Los discípulos en la teosofía y otros artículos. H. P. Blavatsky

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Los discípulos en la teosofía y otros artículos - H. P. Blavatsky

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pueden esperar ver con sus ojos físicos lo que trasciende a la vista? ¿Es el cuerpo —una mera cáscara o máscara— lo que imploran ver y tras lo que van? Y suponiendo que ven el cuerpo de un Mahâtmâ, ¿cómo pueden saber que tras esa máscara hay oculta una entidad elevada? ¿Bajo qué criterios van a juzgar si Mâyâ refleja ante ellos la imagen de un verdadero Mahâtmâ? ¿Y quién puede decir que lo físico no es Mâyâ? Las cosas elevadas pueden ser percibidas sólo mediante un sentido relacionado con esas cosas elevadas; por tanto, quien desee ver a un verdadero Mahâtmâ deberá usar entonces su vista intelectual. Deberá elevar su Manas de tal manera que su percepción sea clara y todas las neblinas creadas por Mâyâ sean dispersadas. Su visión será entonces brillante y podrá ver a los Mahâtmâs dondequiera que esté; pues estando fusionados el sexto y el séptimo principio que son ubicuos y omnipresentes, puede decirse que los Mahâtmâs están en todas partes. Esto sería como encontrarnos en la cima de una montaña y tener a nuestra vista toda la llanura, y con todo, no estar enterados de cada árbol o lugar particular, ya que desde esa elevada posición todo lo que está debajo es casi idéntico, y así como nuestra atención puede ser atraída hacia algo que sobresale o desentona del entorno, de esta misma manera, aunque toda la humanidad está dentro de la vista mental de los Mahâtmâs, no se puede esperar de ellos que tomen nota especial de cada ser humano, a menos que éste atraiga su particular atención por sus actos especiales. Su preocupación esencial es el mayor bien para la humanidad en conjunto, pues ellos mismos se han identificado con esa Alma Universal que traspasa la Humanidad, y el que quiera atraer su atención debe hacerlo de esa manera, a través de esa Alma que se extiende por doquier.

      Esta percepción del Manas puede ser denominada “fe”, que no debe ser confundida con “creencia ciega”. Ésta es una expresión usada a menudo para indicar la creencia sin percepción o comprensión; mientras que la verdadera percepción de Manas es esa creencia inteligente, que es el verdadero significado de la palabra “fe”. Esta creencia debe estar, al mismo tiempo, acompañada por el conocimiento, es decir, por la experiencia, pues “el verdadero conocimiento lleva consigo la fe”. La fe es la percepción del Manas (el quinto principio), mientras que el conocimiento, en el verdadero sentido de la palabra, es la capacidad del Intelecto, es decir, es percepción espiritual. En resumen, la individualidad superior del hombre, compuesta por su Manas superior, el sexto principio y el séptimo, debe trabajar como una unidad, y sólo entonces se puede obtener “la sabiduría divina”, pues las cosas divinas sólo pueden ser percibidas mediante facultades divinas. Así, el deseo que debe mover a alguien a pedir ser aceptado como Chela, es el comprender las funciones de la Ley de Evolución Cósmica para poder trabajar en armonioso acuerdo con la Naturaleza, en vez de ir en contra de sus fines por ignorancia.

      ¿Son los Chelas “médiums”?

      Según la última edición del The Imperial Dictionary, de John Ogilvie, Doctor en Leyes:

      “Un médium es una persona a través de la cual se dice que se manifiesta y transmite por magnetismo animal la acción de otro ser; o una persona a través de la cual se afirma que se realizan manifestaciones espirituales; especialmente alguien de quien se dice que es capaz de mantener relaciones con los espíritus de los muertos”.

      Como los ocultistas no creen en comunicación alguna con los “espíritus de los difuntos” en la acepción ordinaria del término, por la sencilla razón de que saben que los espíritus de los “difuntos” no pueden descender y comunicarse con nosotros, ni lo hacen; y, como la expresión arriba utilizada, “por magnetismo animal”, probablemente habría sido modificada si el editor del The Imperial Dictionary hubiera sido un ocultista, sólo nos ocupamos de la primera parte de la definición de la palabra “médium”, que dice: “un médium es una persona a través de la cual se dice que se manifiesta y transmite la acción de otro ser”; y nos gustaría que se nos permitiera añadir: “tanto por la voluntad activa consciente como por la inconsciente de ese otro ser”.

