Mal que sí dura cien años. Rodrigo Ospina Ortiz
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Estas palabras, que parecen tomadas de algún medio durante la pandemia de 2020, las escribió el médico Jorge Bejarano hace más de sesenta años. En aquel entonces la gripe provocaba nuevamente una crisis en varios países y traía a la mente recuerdos nefastos de cadáveres esperando tendidos en las calles para ser llevados a recibir cristiana sepultura. Llama la atención de ese momento la miseria de las clases populares, vulnerables, abandonadas, cuya suerte dependía, como ahora, de la caridad de los buenos samaritanos, incluido el Estado. Y es que según las estadísticas la miseria, llamada hoy de manera técnica y rimbombante “pobreza monetaria extrema”, afecta a casi tres millones y medio de personas quienes ni siquiera consiguen el ingreso suficiente para alimentarse de manera digna y nutritiva2.
Como si no fuera suficiente cruz la pobreza, la enfermedad se ensaña siempre con los necesitados. Ellos son los que con mayor frecuencia aportan a los números crecientes de contagios de covid-19 y a los de las muertes que provoca, incluso en los países ricos3. Su padecimiento se acrecienta con las medidas que el gobierno toma para atacar y reducir la expansión de la enfermedad: aislamiento y distanciamiento social, limitación de actividades, etc., medidas que condicionan y restringen su oportunidad de subsistir, además de afectar la economía en general. Ante tal panorama, y con el fin de atacar la recesión y su impacto en la pobreza4, diferentes sectores de la sociedad insistieron en reabrir la economía y volver a la normalidad, (¡como si pudiera existir una normalidad en medio de una pandemia!), incluso contra las voces autorizadas de aquellos que luchan en la primera línea del frente de batalla: los médicos.
Sus diagnósticos, opiniones y veredictos recuperaron la importancia de hace muchas décadas, cuando ayudaron a la clase política, de la cual formaban parte, a realizar la tarea de sanear un pueblo que requería insertarse en la senda del progreso social y del desarrollo económico, enseñándole, por ejemplo, la importancia de usar zapatos, alimentarse bien o de lavarse de manera correcta las manos, usando agua y jabón. La sociedad, en buena mayoría, siguió sus recomendaciones al pie de la letra; la verdad del médico, del experto, del especialista, volvió a ser casi irrefutable no obstante la presión de aquellos que consideraban tales recomendaciones, exageradas o innecesarias.
Aunque la economía de mercado convirtió al tradicional médico de familia —al que la persona escogía y se convertía en su protector a lo largo de los años— en un asalariado más; aunque ya el médico no forme parte de la intelectualidad más allá de la academia ni participe en la política como otrora lo hiciera; y aunque su quehacer no se considere más una labor mesiánica y heroica en favor del desarrollo humano y social, la vigencia de sus luchas y de sus viejos enemigos permite reencontrar a Jorge Bejarano, primer ministro de Higiene, quien combatió los factores que hacían del pueblo colombiano, según cientos de sus contemporáneos, una “raza degenerada”.
En esta biografía política del médico vallecaucano Jorge Bejarano Martínez se destacan sus orígenes, formación académica y trayectoria profesional y burocrática. Se profundiza en los rasgos políticos del intelectual a partir del análisis de su pensamiento, el cual se refleja en sus columnas de opinión y sus escritos más importantes5. Esto, con el fin de sustentar el carácter histórico de Bejarano en la política, es decir, su reconocimiento como intelectual orgánico del liberalismo.
Durante la primera mitad del siglo XX se incorporó al lenguaje cotidiano de las élites, sectores intelectuales, académicos e incluso obreros, el interés por mejorar las condiciones de vida de la población por medio de la higiene. Las campañas contra el alcoholismo, la promoción de la vivienda higiénica, la sanidad rural, la educación materna e infantil y otros asuntos relacionados, estaban condicionados por una ideología específica de los grupos dirigentes y por un contexto político y económico particular. Este interés por la higiene estaba vinculado a proyectos de control social, de progreso racial y de incorporación de los trabajadores y movimientos obreros a la dinámica del sistema capitalista a escala mundial6.
