El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli
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Consecuencia importante de lo anterior es que el gobierno ejercido por los jefes (comprendidos tanto en la multiplicidad de sus figuras como en el sentido amplio de su ejercicio, o sea incluso como instancia impersonal de control de conductas) reposa cada vez menos sobre la autoridad, el aura, el carisma, el respeto, la admiración o la violencia simbólica (todo lo cual es inseparable de un importante trabajo de inculcación ideológica) y cada vez más sobre una capacidad efectiva de control, coacción, vigilancia, sanción, constantemente recordada al subordinado. Los actores se ven obligados a someterse a controles facticos, más o menos independientemente de todo consentimiento. La voluntad se pliega ante los hechos.
Otra variante de la publicitación de los controles se observa a nivel del creciente recurso a los controles ex post como una manera de regular las conductas ex ante. O sea, se gobiernan las conductas bajo el postulado (indisociable de una amenaza y de una sospecha latentes) de que todo lo que se haga podrá ser, y será, controlado dadas las trazas grabadas en el mundo (el tracking). Al amparo de estas nuevas facultades de control, la filosofía del gobierno de los individuos cambia en muchos ámbitos de la vida social de manera más o menos subrepticia. Se pasa, así, por ejemplo, de la declaración jurada del ciudadano a la generalización de los controles fácticos (cruzados) gracias a las declaraciones fiscales digitalizadas de los contribuyentes. Una forma de control fáctico desde las trazas que no es, por lo demás, ajeno al proyecto de eliminación de la moneda física. Este tipo de control por tracking también es muy visible a nivel de la generalización de las cámaras en los lugares públicos (pero también en las propias casas, ya sea a cargo de empresas de seguridad contratadas para este fin, ya sea vía las cámaras que ciertos padres usan para vigilar a distancia a las niñeras de sus hijos). El incremento de este tipo de control no se limita, así, al solo mundo digital, pero éste es, justamente por las trazas más o menos indelebles que en ellos se dejan, un gran ejemplo de esta tendencia.
3. La generalización de las prácticas de evaluación
Aunque le dedicaremos todo un capítulo, la evocación panorámica de la revolución en curso a nivel de los controles quedaría seriamente incompleta sin tener en cuenta la importancia adquirida en las últimas décadas por la evaluación. Bien vistas las cosas, se trata de recurrir a un reforzamiento de controles ex post, altamente publicitados, como un instrumento para dirigir, incluso independientemente del consentimiento, la conducta de los individuos. Los actores son gobernados, retóricamente, únicamente desde y a partir de sus diferenciales de resultados. En cierto sentido, se puede decir que la autoridad racional-legal, esa que estaba basada en el respeto escrupuloso de los procedimientos (y que marcó el reino del burócrata weberiano) es desplazado por la figura de tecnócratas que gobiernan las conductas a través de la ingeniería del benchmarking (comparación de resultados y rankings de actores), en donde la acción de cada actor (incluida la del propio evaluador) es sancionada (premiada o castigada) en función de los resultados obtenidos.
En un universo de este tipo, lo importante es lo que tiene éxito (más que el respeto escrupuloso de los procedimientos); muchas actitudes son así toleradas en nombre del resultado. O sea, sin menoscabo de los controles, se otorgan márgenes de acción a los mandos intermedios en la organización de su trabajo propiamente dicho (en función de los puestos jerárquicos la evaluación de los resultados se hace todos los días, semanas o al año), pero in fine el gobierno de los individuos se organiza masivamente en torno a la obtención, o no, de los resultados que se fijaron.
Aunque los resultados son prescriptos, el sentido del gobierno de las conductas se modifica en profundidad. Lo importante no es la fuente de la autoridad, ni siquiera la extracción explícita del consentimiento, sino los diferenciales de resultados fácticos medibles obtenidos, en un universo altamente competitivo, por los distintos actores. Muchas lógicas opuestas cohabitan en este proceso. Por un lado, la filosofía de la evaluación renueva y refuerza los gobiernos procedimentales (best practices, certificaciones de calidad) que operan como poderosos mecanismos de control fáctico de las conductas. Pero, por el otro lado, la filosofía de la evaluación permanente como forma ex post de control de las conductas le da un creciente poder a los mandos medios, quienes son los que evalúan directamente la acción de sus subordinados, ya sea en las entrevistas anuales, ya sea recomendándolos para un ascenso o un bonus salarial, lo que engendra todo un juego cortesano dentro de muchas organizaciones (Martuccelli, 2006).
La tensión es muchas veces viva entre tener que aplicar un protocolo de procedimientos y el tener éxito. La figura del ritualista de Robert K.Merton (caracterizado por su escrupulosa adhesión a las reglas) no ha desaparecido, pero los valores del hombre de la organización (Merton, 1965; Whyte, 1959) han sido trastocados por la filosofía de la evaluación y las sanciones por diferenciales de resultados. Por supuesto, este tipo de control engendra su propia patología, ya sea a través de la consolidación de prácticas inmorales dentro de las empresas con el fin de obtener resultados11, ya sea a través de la acentuación de malestares psíquicos entre los asalariados (depresión, burnout) a causa de la intensificación de las presiones que sienten en el mundo laboral (Ehrenberg, 1998; Aubert y Gaulejac, 1991; Otero, 2012; Kiroauc, 2015).
No se trata de oponer los estudios que insisten en la importancia del consentimiento (como en todos aquellos que, por ejemplo, de una u otra manera se siguen inscribiendo en la continuidad de la Escuela de Frankfurt) a aquellos que subrayan más bien la centralidad de las coerciones. Lo importante es comprender, en la cohabitación de estos dos factores, la inflexión tendencial en beneficio de los controles y las modificaciones que esto entraña en el nuevo gobierno de los individuos. Si la renovación de los controles es activa en el mundo laboral (lo que, de paso, da cuenta de la relativa ausencia de discursos alarmistas en lo que a la autoridad se refiere en este ámbito), en muchos otros, como la familia o la escuela, en la medida en que no existen sino parcialmente verdaderos equivalentes a nivel del incremento e intensificación de los controles, los discursos sobre la crisis de la autoridad se generalizan.
II. La metamorfosis de las creencias
Este segundo gran cambio estructural debe comprenderse dentro del remplazo tendencial del primado de las creencias hacia los controles, pero también dentro de un tránsito de la influencia basada en la autoridad o en grandes ideologías en beneficio de formas de influencia más abiertamente manipulativas y agonísticas.
Como siempre, tratándose del gobierno de los hombres, nada, o casi nada, es radicalmente nuevo. Ya la retórica entre los antiguos griegos tenía por vocación producir la adhesión a la perspectiva de un orador, y desde entonces muchos otros términos se han utilizado para describir variantes en la producción de las creencias: la influencia, la persuasión, la obnubilación, la admiración. Pero ello no impide reconocer la importancia de las inflexiones en curso en por lo menos tres grandes direcciones.
1. Manipulaciones
La movilización manipulativa de la influencia es cada vez más visible y practicada. Si esto ya estuvo explícitamente en el centro de la publicidad comercial o de la propaganda política desde comienzos del siglo XX, esta dimensión se ha acentuado fuertemente independientemente de toda problemática de la autoridad en el sentido preciso del término. La movilización manipulativa de la influencia se ha convertido en el objetivo explícito de muchos estudios y experimentaciones efectuados desde las ciencias cognitivas o las neurociencias