El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli

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El nuevo gobierno de los individuos - Danilo Martuccelli

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(Castells, 2013; Salmon, 2007), pero también el objetivo de muchos mensajes, políticos o comerciales, individualizados que, apoyándose en el robo o la compra de listas de consumidores o electores, y gracias a diversas estrategias de análisis de Big Data (como el big mining o el big-target) banalizan el recurso manipulativo y personalizado de las influencias. Dentro de este contexto general se inscribe el fenómeno de los fake news al cual recurren grandes órganos de prensa, empresas o gobiernos.

      La información nunca fue neutra y siempre existió el recurso a la mentira. Sin embargo, es posible pensar que esto tiende a practicarse, si no a un nivel superior, por lo menos de manera más explícita y por un número creciente de actores. Por eso, a pesar de tener antecedentes, la situación actual presenta algunas especificidades que es importante distinguir. Bajo los regímenes totalitarios del siglo XX, el recurso a la propaganda y a la mentira fue un arma explícita para influenciar, condicionar y censurar las opiniones (Arendt, 2006). Sin embargo, nada sintetiza mejor las resistencias a la mentira de la propaganda que las pantallas de televisión colocadas mirando hacia el exterior en las ventanas de tantos departamentos en Polonia tras el golpe de Estado de 1981: los ciudadanos reexpedían sus mentiras a los gobernantes. En claro contraste con estos regímenes, las democracias liberales pluralistas se organizaron (a pesar de la existencia de prácticas explícitas de manipulación de la información bajo la forma de trampas, censuras o disimilaciones) en torno a partidos de oposición, una prensa independiente y un espacio público como arena de confrontación que hacían de la pugna por la verdad un principio fundamental de la vida colectiva. O sea, el recurso a la mentira como estrategia de influencia (álgido en periodos de fuerte agonismo social), incluso si por momentos pudo ser una política sistemática (como en período de guerra), jamás fue abiertamente admitida o conocida por los ciudadanos. El espacio público se concibió como una garantía de la verdad vía la discusión y la vigilancia crítica ciudadana (Habermas, 1993).

      Si la codificación de los mensajes restringe en el momento de la emisión el abanico de lo que se comunica, la decodificación, a pesar de las múltiples estrategias de influencia y de persuasión de la que ha sido y es objeto, abre las interpretaciones. La mayoría de las personas no tiene en verdad control sobre la producción de los mensajes (aunque esta posibilidad se ha incrementado con la expansión de las TIC), pero mantienen cierto control a nivel de la interpretación. Como lo venimos de evocar, nunca se ha logrado controlar completamente los canales de la recepción, como lo atestiguan, a escala histórica, las experiencias del totalitarismo. Los mensajes son interpretados por los actores a través de distintas socializaciones, desde culturas heterogéneas, en base a sus marcos cognitivos y emocionales (Castells, 2013: capítulo III), por medio de influencias interpersonales, interacciones con diversas fuentes de información o tipos de audiencia, todo lo cual se ha incrementado en la era de los post-media (Couldry, 2012: capítulo 2).

      Es teniendo en cuenta todo lo anterior como es preciso entender el cambio en curso. El recurso casi transparente a la mentira (para dar un solo ejemplo, las supuestas armas de destrucción masiva en Irak en 2003) señalan un cambio radical. Tanto más que estas prácticas agudizan la erosión de la confianza de los ciudadanos hacia las instituciones y los responsables políticos. La cuestión de la autoridad en el sentido fuerte del término (que reposaba sobre el valor dado a la fuente emisora y su confianza en ella) cede el paso a estrategias abiertamente manipulativas por parte de distintas fuentes de emisión.

      2. Confrontaciones

      Más allá de los aspectos más ostensiblemente manipulativos de los fake news, lo importante es comprender los cambios estructurales ocurridos en la esfera pública contemporánea y la manera como las TIC actuales suscitan el advenimiento de actores que dan forma a una nueva arena de conflictividad de creencias, opiniones e influencias.

