El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli

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El nuevo gobierno de los individuos - Danilo Martuccelli

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de actuar, e incluso también, aunque es menos frecuente, de «ceder» o «deformarse» durablemente y hasta «romperse», cuando la presión es demasiado fuerte o continua. Según las situaciones, y las acciones presentes, el mundo social es en efecto capaz de estirarse más o menos hasta un punto de tensión problemática, engendrando ya sea un «retorno» hacia situaciones próximas a los estados iniciales, ya sea a la inversa, dando lugar a novedades contextuales. Partir de y reconocer la elasticidad específica del mundo social obliga a aceptar que ningún condicionamiento (estructura, coerción) es durable e inmediatamente efectivo en la vida social. En cada ocasión es necesario explicitar el mecanismo en acción. Lo anterior es algo que rara vez ha sido suficientemente problematizado en la teoría social: lo esencial, por no decir la totalidad, del pensamiento social ha operado sistemáticamente con una representación del mundo social caracterizado por un muy rápido y uniforme condicionamiento de las acciones3. Si no todo es posible en la vida social, siempre existe de manera irreductible una muy amplia gama de acciones heterogéneas posibles. El desmentido aportado por la realidad está lejos de tener la nitidez y la reactividad que habitualmente se supone. La vida social tolera conductas heterogéneas que tienen un diferencial importante de pertinencia y éxito.

      2. El genio sociológico de Cervantes

      Precisémoslo mejor con la ayuda de Miguel de Cervantes. El Quijote (1605-1615) diseña mejor que cualquier otro ensayo intelectual posterior la relación siempre problemática entre la acción y la realidad. En efecto, bien vistas y bien leídas las cosas, la novela no explora la adecuación y los desmentidos entre las representaciones y el mundo, sino que escruta desde la acción la ruptura fundadora de la modernidad entre lo objetivo y lo subjetivo.

      Para comprender la originalidad sociológica del Quijote es preciso meditar sobre su primera expedición, a condición de aceptar, sin traducir, lo que estas primeras aventuras, en sólo cinco capítulos, atestiguan, algo que generalmente no se hace dada la tendencia a leer el Quijote como una oposición entre lo real y la ficción, entre el ideal imaginario y los diktats de la realidad, en verdad, interpretando las aventuras del Quijote a la sombra del fin de sus aventuras y de su muerte en su tercera expedición. Ahora bien, desde un punto de vista sociológico este no es, en absoluto, el mensaje de la novela. En su base, y es su enigma principal, se encuentra la experiencia de un caballero andante cuya acción no es siempre desmentida por el mundo. Vladimir Nabokov (1997) ha comprendido con profundidad esta verdad de la novela: don Quijote no siempre sale mal parado en sus aventuras. Después de un análisis secuencial de la novela, llega incluso a establecer una lista equilibrada de veinte victorias y veinte derrotas. En este sentido, las aventuras del Quijote y la plausibilidad factual de «su» mundo habrían terminado siendo muy otras, si, de regreso de su primera expedición, satisfecho de él y de sus proezas, hubiera decidido decir adiós a las armas.

      Aquí reside la verdad sociológica del Quijote. Los desmentidos que el mundo opone a la acción no pueden jamás reducirse a una simple cuestión de adaptación entre las representaciones y la realidad. Cierto, frente a sus errores, este aspecto ha sido tan subrayado y por tantos analistas, don Quijote recurre a racionalizaciones diversas, desarrolla diferentes mecanismos de defensa, reencuadra cognitivamente los eventos, hace intervenir encantadores y magos… en fin, reduce sin desmayo la distancia entre su concepción y los hechos, un trabajo que le permite, sin duda, poder continuar actuando en el mundo, no solamente a pesar de sus impases y fracasos prácticos, sino incluso gracias a ellos, a tal punto que éstos terminan por probar a sus ojos lo bien fundado de su mirada.

