El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli
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El tercer control es de tipo organizacional. Si estos siempre existieron, una de las novedades relativas de las últimas décadas es la voluntad expresa de utilizar la presión de los colectivos de trabajo (pero también de la opinión pública), en sus aspectos tanto formales e informales, como mecanismos de control (presión de los pares en el trabajo para alcanzar los resultados fijados y por ende las primas; transformación y aparición de nuevos mecanismos de control social informal de las conductas, etc.).
El cuarto tipo de control, a veces transversal a los precedentes, es de tipo sociotécnico. Con la tercera y cuarta revolución industrial esta modalidad de regulación y control de los actores tomó alcances jamás antes vistos. Ningún otro tipo de control es más revelador de la dimensión propiamente fáctica desde la cual se intenta hoy gobernar a los individuos. Basta evocar, entre tantos otros, un ejemplo cuyo interés reside justamente en su banalidad misma: el control presente en muchas plataformas digitales en las cuales si no se llenan los rubros obligatorios (generalmente marcados con un asterisco) la acción es simplemente imposible. El control digital permite rodear el espinoso problema del forzamiento o de la conciliación del consentimiento, incluso imprime una línea de acción necesaria en medio de una apabullante asimetría de poderes. No es el único ejemplo: variantes de esta modalidad de gobierno de las conductas, desde dimensiones exclusivamente factuales, también son visibles en diversos dispositivos del ámbito urbano: los caddies de los supermercados y el gobierno de las conductas de los consumidores con una moneda; los dispositivos de urbanismo para regular la presencia de jóvenes en lugares públicos a través de perturbaciones sonoras; mecanismos para regular, fácticamente, la velocidad de los automovilistas, los «policías tumbados»; pequeños arbustos en el ingreso de las aglomeraciones para influir en la velocidad de los automovilistas, rotondas, etc. Pero pensemos también en las nuevas potencialidades de control que hacen posibles los algoritmos, algo visible, por ejemplo, en la gestión del trabajo de los futbolistas durante un partido, cuyos rendimientos, desplazamientos, tiempo de posesión del balón, pases, bajas de ritmo son evaluados en tiempo real por los entrenadores. Esto es particularmente determinante desde hace poco más de una década en las bolsas de valores, en donde se ha generalizado el uso de algoritmos para realizar estrategias de inversión con mucha –muchísima– mayor velocidad que los humanos, y cuyo objetivo expreso es alcanzar una total autonomía (o sea control) de operación.
Se consolidan, así, nuevas formas de gobierno de las conductas gracias a los algoritmos que hasta hace muy poco tiempo eran difícilmente realizables o incluso imposibles. Por ejemplo, en lo que concierne a la gestión del trabajo (como lo muestran las prácticas de cloppening), gracias a la gestión por algoritmos, es posible comunicar con solo una semana de anticipación los horarios hebdomadarios a los trabajadores, y, en el caso de algunas empresas en los Estados Unidos, regular estos servicios para que nunca superen las 34 h por semana (porque desde 35 h los asalariados obtienen ciertos beneficios). Como se vislumbra, el control por los algoritmos (como por ejemplo la selección de los candidatos a un puesto de trabajo vía una evaluación automatizada de los CV) no excluye la decisión. Los algoritmos son en sí mismos decisiones (opacas, escondidas, etc.), pero que al ser automatizadas/matematizadas, se perciben y se presentan como meramente factuales (O’Neil, 2017). Se ejercita así una dominación, incluso en algunos casos se extrae al fin y al cabo un consentimiento, pero los controles se presentan y se perciben como operando sobre bases estrictamente factuales.
Este es el corazón del cambio que produce y producirá, en lo que al gobierno de los individuos se refiere, la IA. Más allá de la cuestión –polémica– del grado efectivo de determinismo comportamental que se alcanza, lo importante es que se apunta a una determinación de las conductas incluso más allá de las intenciones explícitas de los actores. Los mensajes publicitarios personalizados, el almacenamiento y procesamiento de nuestras conductas pasadas en la web, hacen que progresivamente las correlaciones se vuelvan normativas (Harari, 2017; Koenig, 2019). En verdad, que ellas nos dicten lo que haremos independientemente de nuestras voluntades o conciencia.
Como esta lista heterogénea lo muestra, no todo es nuevo en el incremento de los controles, pero en los hechos, muchas veces, los distintos controles diferenciados se refuerzan entre sí, lo que, a su vez, refuerza el sentimiento de estar frente a un bloque fáctico compacto.
2. La publicitación de los controles
A diferencia del pasado aún reciente en donde los controles se velaban (de ahí el necesario trabajo de develación de la crítica social), en el mundo de hoy tiende a generalizarse la visibilidad de los controles. Se indica, así, por ejemplo, la existencia de cámaras en los lugares públicos (o en los inmuebles que disponen de servicios de vigilancia privados); se explicita en muchos servicios comerciales en línea que las conversaciones serán grabadas (lo que permite el doble control de los asalariados y de los clientes). No es un asunto menor: si durante mucho tiempo se intentó invisibilizar los controles (un aspecto fundamental en el ejercicio espontáneo y conciliado de la autoridad), de ahora en adelante se los hace cada vez más visibles con el fin de incrementar su eficacia a nivel del gobierno de las conductas. El que los individuos sepan cómo son controlados forma parte del proceso mismo de gobierno de sus conductas.
En verdad, es necesario ir un poco más lejos. Una de las grandes novedades en lo que al control digital de los individuos se refiere es que, a diferencia de la distopía de 1984 de George Orwell o del proyecto del Panóptico de Bentham, los actores colaboran activa y voluntariamente a su propia vigilancia. Los individuos son más o menos conscientes de que cada vez que acceden a ciertos sitios (Facebook, Twitter Google+) transmiten datos, sin embargo, ya sea porque no «pueden hacer otra cosa», o porque el universo digital les da satisfacciones narcisistas y hedonistas, «aceptan» con cierta imprudencia y desenvoltura esta realidad (Harcourt, 2020). Se establecen así nuevas relaciones entre el deseo y el poder. Los individuos quieren exhibirse, exponerse, darse a conocer y ser reconocidos (lo que exige el recurso a las redes sociales), y al mismo tiempo expresan ciertas inquietudes o anhelos de intimidad o por lo menos de control de sus vidas privadas.
El cambio es importante porque transforma el trabajo propiamente ideológico de la dominación-consentimiento o de la autoridad. Sin que estos aspectos desaparezcan, la creciente visibilidad de los controles hace que el trabajo de justificación y legitimación del gobierno de los individuos pierda tendencialmente centralidad. Los procesos de orientación escolar son un buen ejemplo de la manera como la visibilidad de los controles, transformados en laberintos de vidrio, operan: el actor «ve» todo (tanto el resultado de las estructuras sobre él, como la diversidad de trayectorias escolares posibles), pero es incapaz de liberarse de los controles que se ejercen sobre él (Berthelot, 1993).
No siempre se le da a este aspecto la importancia que merece; en mucho a causa de la inclinación todavía muy presente en buena parte de la sociología de la dominación a darle un papel fundamental a las creencias, a las ideologías, al soft power. Sin embargo, lo esencial ya no se juega realmente a este nivel. Por ejemplo, las críticas (a la vez ordinarias, políticas, académicas) al neoliberalismo son frecuentes y reiterativas, pero todo este trabajo crítico no