      Regresaremos en detalle sobre esto en un capítulo ulterior, pero tomemos en cuenta desde ahora la multiplicación de actores que emiten interpretaciones u opiniones alternativas, así como de sitios web que reúnen individuos que tienen representaciones distintas y a veces opuestas a las que son movilizadas, y legitimadas por las principales instituciones sociales. Si esta realidad no es nueva en sí misma –los historiadores han mostrado fehacientemente los límites de la imposición en el pasado sobre todo en las capas populares de la ideología dominante (Abercrombie, Hill, Turner, 1987; Ginzburg, 2014)–, la más frecuente y la más fácil federación de estas contravisiones, gracias a las TIC, sí constituye una auténtica inflexión. Aunque, como lo veremos en otro capítulo, los resultados empíricos son más prudentes, la frecuentación de estos sitios web (y la lectura de mensajes personalizados enviados con claros fines instrumentales) tiende al menos potencialmente a encerrar a ciertas personas dentro de universos ideológicos estancos. Aún más: si las expresiones contemporáneas del complotismo se apoyan, como en el pasado, sobre coordenadas ideológicas, su realidad actual va más allá de ello. Por un lado, convocan sesgos informativos de un nuevo tipo: los complotistas muchas veces saben muchas más cosas sobre un evento particular que la mayoría de los ciudadanos, pero lo que saben es sesgado o incompleto (Cazeaux, 2014). Por otro lado, dan forma a una agonística de influencias que es mucho más simétrica que en el pasado.

      Para comprender este aspecto de la agonística de la influencia contemporánea no está de más recordar, aunque sea brevemente, la teoría de las two steps (los dos peldaños de la influencia). Según esta perspectiva, se admitía o se adhería a una proposición porque ésta era retomada por una persona a la cual se le tenía confianza (por lo general por razones combinadas de tipo estatutarias, morales o políticas). O sea, era porque un pariente, un líder, un gran patrón, un sindicalista, un editorialista renombrado hacía «suya» una opinión que ésta ejercía una influencia sobre aquellos que reconocían su autoridad. La influencia pasaba, así, por alguien a quien se le reconocía autoridad por una combinación de diversas razones. Entre los complotistas este proceso sigue siendo activo (lo que saben lo saben porque hacen confianza a ciertos sitios web), pero también porque, y esto va más allá de la teoría de los dos peldaños, buscan activamente, y en medio de una gran desconfianza institucional, sitios de información diversos para hacerse su propia opinión.

      En el campo político se asiste a la generalización de una concepción abiertamente gramsciana, por decirlo de algún modo, de la lucha entre hegemonía y contrahegemonías. Aquí también la inflexión se inscribe en la continuidad del pasado, con innegables especificidades: si la era de las ideologías es lo propio de la modernidad (una época indisociable de un espacio público conflictivo), y si el combate hegemónico fue un aspecto mayor de las sociedades civiles durante todo el siglo XX, la situación actual agudiza ambas realidades. Abordaremos en detalle estos puntos en capítulos ulteriores, pero la imposible imposición uniforme de una ideología dominante da paso a una concepción mucho más agonística de los debates y de la información. De todos los debates y de todas las informaciones. La producción de visiones contrahegemónicas del mundo (lo propio de los movimientos sociales y de la crítica social) entra en competencia con un conjunto de prácticas ordinarias de microvisiones y mensajes alternativos. Por supuesto, los niveles de cuestionamiento de la realidad entre unas y otras nunca son los mismos: en el primer caso, se apunta a cuestionar los grandes principios del orden dominante (por ejemplo, la propiedad privada o el productivismo); en el segundo, se expande el sentimiento de que sobre todos los temas existen opiniones diferentes inconciliables. Sin embargo, en todos los casos, la imposición de creencias es más que nunca una lucha agonística.

      Resultado: el consentimiento no solo no es conciliado, sino que muchas veces ya no es ni tan siquiera el objetivo. La generalización de la exposición a las news (cadenas de información continua, portales informativos, alertas en los móviles, etc.) y la vivencia de la contraposición ordinaria de perspectivas, alimenta a veces indecisiones compartidas, muchas otras veces formas de polarización que en su diversidad van mucho más allá del clivaje de los antiguos universos ideológicos (a tal punto las coordenadas agonísticas se multiplican). La impresionante agonística de la esfera pública

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