      Sería extremadamente difícil encontrar un ser humano en la Tierra que no pueda ser influenciado más o menos por el “magnetismo animal”, o por la voluntad activa de quien manda ese “magnetismo”. Si un general, admirado y querido, cabalga a lo largo del frente, los soldados se convierten todos en “médiums”. Se llenan de entusiasmo, le siguen sin miedo y toman por asalto la batería mortífera. Un impulso común impregna a todos; cada uno se convierte en un médium de otro, el cobarde se llena de heroísmo y sólo aquel que no es en absoluto médium, y por ello insensible a las epidémicas o endémicas influencias morales, será la excepción, afirmará su independencia y saldrá corriendo.

      El “predicador evangelista” se levantará en su púlpito y aunque diga el disparate más incongruente, si sus acciones y el tono de lamento de su voz son lo suficientemente impresionantes conseguirá “un cambio en el corazón”, por lo menos en la parte femenina de su congregación, y si es un hombre poderoso, incluso los escépticos que venían a mofarse, se quedarán a rezar. La gente va al teatro y vierte lágrimas o se “desternilla” de risa según el carácter de la función, de acuerdo a si es una pantomima, una tragedia o una farsa. No hay hombre alguno, a excepción de los genuinos zopencos, cuyas emociones, y consecuentemente acciones, no puedan ser influenciadas en un sentido u otro, y por ello se manifiesta y transmita a través de él la acción de otro ser. Por eso, todos los hombres, todas las mujeres y niños son médiums, y la persona que no lo sea, es un monstruo, un aborto de la naturaleza; porque queda fuera de los límites de la humanidad.

      Por ello, la expresión arriba mencionada apenas puede considerarse suficiente para expresar el significado de la palabra “médium” en la acepción popular del término, a menos que añadamos unas pocas palabras y digamos: “un médium es una persona a través de la cual se dice que se manifiesta y transmite la acción de otro ser en medida anormal, mediante la voluntad activa consciente o inconsciente de ese otro ser”. Esto reduce el número de “médiums” en el mundo hasta un límite proporcional al espacio alrededor del cual trazamos la línea entre lo normal y lo anormal, y será tan difícil determinar quién es un médium y quién no, como decir dónde termina la cordura y dónde empieza la locura. Todo hombre tiene su pequeña “debilidad” y todo hombre tiene también algo de “médium”; es decir, algún punto vulnerable por el cual puede ser cogido de improviso. Por tanto, el uno no puede ser considerado realmente loco; ni el otro puede ser llamado médium. Las opiniones sobre si un hombre es demente o no, frecuentemente discrepan y así pueden también diferir en cuanto a su mediumnismo. Ahora bien, en la vida diaria puede un hombre ser muy excéntrico, pero no es considerado loco mientras su locura no alcance tal grado que ya no sepa lo que está haciendo y sea por ello incapaz de cuidar de sí mismo y de sus asuntos.

      Podemos aplicar la misma línea de razonamiento a los médiums y decir que sólo deben ser consideradas médiums las personas que permitan a otros seres influirlos en la manera arriba descrita, hasta tal punto que pierden su autocontrol y ya no tengan más poder o voluntad para regular sus propias acciones. Ahora bien, tal abandono del autocontrol puede ser activo o pasivo, consciente o inconsciente, voluntario o involuntario, y difiere según la naturaleza de los seres que ejercen la mencionada influencia activa sobre el médium.

      Una persona puede consciente y voluntariamente someter su voluntad a la de otro ser y convertirse en su esclavo. Este otro ser puede ser un ser humano y el médium será entonces su obediente servidor y puede ser utilizado por él para fines buenos o malos. Este otro “ser” puede ser una idea, tal como el amor, la codicia, el odio, la envidia, la avaricia o alguna otra pasión, y el efecto sobre el médium será proporcional a la fuerza de la idea y al grado de autocontrol que quede en el médium. Este “otro ser” puede ser un elementario o un elemental y el pobre médium se convierte en un epiléptico, un maníaco o un criminal. Este “otro ser” puede ser el propio principio

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