Los discípulos en la teosofía y otros artículos. H. P. Blavatsky

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Los discípulos en la teosofía y otros artículos - H. P. Blavatsky

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que entonces obtiene inmediata respuesta. Del grado de intensidad del anhelo depende su realización, y ésta a su vez de la pureza interior.

      Las entidades que se valen de la materia astral del cuerpo del médium, o de las auras de los circunstantes son, por lo general, los elementarios, o las entidades no purificadas todavía, porque los espíritus puros no quieren ni pueden manifestarse objetivamente.

      ¡Desgraciado del médium que cae en poder de las entidades astrales!

      De la misma forma que el médium en estado cataléptico proyecta espectralmente un brazo, una mano o una cabeza, es posible que proyecte todo su vehículo astral y aparezca el espectro de cuerpo entero. A veces esta proyección es efecto de la voluntad del Yo superior del médium, sin que de ello tenga conciencia el yo inferior; pero generalmente la voluntad del médium queda paralizada por la influencia de las entidades elementarias que se apoderan del cuerpo astral del médium y lo proyectan por efecto de una acción análoga a la del hipnotizador respecto al sujeto.

      Tiene razón Fairfield al afirmar que casi todos los médiums están aquejados de alguna enfermedad orgánica o desequilibrio psíquico, y en algunos casos transmiten estas dolencias a sus hijos. En cambio, se equivoca completamente al atribuir todos los fenómenos psíquicos a las morbosas condiciones fisiológicas del médium, pues los adeptos de la Magia Superior gozan constantemente de robusta salud mental y física, y precisamente sólo ellos son capaces de producir a su libre voluntad fenómenos psíquicos.

      El Adepto tiene perfecta conciencia de su actuación y no está sujeto como los médiums a los cambios de temperatura de la sangre, ni a los síntomas morbosos, ni exige condiciones previamente establecidas, sino que opera los fenómenos en todo tiempo y lugar, y en vez de sujetarse a influencias ajenas, rige y domina las fuerzas psíquicas con su férrea voluntad.

      En el adepto actúan armónicamente cuerpo, alma y espíritu, al paso que en el médium el cuerpo es una masa de materia cataléptica y el alma y el espíritu se ausentan casi siempre mientras dura aquel estado para prestar sus vehículos inferiores a las entidades psíquicas. Los adeptos no sólo pueden proyectar espectralmente a voluntad una parte, sino todo su cuerpo astral.

      En cambio, el médium no actualiza fuerza de voluntad alguna, pues basta para la producción del fenómeno que antes de caer en trance sepa lo que de él esperan los investigadores. Cuando el Ego del médium no esté entorpecido por influencias ajenas, actuará fuera de la conciencia física con tanta seguridad como en los casos de sonambulismo, y sus percepciones objetivas y subjetivas serán de agudeza igual a las del sonámbulo, porque cuanto más sutil es el vehículo en que actúa el Ego, tanto más delicadas y agudas son sus percepciones.

      Es fama que el órfico Epiménides estuvo dotado de santas y maravillosas facultades, entre ellas la de desprenderse de su cuerpo físico siempre y durante el tiempo que quería. Muchos otros filósofos antiguos tuvieron la misma facultad. Apolonio de Tyana podía dejar conscientemente su cuerpo físico en cualquier instante y operaba fenómenos prodigiosos a la luz del día; como por ejemplo, cuando en presencia del emperador Domiciano y de multitud de circunstantes se desvaneció de repente para aparecer al cabo de una hora en la gruta de Puteoli. Tampoco necesitó de nadie el taumaturgo pitagórico Empédocles de Agrigento para resucitar a una mujer, ni exigió condiciones preestablecidas para desviar una tromba de agua que amenazaba caer sobre la ciudad. Estos teurgos eran magos, y por esto podían obrar a voluntad semejantes prodigios que no hubieran alcanzado si tan sólo fueran médiums.