Por su parte, el cuerpo médico formado en el ámbito universitario tenía una concepción específica sobre su profesión, de su pertenencia a la clase política y su vinculación con los estamentos gubernamentales que se puede explicar a partir de tres aspectos7. En primer lugar, la profesión médica era concebida como un apostolado, una misión de carácter casi religioso en la que el médico tenía como objetivo salvar al pueblo de los males producidos por la ignorancia y la falta de higiene. La medicina era una de las más altas magistraturas intelectuales de su época y le concedía al médico una alta dosis de prestigio social y, por ende, de poder político. La palabra del médico era la palabra de Dios y no admitía contradictores fuera del círculo de los pares profesionales. En segundo lugar, la pertenencia de los médicos a los diferentes grupos políticos obedecía a la relación que creaban las clases políticas, incluyendo a sus intelectuales, con la gente del común: una relación vertical y paternalista que se expresaba además en la exclusión social desde el punto de vista político, donde el pueblo representaba simplemente un caudal electoral al que se debían ofrecer condiciones de sostenimiento tales para sustentar dicha exclusión, así como su control y aprovechamiento. En tercer lugar, la vinculación del médico a los estamentos del gobierno tiene que ver con la configuración histórica de la sociedad, que heredó de la Colonia la burocratización de las profesiones liberales. Ante la ausencia de un campo de acción social y profesional de mayor envergadura, debido a la precariedad económica, el Estado se convirtió en el principal proveedor de cargos y opciones laborales para los profesionales.
Hasta finales del siglo XX, la historia política nacional se había centrado en estudios sobre las constituciones, las ideas políticas, las diferentes administraciones, el Estado y sus instituciones, las élites políticas, entre otros8. Salvo contadas excepciones, se dejó de lado el estudio de las estructuras inferiores de la política (partidos minoritarios, mandos medios, grupos de electores, etc.), de los mecanismos de ascenso político, de las relaciones clientelares en los contextos locales de la política, y de las elecciones a escala local9. Luego, a comienzos del siglo XXI, se presentó una reflexión acerca de la forma y los temas que podrían renovar el estudio de la historia política colombiana en la que se resaltó la importancia del estudio de los intelectuales10. El estudio de la intelectualidad colombiana, en los niveles intermedios y bajos de la estructura política, se hace necesario para entender las estrategias de control social que se difunden por medio de discursos ideológicos de modernización, desarrollo y progreso11. En este sentido, estudiar a Jorge Bejarano es interesante para analizar las formas como se asume y expresa el discurso del higienismo como herramienta de legitimación del poder, de confrontación política dentro de las élites o como estrategia en contextos electorales12. Además, al adentrarse en la intimidad de las relaciones entre los políticos, las situaciones personales que influyen en sus decisiones, los conflictos que se aprecian en su privacidad, etc., se puede establecer la fuerza del vínculo entre la ideología y la práctica política.
El interés por la vida y obra de Jorge Bejarano parte de los cursos sobre intelectuales e historia política dictados en 2002 por el profesor César Ayala en la Universidad Nacional de Colombia. De estos cursos surgió una investigación preliminar en la que se caracterizó a Jorge Bejarano como un intelectual, a partir de diferentes estudios —tanto nacionales como extranjeros— sobre este concepto. También ayudó la contextualización histórica de su carrera política y el análisis de sus intereses, logros y perspectivas en el campo profesional de la higiene. Se intentó una tipificación particular y novedosa en la que se definió a Bejarano como un técnico humanista, es decir, un intelectual poseedor y difusor de un saber específico, pero condicionado por una formación intelectual característica de los primeros años del régimen conservador13.
¿Por qué los médicos