El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli
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El pensamiento social moderno se encuentra así constantemente tensionado entre el hecho de que porta, como disciplina, la premisa del orden social (y de la idea de sociedad), y el que en sus análisis concretos no puede nunca ignorar experiencias que se producen fuera o contra de ese marco de interpretación. Acciones que, por alternativas que sean con respecto a los dictados del orden social hegemónico, no lo alteran fundamentalmente, sino que, en verdad, coexisten en él y contra él. O sea, los desajustes estructurales y las inextirpables variaciones de acción nunca han sido un obstáculo para el despliegue teórico y práctico de grandes modelos sociales, y, a su vez, estos nunca han podido aniquilar completamente las experiencias de desacuerdos, las anomalías y las alternativas que jamás cesan de inventarse en la vida social.
Éste es el punto de partida: el orden social (en verdad, el gobierno de los individuos) en ningún lado ha sido capaz de yugular enteramente los desajustes estructurales y las iniciativas heterogéneas de los actores sociales.
II. La elasticidad del mundo social y la acción heterogénea
En este libro abordaremos la cuestión del gobierno de los individuos partiendo desde esta característica decisiva de la vida social. Digámoslo sin rodeos: al comienzo y en el centro de la cuestión del gobierno de los individuos es indispensable colocar, antes de la respuesta aportada por todo régimen particular, el reconocimiento de una vida social marcada por la posibilidad irreductible de acciones heterogéneas. La cuestión de un mundo social donde, cualquiera sea la fuerza de los condicionamientos, siempre es posible actuar de otra manera, o sea, de forma heterogénea a como lo dictan los principios totalizadores o hegemónicos de una sociedad.
1. En el principio está la acción heterogénea
Las acciones no son ni aleatorias ni imprevisibles (pasan siempre por orientaciones culturales compartidas), pero no están sometidas a ninguna necesidad irrefutable. El hecho de que la vida social esté ampliamente encuadrada por un sistema de normas y de roles despeja muchas incertidumbres de las interacciones humanas. La conducta del otro es raramente imprevisible o incomprensible. Las elecciones de los actores operan al interior de un horizonte de posibles relativamente restringidos y muy a menudo susceptibles de ser anticipados, a causa justamente de la influencia que sobre ellos tienen las normas o los roles: en este punto preciso la respuesta de Parsons (1949) es definitiva. Pero esta frecuente previsibilidad normativa no anula nunca la posibilidad irreductible (y ontológica) de la acción-heterogénea.
La posibilidad de la alteridad irreductible de la acción humana ha estado en el centro de muchas y muy antiguas cosmovisiones, por lo general asociada a la hybris (el exceso, el orgullo desmesurado), al pecado, a la maldad, pero también, más tarde, a la libertad y a la autonomía. O sea, en su ecuación mínima el problema del gobierno de los individuos siempre ha tenido que enfrentar, y eliminar, la cuestión de la irreductibilidad de las acciones heterogéneas.
Durante mucho tiempo, en mucho a causa de la gran fuerza del imaginario de la rebeldía (Camus, 1951), esta capacidad ha sido principalmente pensada como una expresión de la libertad, más tarde desde las capacidades corporales, cognitivas o estratégicas de los actores, desde su fuerza inventiva propia. Partiendo de estas realidades, el análisis social interpretó la posibilidad irreductible de las acciones heterogéneas como una expresión de la libertad, fruto de la psiquis humana (la creación), como una capacidad más o menos metafísica de la existencia (proyecto, sujeto o agency). O sea, la fuente última de la posibilidad de las acciones heterogéneas se ha depositado siempre en el actor (Sartre, 1943; Touraine, 1973; Castoriadis, 1975; Joas, 1999). La división es así permanente entre lo que se puede describir, desde una de las antinomias kantianas, como el determinismo de un mundo externo, restrictivo, objetivo y sometido a la ley de la necesidad, por un lado, y, por el otro, la realidad de un sujeto libre y única fuente de creatividad en el mundo.