      De igual manera, no le era necesario a Simón el Mago ponerse en trance para elevarse por los aires en presencia de multitud de testigos, entre los que se hallaban los Apóstoles. Como dice Paracelso:

      No requieren estas obras conjuros ni ceremonias, ni formación de círculos ni quemas de incienso. Es tal la alteza del Espíritu humano que no acierta a expresarse con palabras. Si comprendiéramos debidamente hasta dónde alcanza su poder, nada nos sería imposible en la Tierra. Inmutable y eterno es como Dios el Espíritu del hombre. La imaginación se educe y robustece por la confianza en nuestra voluntad. La confianza debe confirmar la imaginación, porque establece la Voluntad.

      ¿Superchería o magia?

      Sentencia sabia es la que afirma que el que trata de probar demasiado, no llega al fin a probar nada. El profesor W. B. Carpenter, F.R.S. (y con otros adornos alfabéticos además), nos da un ejemplo evidente en su contienda con hombres que valen más que él. Sus ataques acumulan rencores con cada nuevo periódico que hace órgano suyo y, a medida que aumenta sus injurias, sus argumentos pierden fuerza y evidencia. ¡Y, sin embargo, sermonea a sus antagonistas por su falta de calma en la discusión, como si él no fuera el mismísimo tipo de la nitroglicerina en controversia! Abalanzándose contra ellos con sus pruebas, que son incontrovertibles sólo en su propia opinión, él mismo se hace regañar más de una vez. De una de tales regañadas pienso aprovecharme hoy citando algunas experiencias curiosas mías.

      Mi objetivo al escribir lo presente está muy lejos de ser el de tomar parte alguna en esta embestida a las reputaciones. Los Sres. Wallace y Crookes pueden muy bien defenderse. Cada uno de ellos ha contribuido, dentro de su propia especialidad, al verdadero progreso de los conocimientos útiles, más que el Dr. Carpenter en la suya. Ambos han adquirido gloria por valiosas investigaciones y descubrimientos originales, mientras que su acusador ha sido tachado con frecuencia de no ser otra cosa más que un compilador muy hábil de las ideas de otros hombres. Después de leer las hábiles réplicas de los acusados y la destructora revista del aplastante profesor Buchanan, todos, excepto sus amigos los psicofobistas, pueden ver que el Dr. Carpenter está completamente por los suelos. Está tan muerto como el clavo de puerta tradicional.

      En el suplemento de diciembre de The Popular Science Monthley, aparece la interesante concesión de que un pobre juglar indo puede ejecutar una suerte que ¡casi le corta la respiración al profesor! Comparados con ella los fenómenos mediumnísticos de Miss Nichol (Mrs. Guppy) no son nada. Dice el Dr. Carpenter:

      “La célebre ‘suerte del árbol’ —que la mayoría de las personas que han estado mucho tiempo en la India han visto— según la describen varios de nuestros funcionarios civiles y científicos más distinguidos, es verdaderamente la maravilla mayor que he oído hasta ahora. Que un mangle crezca de un golpe, primero a la altura de seis pulgadas, en un trozo de terreno cubierto de hierba, no visitado antes por los exorcistas, debajo de un cesto cilíndrico invertido, después de haberse adquirido la certeza de que estaba vacío, y que este árbol parezca crecer en el transcurso de media hora, desde seis pulgadas hasta seis pies, bajo una sucesión de cestos más y más grandes, es cosa que deja pequeñita a Miss Nichol”.

      Ciertamente que sí. En todo caso, pone fuera de combate todo cuanto cualquier miembro de la Real Academia pueda enseñar a la luz del día, o en la obscuridad, en la Institución Real, o en cualquier otra parte. ¿No debería suponerse que semejante fenómeno atestiguado de tal modo, y teniendo lugar en condiciones que excluyen toda superchería, provocaría la investigación científica? De no ser así, ¿qué otra cosa podía promoverla? Pero obsérvese de qué modo un F.R.S. se escapa entre los dedos. Pregunta irónicamente el profesor:

      “¿Atribuye Mr. Wallace esto a una causa espiritual? ¿O cómo el mundo en general (por supuesto, refiriéndose al mundo que la ciencia ha creado, y al que vigoriza Mr. Carpenter) y los actores en el consabido juego de manos en particular, lo atribuye él a una habilísima superchería?”

      Dejando a Mr. Wallace, si es que sobrevive a este fulminante rayo joviano, que conteste por sí mismo, tengo que decir por parte de los actores que éstos contestarían con un “no” enfático a ambas preguntas. Los juglares indos no tienen la

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