructuralismo (2015, 67). Sin embargo, compartirá con estas sensibilidades una noción expandida de la agencia, y una ampliación con respecto a quiénes pueden ser considerados actores sociales, de modo de “(…) acomodar a los múltiples actantes no humanos con quienes compartimos y co-constituimos nuestros mundos comunes” (Marchand 2018, 293, traducción propia).

      Un segundo punto de confluencia radica en plantear alternativas a las ya desgastadas concepciones del sujeto y la subjetividad como meros efectos de las estructuras o de la relación dialógica entre estructuras y agencias, promoviendo lecturas distribuidas y situadas. También es posible apreciar esfuerzos por revisar la concepción de la subjetividad en cuanto posesión individual o sustancia que vendría dada con la vida humana y que se encontraría depositada en aquel espacio virtual e interno ampliamente popularizado por los discursos psicológicos de comienzos del siglo pasado (Rose 1998). En estas nuevas lecturas, la subjetividad no se tiene, ni se posee, ni es reducible a una supuesta “naturaleza” humana. Sería más bien una condición emergente, que surge del entrelazamiento de prácticas y de modos de agenciamiento, de elementos heterogéneos, de co-afectaciones, de discursos y materialidades (Arruda Leal 2011, Rojas Navarro 2018). En un intento por contrarrestar el excesivo poder otorgado al lenguaje en la comprensión de los procesos de subjetivación, estas interpretaciones abren también el campo a la inclusión de la actividad e historicidad de otros elementos, como los afectos y las materialidades en la conformación de sujetos y subjetividades (Barad 2003).

      Una tercera propuesta que se desprende de estos enfoques es el relevamiento del carácter profundamente procesual y relacional de la subjetividad y de los sujetos. Ello impulsa a pensarles más allá de las dicotomías entre lo dado y lo adquirido, la naturaleza y la cultura, y otros binarios de similar talante. Estos marcos referenciales alternativos parecen más bien hacer eco de un llamado a pensar desde “el continuo naturaleza-cultura” (Braidotti 2015, 13), con la consecuente transformación que eso implica en términos metodológicos y conceptuales. Las subjetividades y los sujetos son, entonces, considerados como siempre locales, presentes y activos. Esto quiere decir que se encuentran en proceso de configuración –no están cerrados ni terminados–, y solamente logran estabilizaciones temporales y contingentes; son relacionales, en tanto están compuestos de elementos heterogéneos, y se sostienen mediante encuentros con otros actores y agencias. Estas aproximaciones instalan la pregunta por la riqueza y variabilidad de desenlaces que estas configuraciones pueden tener, considerando los procesos abiertos que siguen, las fricciones que enfrentan y las estabilizaciones que logran.

      En cuarto lugar, estas sensibilidades toman distancia de las pretensiones universalizantes, las lecturas progresivas y las obsesiones por identificar regularidades sociales y, en vez, trazan objetivos más humildes para las ciencias sociales, basados en conocimientos situados, el análisis detallado de fenómenos empíricos, la riqueza de lo singular y el examen exhaustivo del papel que juega la propia subjetividad y punto de vista de quien investiga. Antes que pretensiones de replicabilidad que terminen por ahogar los modos de existencia que ocurren en otros lugares, les moviliza la posibilidad de resonar en otras latitudes.

      Finalmente, un quinto ámbito de convergencia entre estos enfoques radica en reconocer las formaciones de sujeto y subjetividades como espacios de disputa política, cultural y ética. Como remarca el feminismo, no elegimos ser sujetos, necesitamos serlo para volvernos viables. Y al emerger entramos en el espacio del reconocimiento, en el espacio de la norma, de las obligaciones, de los controles y también en el terreno de la disputa por lo normado y por quien norma.

      Aproximaciones empíricas al sujeto y las subjetividades

      De los movimientos intelectuales y sociales mencionados anteriormente, hemos aprendido que el ser humano no es neutral. Creerlo neutral y universal es, de hecho, lo que ha limitado su problematización. Los mundos tecnocientíficos pero también vergonzosamente desiguales y distópicos que vivimos, nos demandan terminar con ese inmovilismo disfrazado de neutralidad. Por ello, en parte, seguir interrogando al sujeto se vuelve una tarea prioritaria para el ejercicio de unas ciencias sociales críticas y propositivas. Como bien señala Rosi Braidotti...

      (…) concentrarse en la subjetividad es necesario porque esta noción nos permite unir problemáticas que se encuentran desperdigadas en una cantidad de ámbitos diversos: las cuestiones de las normas y los valores, las formas de los vínculos comunitarios y las pertenencias sociales, como también los asuntos relativos a la gobernanza política presuponen y exigen la noción de sujeto (p. 12).

      Seguir interrogando al sujeto significa conocer las condiciones excluyentes y diferenciales en que tantas vidas están sucediendo (Soley-Beltran y Sabsay 2012, Butler y Athanasiou 2017); y desnaturalizar y debatir sobre las estructuras de privilegio y diferencia que ponen a ciertos actores en desventaja. Pero creemos que una crítica acorde a los turbulentos tiempos actuales no debiera reducirse a denunciar al hombre moderno y todo lo que con él se asocia y sostiene. Pensamos que la crítica debe vincularse también con una multiplicación de las posibilidades de aparición de los sujetos (Latour 2003, Ahmed 2017). Y, por ello, las palabras de Donna Haraway (2016) que abren este libro cobran mayor relevancia que nunca. Si tenemos la posibilidad y obligación de pensar otros futuros, ¿cuáles son estos?, ¿con qué historias los tejeremos?, ¿mediante qué acciones y éticas los sostendremos? Reconociendo los modos diversos, divergentes, episódicos, tozudos, liminales y mixturados en que los sujetos y las subjetividades aparecen hoy, y compartiendo con Haraway la inquietud respecto a la importancia que tienen las historias que usamos para construir y sostener los mundos que habitamos, y los conceptos que utilizamos para reflexionar respecto a las ideas que en ellos circulan, este libro intenta empujar nuestras imaginaciones científicas para proponer más preguntas y líneas de indagación, otras prácticas y modos de pensamiento y producción de ciencias sociales. Para ello, el libro invita a “concentrarse en la subjetividad” mediante la reflexión sobre cómo construimos conocimiento y cómo nos acercamos y responsabilizamos con respecto a aquello que ha de ser conocido (Knorr Cetina 1999) en el campo de estudio de los sujetos y las subjetividades.

      Los autores y las autoras aquí reunidos coinciden en comprender que investigar implica enfrentar situaciones que nos demandan no solo la aplicación de métodos, sino el desarrollo de una práctica e, incluso, el cultivo de un oficio (Sennett 1997) que conlleva un posicionamiento intelectual, ético y político, resultado de un diálogo crítico (Fassin 2017). Sabemos, además, que las investigaciones en ciencias sociales no necesariamente siguen un orden secuencial. Por el contrario, suelen suceder a través de

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