En lo que sigue, en todo lo que sigue, depositaremos la razón de esta posibilidad irreductible de la acción heterogénea en la naturaleza misma de la vida social. Tomar esta hipótesis como punto de partida lleva a modificar radicalmente (o sea desde su base) los supuestos mismos de la representación imaginaria de la vida social y del gobierno de los individuos. A las metáforas de la sociedad como mecanismo, organismo o sistema se le debe contraponer el imaginario de una sociedad-elástica. Esta metáfora, como lo veremos en todos y cada uno de los capítulos que siguen, da cuenta, por un lado, de la existencia efectiva y más o menos fuerte de condicionamientos sociales y, por el otro, de un campo permanente abierto de posibilidades de acción heterogéneas. La articulación siempre problemática entre una y otra dimensión invita a concebir la vida social como un dominio elástico. La cuestión primera del gobierno de los individuos es comprender un universo social donde un número importante de acciones, incluso opuestas radicalmente entre sí y heterogéneas, son siempre simultáneamente posibles, al menos momentáneamente, puesto que la consistencia particular de la vida social está siempre, y en todas partes, en la fuente misma de esta posibilidad de acción (Martuccelli, 2001, 2005 y 2014a).
Las metáforas de la elasticidad o de la maleabilidad resistente pueden servir para visualizar la dinámica entre las posibilidades en apariencia ilimitadas de la acción y los límites efectivos que encuentra. Los unos y los otros aparecen muy a menudo como barreras insuperables o, a la inversa, como límites siempre posibles de ser atravesados. No obstante, lo esencial de la problemática de nuestra relación con la realidad procede de su imbricación. La vida social no es ni un campo de fuerzas maleables a voluntad ni reductible a puros efectos de coerción. Es indisociablemente una y otra. La vida social no es ni un todo cultural coherente ni un todo funcional estable, pero tampoco es un ámbito puro de ejercicio de la creatividad. Hay que romper con la pretensión de cosificar la vida social, de suponer, de manera explícita o implícita, que los efectos sistémicos son insuperables. Pero tampoco hay que aceptar un modelo que intenta interpretar la vida social como el fruto de una producción permanente.
Tal vez ninguna teorización social se ha aproximado más a esta representación que la teoría de la estructuración de Anthony Giddens (1987). Explorando de manera analógica la relación entre la agency y las estructuras sociales con referencia a la relación entre el habla y la gramática, Giddens ha descrito muy bien el carácter simultáneamente habilitante y coercitivo de la vida social; a saber, que la acción (como el habla) solo es posible gracias a las estructuras (o la gramática), las que a su vez solo existen (la gramática, las estructuras) cuando alguien actúa o habla. Esta dinámica supone una capacidad intrínseca a la vez de transformación y de constreñimiento.
En su teorización, Giddens resignificó profundamente la noción de estructura. Ésta dejó de significar, como es habitual en la sociología, un modo de condicionamiento particularmente fuerte de las conductas (de ahí su sinonimia habitual con la noción de coerción), y pasó a designar más bien un conjunto de reglas de comportamiento. Un límite importante, en este sentido, y a pesar de las críticas que el mismo Giddens formuló hacia muchos esfuerzos postmodernos o postestructuralistas que identificaron en exceso (e incluso disolvieron) la vida social con el lenguaje, es que en sus propios trabajos, a causa de la dualidad entre agencia y estructura, la teoría de la estructuración termina por no dar una descripción suficientemente precisa de las coacciones (reales e imaginarias) en la vida social y, sobre todo, de las maneras efectivas, disímiles y elásticas en las que éstas operan. La vida social posee un particular modo operatorio de coacción y de resistencia en la medida en que está constituida por acciones y no por representaciones (lo que minimiza justamente la dinámica analógica entre acción-habla y estructura-gramática).
El desplazamiento de la metáfora inicial de la agency-estructura hacia la metáfora de la elasticidad transforma la mirada y las preguntas en lo que concierne al gobierno de los individuos. A la luz de la metáfora de la elasticidad cada contexto