Mal que sí dura cien años. Rodrigo Ospina Ortiz

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Mal que sí dura cien años - Rodrigo Ospina Ortiz Ciencias Humanas

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Diccionario de la Real Academia Española define higiene como la parte de la medicina que tiene por objeto la conservación de la salud y la prevención de las enfermedades, y salud como el estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones. En la actualidad, para la gente del común, el término higiene está asociado exclusivamente a limpieza y aseo; sin embargo, para la medicina de la primera mitad del siglo XX, la higiene estaba asociada a todos los elementos del entorno social que permitían a las personas tener salud física y mental: alimentación, vivienda, acceso a servicios como agua y alcantarillado, vestuario, deporte, recreación, educación, justicia y acceso a los servicios médicos, entre otros. La higiene se configuró como una categoría sociológica, pues atendía gran parte de los asuntos inherentes a la sociedad.

      Fue el mismo Jorge Bejarano quién recalcó la importancia de la higiene como categoría sociológica al criticar el cambio de nombre que se le dio al Ministerio de Higiene por Ministerio de Salud Pública en 1953:

      De la mismísima Grecia nos vino el vocablo que ahora repudiamos. Esculapio, dios de la medicina, dio a su hija el nombre de Higieia, que desde entonces se consagró como diosa de la salud. Así pues, “sano”, “salud” es lo que traducen los vocablos “hygiees” e “hygieia”, vocablos contemporáneos de la cultura del hombre, y que nosotros los médicos estamos obligados a perpetuar por su origen médico y a traducir como el arte de vivir en plena salud; como el conjunto de normas para preservarla y conservarla; como ciencia de la vida porque enseña al hombre a rodearla de ambiente propicio para lograrla; porque lo magnifica y hace libre enseñándole a desarrollar y conservar las facultades del cuerpo y del espíritu y porque en fin, prolonga la existencia, haciéndola grata y amable a quien la disfrute. La salud pública, no es la higiene misma. Es el resultado de su aplicación. Es su consecuencia.39

      La higiene, y todos los elementos asociados a ella, formaba parte de la cognición social de muchos miembros de la clase política, lo cual le permitió trascender lo eminentemente médico para llegar al campo de la ideología. Esta, por su parte, es la forma como se manifiestan ciertos comportamientos, valores y representaciones en un grupo social y actúa como un eje que transversaliza todos los aspectos individuales y colectivos en los que dicho grupo está inmerso. La ideología se manifiesta con acciones políticas directas y se difunde por medio de estrategias discursivas. Según el lingüista Teun van Dijk, las ideologías:

      […] representan el conjunto de intereses variados de los grupos sociales (a menudo en relación con otros grupos o con temas sociales), como son su identidad, sus tareas, objetivos, valores, posición y recursos sociales. En este sentido, las ideologías son como un conjunto de esquemas de los que dispone un grupo y que tratan de sí mismo y de su posicionamiento en la estructura social.40

      Teniendo en cuenta esa caracterización, se puede afirmar que la higiene era parte integral del imaginario social (ideología) de gran parte de las élites gobernantes de la primera mitad del siglo XX, quienes pretendían llevar a Colombia a un estado de modernidad y progreso. La higiene y sus prácticas eran el instrumento por medio del cual el pueblo colombiano podía dejar de lado aquellos rasgos ancestrales que los acercaban a la barbarie (como el consumo de chicha o el uso de alpargatas) para convertirse en el pueblo civilizado, disciplinado y laborioso necesario para el desarrollo requerido por la economía capitalista. La higiene debía transformarse en un valor moral inherente a la persona y, a su vez, en un hábito social perteneciente a un imaginario colectivo. Por esta razón, debía ser enseñada, difundida y asimilada; inclusive, en muchas ocasiones debía ser impuesta si la tradición luchaba contra la modernidad.