      En realidad, Cervantes distingue claramente entre diversas situaciones: entre aquellas en las que, frente al fracaso de sus acciones, don Quijote, solitario, o con la sola compañía de Sancho, es capaz de reforzar por racionalización sus propias creencias, aquellas en las que, en medio de creencias aparentemente compartidas con otros, frente al fracaso de sus acciones, y el ridículo, no tiene otro recurso que la fuga imaginaria; o aquellas en las que es víctima de maquinaciones de terceros que con el fin de burlarse de él aparentan otorgarle, durante un tiempo, plausibilidad a «su» mundo. A la idea de un combate claro entre el ideal y la realidad, las palabras y las cosas, la novela opone una miríada de situaciones diversas, coronadas por sanciones y evaluaciones ambiguas, en donde el veredicto del fracaso o del éxito es, él mismo, objeto de matices y variaciones. A través de las conversaciones ininterrumpidas entre el Quijote y Sancho, y de sus movimientos respectivos de opinión en donde cada cual se empapa progresivamente de la visión del otro dentro de coordenadas que restan empero disímiles hasta el final de la novela, Cervantes inventa una filosofía de la agencia: la realidad es lo posible. Lo posible (lo nuevo, el cambio, lo intempestivo, lo imprevisto, lo sorprendente) forma siempre parte de la realidad.

      El Quijote, y éste es su verdadero genio sociológico, es una novela de la relación plural de la acción con el mundo. Lo esencial es la complejidad de los desmentidos que el mundo opone a la acción. Contra todo reduccionismo realista, estos desmentidos no son nunca ni inmediatos ni directos ni constantes ni unívocos. Es la sabiduría, llena de matices, del novelista: una misma acción puede, en función de los contextos, de los personajes y de las intrigas, conocer resultados diversos. La realidad es un universo elástico de posibles y de lo imposible. La elasticidad de las creencias del Quijote no se explica solamente por las estrategias cognitivas ad hoc que formula frente a sus fracasos (o éxitos), sino también, y sobre todo, por la ambivalencia práctica de sus conductas que encuentran su más sólido principio de comprensión, sea de éxito sea de fracaso, en la elasticidad fundamental de la relación entre la acción y la realidad.

      III. ¿Cómo gobernar a los individuos? Tres paradigmas

      He aquí la ecuación inicial del problema: cómo producir y sostener un orden; cómo yugular la irreductible capacidad de hetero-acción; cómo constreñir en un mundo social elástico. Todas las modalidades de gobierno, desde las más formales e institucionalizadas (Estados, organizaciones) hasta las más informales, afrontan explícitamente el primer punto y por lo general implícitamente los dos otros. Puede decirse que, a pesar de la profusión de categorías, dos grandes tipos de respuestas se destacan. Etienne de La Boétie (1993), ya en el siglo XVI, lo resumió con claridad: los hombres son gobernados o porque son obligados o porque son engañados4.

      En el marco de las ciencias sociales diversas nociones han sido movilizadas para dar cuenta de lo que denominamos, de manera general, como el gobierno de los individuos, pero tres de entre éstas sobresalen por su permanencia y su importancia: autoridad, dominación y poder. Las diferencias entre estas tres perspectivas son muy significativas.

      [1.] En el caso de la autoridad, lo que se subraya es la adhesión voluntaria, autónoma o inmediata, incluso conciliada de un actor a una prescripción, o sea se reconoce la legitimidad de aquél que ejerce la autoridad. En lo que respecta a esta noción, la influencia de Max Weber (1983) es decisiva. Más allá de su distinción entre diversas formas de autoridad, lo fundamental es su concepción de que la autoridad reposa sobre el reconocimiento, por parte de los individuos gobernados, de lo bien fundado del ejercicio de poder. Este reconocimiento puede ser inconsciente, tácito, explícito, reflexivo, pero es su presencia lo que permite hablar de autoridad. En breve, la autoridad es lo que hace que el poder de unos sobre otros se vuelva legítimo. La gran fuerza de Weber –y es posible sostener que en este punto no ha habido ningún progreso significativo en la teoría social– es la de haber comprendido con toda la profundidad necesaria el cambio que en este dominio introduce el advenimiento de la modernidad (o la revolución democrática). Si en el orden tradicional la autoridad es una evidencia cotidiana garantizada por el peso de la tradición y las jerarquías, el valor de los ancestros y en última instancia por un garante de tipo religioso y ultramundano, en una sociedad sumida en el desencantamiento el fundamento de la autoridad se queda sin pie.

      Para Weber, existen tres grandes formas –ideales-tipo– de autoridad (tradicional, carismática, racional-legal) y en

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