El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli
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El advenimiento de los tiempos modernos cambia sustancialmente la ecuación. En verdad, durante mucho tiempo, en los hechos, una dinámica particular se instauró entre las creencias, las jerarquías y los controles. Mientras los últimos no cesaban de aumentar en peso, fuerza y eficacia (algo absolutamente notorio a nivel de los Estados), las creencias y las jerarquías, y sus diversas teorizaciones políticas y sociales, siguieron siendo analíticamente centrales. Fue en mucho una consecuencia del peso que la religión como economía general del mundo siguió teniendo sobre los individuos, y los sociólogos, en la modernidad.
Progresivamente, sin que esto haya sido completamente reconocido y teorizado en lo que concierne el nuevo gobierno de los individuos, los controles fueron adquiriendo mayor importancia que las creencias y las jerarquías. Es esta situación histórica, dentro de la irreductible elasticidad de la vida social, que está en el centro y en el trasfondo de todos los capítulos que siguen. En breve, los clérigos y los cortesanos perdieron poder en beneficio de los ingenieros. La acción material sobre las situaciones ganó en importancia en detrimento de la acción persuasiva sobre las intenciones. Hoy día, como lo iremos viendo, se asiste, en lo que al gobierno de los individuos se refiere, a una autonomización y en ciertos casos incluso hasta a una separación relativa entre los controles, las creencias y las jerarquías, y, sobre todo, a la atribución de un peso creciente a las coacciones fácticas. El fin de la ecuación inicial y el desequilibrio creciente entre controles, creencias y jerarquías en beneficio de los primeros, permite releer la historia de la racionalización moderna y las transformaciones actuales de una manera particular. Esto obliga a prestar más atención a las prácticas de coacción y a sus instrumentos, evitando empero toda unidimensionalidad del análisis.
[1.] En lo que concierne a la historia de la racionalización, la toma en consideración de la elasticidad irreductible de la vida social inclina a acentuar dimensiones que, conocidas desde hace mucho tiempo, fueron sin embargo analíticamente minimizadas, por no decir ignoradas. Los estudios sociológicos demostraron, particularmente en el campo del trabajo, los límites de todo proyecto de dominación racional y total, destacando la irracionalidad de las organizaciones o las resistencias de los individuos detrás de las imaginerías modernas de la racionalización. La distancia siempre fue irreductible entre, por un lado, la experiencia laboral y sus dimensiones informales, y, por otro lado, el plan de producción y organización impuesto por la empresa como modelo prescriptivo. En esta brecha irreductible, los trabajadores desarrollaron estrategias basadas en diversas formas de conocimiento, experiencias y solidaridades, las que les permitieron regular la producción de forma relativamente autónoma contra y a pesar de los controles impuestos por la gerencia. Esta iniciativa de los trabajadores, rebelde a cualquier formalización completa, fue incluso una condición indispensable para el funcionamiento de una empresa. Ninguna organización, por científica que se pretendiera, jamás logró abolir esta dimensión. La permanencia de estas iniciativas muestra, en el corazón del principal lugar de pregnancia del poder de las sociedades industriales, la empresa, los límites de cualquier organización formal de producción: ésta solo puede funcionar realmente con la ayuda de una organización informal que escapa a su control (Castoriadis, 1973).
De hecho, es el reconocimiento de esta realidad lo que ha impulsado importantes cambios en la administración de la fuerza laboral desde hace ya varias décadas. Independientemente de la controversia sobre su alcance real, se observa el tránsito del deseo de eliminar cualquier forma de iniciativa laboral (como en la versión clásica del taylorismo) a un tipo de movilización controlada de la participación y de la organización informal de los trabajadores al servicio de la empresa8. Si esta convocatoria de la iniciativa sigue estando bajo vigilancia, ya no pasa por reglas definidas y estrictas, sino por una renovación constante de la implicación subjetiva de los asalariados. Las nuevas formas de gestión, tomando nota de la distancia entre la organización formal y la realización concreta del trabajo, entre el trabajo prescrito y el trabajo real, se esfuerzan, con diversos medios, por controlar sobre nuevas bases la implicación personal sin la cual el trabajo no puede existir. El deseo de racionalización no ha desaparecido y las organizaciones siguen queriendo neutralizar las formas tradicionales de iniciativa de los trabajadores, a través de nuevas formulaciones ideológicas (Boltanski y Chiapello, 1999). Sin embargo, más allá de los nuevos modelos manageriales, los márgenes, la resistencia y las iniciativas siguen siendo, hoy como ayer, activas (Durand, 2004).
Como este rápido ejemplo lo ilustra (regresaremos sobre este aspecto en otros capítulos), no ha habido ningún tránsito de lo sólido a lo liquido, sino más bien la permanencia de la dinámica entre diversas modalidades de gobierno de los individuos y la realidad irreductible de las acciones heterogéneas. Dentro de esta continuidad, se produce la búsqueda de nuevas modalidades de implicación de los asalariados y de reconfiguración de los controles.
[2.] La constatación de la existencia de acciones heterogéneas en el pasado no debe servir para negar la especificidad de la situación contemporánea. Si algo caracteriza al momento actual es justamente la diversidad de las situaciones en lo que al gobierno de los individuos se refiere (algo que abordaremos en detalle al estudiar diversas experiencias), pero sobre todo una renovación profunda de sus mecanismos y modalidades de ejercicio. En términos simples y como lo hemos anticipado, se produce una inflexión en favor de los controles y en detrimento de las creencias y las jerarquías. Un proceso en el cual, como lo veremos en otros capítulos, un papel señero le toca a la inteligencia artificial (IA).
La notable expansión de los controles se produce en un momento en el cual, paradójicamente, las sociedades contemporáneas, prisioneras de muchas interdependencias, se representan cada vez más como incapaces de gobernar todas las prácticas. De ahí, sin duda, como lo veremos, el anhelo por digitalizar extensivamente el mundo social. En él, efectivamente, los controles adquieren potencialidades inéditas en lo que concierne al gobierno de los individuos. Pero en los hechos se impone, a pesar del incremento de los controles y la vigilancia, la toma de conciencia de las dificultades a la hora de regular la población y la migración, la persistencia de un sector informal a lo largo de toda la historia de las sociedades industriales, los volúmenes de la evasión fiscal, el surgimiento de mafias transnacionales que desafían el poder de control de los Estados y las organizaciones internacionales, pero también la proliferación de riesgos ecológicos o alimentarios no controlados.
Si bien es absurdo negar los considerables diferenciales de poder que disfrutan los distintos actores, ninguno de ellos, por poderoso que sea, puede imponer su voluntad en todas partes. Se juega en ello una de las paradojas del poder en las sociedades actuales: nunca ha crecido tanto, nunca se ha percibido como tan débil (Naím, 2014). No solo la vida social en su conjunto no logra más ser representada como estando regulada, como lo demuestra el colapso del totalitarismo en el siglo XX; incluso en áreas más sectoriales, como la economía, la cultura o el consumo, las tácticas de los actores a menudo escapan a todo poder regulador global. La dificultad de comprensión reside en la coincidencia de distintos procesos; en el incremento simultáneo de los controles por un lado y de las iniciativas y acciones heterogéneas por el otro; en la imposibilidad de continuar percibiendo