      Esto último remite al carácter político de la higiene. La política se puede interpretar como el espacio en el que el poder circula y en el que se aplican una serie de saberes y prácticas. La higiene como política se entiende como un dispositivo de poder, como un mecanismo de control y gestión social necesario para el gobierno de la población41. Esto significa que durante la primera mitad del siglo XX, los asuntos higiénicos no eran necesariamente una cuestión técnica ni médica cuyo ámbito de aplicación fuera exclusivamente el individuo. La higiene como política se manifestó en el entorno social por medio de prácticas como la adecuación de espacios urbanos (construcción de barrios obreros y viviendas para campesinos, acueductos y alcantarillados, hospitales, etc.); el fomento de la inmigración de ciertos grupos étnicos (preferiblemente anglosajón) y de la educación primaria como base de la formación de nuevos ciudadanos; la legislación sobre bebidas fermentadas o el uso de vestuario para trabajadores, entre otros aspectos.

      Con respecto al concepto de intelectual orgánico, Antonio Gramsci estableció mediante el estudio de los mecanismos culturales utilizados para el sometimiento del proletario que los intelectuales son los encargados de ayudar a realizar dicho proceso de dominación, de una manera no violenta. Para Gramsci: “todo grupo social, al nacer en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, crea a la vez orgánicamente, una o más capas intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de sus propias funciones”42. Esto significa que el intelectual orgánico es aquel que cumple la función de, por un lado darle identidad a la clase dominante y por el otro, llevar a cabo la dominación y la hegemonía social de las clases subalternas43. Para el caso del modo de producción capitalista, el intelectual orgánico por excelencia es el organizador técnico, es decir, un especialista en ciencia aplicada que mantiene todos sus rasgos característicos de orden y disciplina intelectual en función del ordenamiento social necesario para la economía capitalista44.

      El político francés Hugues Portelli, en su estudio del concepto gramsciano de bloque histórico, nos presenta una síntesis muy acertada de la forma como Gramsci identificaba la función del intelectual orgánico:

      Los intelectuales son las células vivas de la sociedad civil y de la sociedad política, ellos son quienes elaboran la ideología de la clase dominante, dándole así conciencia de su rol y transformándola en una “concepción del mundo” que impregna todo el cuerpo social. En el nivel de la difusión de la ideología, los intelectuales son los encargados de animar y administrar la estructura ideológica de la clase dominante en el seno de las organizaciones de la sociedad civil (iglesia, sistema escolar, sindicatos, partidos, etc.) y su material de difusión (mass media). Funcionarios de la sociedad civil, los intelectuales son también los agentes de la sociedad política, encargados de la gestión del aparato de Estado y de las fuerzas armadas […] Cada una de estas funciones —hegemónica, coercitiva, económica— contribuye a la unidad de la clase fundamental y a su hegemonía en el seno del bloque histórico.45

      Lo anterior significa que el intelectual no es un agente pasivo ni independiente; y esto es de gran relevancia porque nos remite a dos asuntos esenciales dentro de la caracterización de Jorge Bejarano como intelectual orgánico: la autonomía del intelectual y la lucha por el poder. En el primer caso, Gramsci explica que, aunque los intelectuales se sientan una clase autónoma, no lo son, sino que forman parte del bloque hegemónico o son cooptados de otros sectores sociales, por ejemplo, del clero. En el segundo caso, los nuevos intelectuales de la era industrial entran en pugna con los intelectuales “tradicionales” (es decir, con los que caracterizan el orden económico y social de las sociedades rurales) por el control hegemónico del nuevo entramado social. Esta lucha refuerza el vínculo orgánico entre los intelectuales y la clase dirigente que busca consolidarse en el poder. Además, dicha clase permite que algunos intelectuales tradicionales sean cooptados con el fin de consolidar su dominio. Pero esta cooptación se da en la medida en que el intelectual, nuevo o tradicional, asuma los postulados ideológicos del grupo dominante y le sirva para sustentar su hegemonía.

      De esta manera, se concluye que Jorge Bejarano es un intelectual orgánico de la élite gobernante de la primera mitad del siglo XX, pues en su larga vida política e intelectual y, en especial, en su lucha por la higienización del país, se observa ese proceso de dominación no violenta o de “consentimiento espontáneo de las grandes masas de la población a la dirección impresa de la

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