El nuevo gobierno de los individuos. Danilo Martuccelli

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El nuevo gobierno de los individuos - Danilo Martuccelli

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particularmente aguda en el mundo del trabajo. Por una parte, una importante literatura managerial promueve la ideología del carisma en las empresas, y por la otra, la supuesta importancia de este liderazgo no se refleja en lo que expresan muchos asalariados. Si la ideología del carisma es a veces efectiva, o sea reconocida como una fuente de legitimidad del funcionamiento jerárquico, esto solo es cierto en un muy pequeño número de casos. No se trata solamente del hiato entre el trabajo prescrito y el trabajo real (una de las más sólidas conclusiones de la sociología del trabajo desde hace décadas); la situación actual va mucho más allá de ello. Se asiste a un divorcio entre las conductas de control managerial y las justificaciones ideológicas de las jefaturas. O sea, muchos actores jerárquicos de mando medio se ven sometidos a prescripciones normativas (autoridad participativa, evaluaciones de 360°, el modelo del buen jefe, etc.) que, en lo que respecta el gobierno de los hombres, se revelan irrealistas dadas las formas efectivas como se ejerce el control de las conductas.

      La pregunta es evidente: ¿por qué este divorcio entre la extensión creciente de los controles fácticos y el discurso sobre las jefaturas? En verdad, este divorcio refleja la fuerza de la toma de conciencia que se produjo a raíz de la impugnación de las jerarquías laborales en los años 1970. Frente a ella, dos grandes estrategias fueron practicadas. Por un lado, y es lo más importante, una remodelación en extensión e intensidad de los controles fácticos. Por el otro, más o menos a distancia de lo anterior, una defensa de las jerarquías desde la ideología del carisma.

      La división entre estas dos estrategias es tan profunda que es incluso visible a nivel de la producción sociológica. Cuando los estudios se apoyan principalmente (o exclusivamente) sobre la producción discursiva managerial, se construye la imagen de un mundo laboral gobernado por una nueva ideología dominante (Boltanski y Chiapello, 1999). Cuando, por el contrario, los estudios se basan en monografías de prácticas laborales, lo que aparece es un mundo de amenazas, críticas, reticencias, resistencias, deslealtades hacia las empresas (todo lo cual se exacerba en los malos empleos, cf. Graeber, 2018), un conjunto de actitudes díscolas que logran empero ser subordinadas al designio de las empresas gracias al recurso, efectivo o potencial, de los controles y las sanciones.

      En resumen: la expansión de los controles y la visibilidad creciente de las coacciones está en tensión, para decir lo menos, con la ideología managerial del carisma. La extensión y la intensificación de los controles tienden a ser limadas (o veladas) por el discurso sobre los liderazgos (al cual adhieren, sin duda, más o menos temporalmente, ciertos mandos intermedios). Pero en la medida en que este tipo de ejercicio de la autoridad no se verifica en los hechos, esto refuerza el recurso coactivo de los controles y hace que las relaciones asimétricas de poder sean cada vez más visibles.

      No solo los verdaderos liderazgos carismáticos son raros, sino que incluso el ensayo de carismatización de las jerarquías funcionales conoce muchos límites. La principal razón es fácil de enunciar: el estatus social no es más una fuente de prestigio tan unívoca como lo pensó Weber. El estatus social, la jerarquía y los diferenciales de prestigio que otorga (un aspecto a veces denominado como aura, carisma o capital simbólico) son cada vez menos capaces de inhibir, impresionar o intimidar activamente a los individuos en sus interacciones. Ciertamente, la intimidación por razones estatutarias todavía es real y activa tratándose de muy «grandes» empresarios, políticos y tal vez algunos intelectuales, pero, por lo general, la gran mayoría de personas que ocupan posiciones jerárquicas (en las empresas, en la vida política, en el mundo intelectual) han sido hechas descender del Olimpo13. No es en absoluto un detalle. La generalización de situaciones de este tipo desestabiliza en profundidad la afirmación, tan central en la obra de Pierre Bourdieu (1979 y 1989), sobre el capital y la violencia simbólica como grandes componentes de la dominación social.

      Si la extensión e intensificación de los controles fácticos mitiga la crisis de las jerarquías dentro de los universos funcionales, en la vida social, como lo señala muy bien Randall Collins (2009), muchos prestigios de clase han dejado de ser operativos. Incluso si su observación vale sin duda más para los Estados Unidos que para muchas otras sociedades (como en América Latina), lo cierto es que el prestigio estatutario ya no impresiona o solo lo hace en un radio muy estrecho, e informado, de personas. ¿Quién está socialmente intimidado por un gran, o sea, como lo precisaremos en un momento, célebre dentista? ¿O por un exitoso y rico dueño de una mediana empresa?

      Las razones que dan cuenta de este proceso son variadas, pero la pérdida del prestigio social, en sus dimensiones más generales, se puede asociar tanto con los anhelos de relaciones sociales más horizontales en todos los ámbitos de la vida social, como con el acceso creciente que se tiene con respecto a la vida privada e incluso íntima de muchas personas, digamos la escena posterior de la vida ajena, aquella que tradicionalmente se sustraía a la mirada de los otros (Goffman, 1973). La segunda dimensión es tan importante como la primera. ¿Qué es en verdad lo nuevo? Ni necesariamente la publicitación de la vida privada de los jerarcas –piénsese en el protocolo de la Corte de Luis XIV (Elias, 1985)– ni, tampoco, los chismes sobre nobles, políticos o famosos en muchas otras épocas. Lo nuevo está en la amplísima difusión y publicitación, sin el control de estos actores, de los aspectos más privados e íntimos, y a veces sórdidos, de su existencia. El prestigio social durante mucho tiempo asociado a la posesión de ciertas virtudes muchas veces se desploma. La intimidación social, la inhibición ante los oropeles y la munificencia del poder y de las jerarquías se debilitan por doquier: se vuelve transparente el hecho de que detrás de las diferencias estatutarias solo hay individuos similares que ocupan posiciones disimiles.

      Esta situación interactiva, en mucho exterior al mundo de las jerarquías dentro de una organización, tiene empero consecuencias a nivel de las jerarquías. El prestigio social en el sentido más amplio del término (violencia simbólica, aura, etc.) no sostiene más el ejercicio ordinario de la jerarquía. Aquí también es evidente lo que esto implica a nivel de la autoridad y el consentimiento conciliado.

       2. Una nueva modalidad de prescripción normativa

      En la teoría social, durante mucho tiempo, un solo y único gran mecanismo de inscripción fue privilegiado a la hora de describir y analizar las maneras en que la dominación y la coacción del consentimiento jerárquico operó a nivel de los individuos: de una u otra manera se trató siempre de analizar la adhesión del dominado a través de distintos procesos de sujeción e inculcación ideológica. Hoy, dada la desestabilización de muchas jerarquías, debemos reconocer la presencia de otra gran modalidad de inscripción subjetiva de la dominación: la responsabilización. La diferencia analítica entre los dos procesos reside sobre todo en las maneras como se conmina a los actores sociales a plegar sus conductas a ciertos mandatos (Martuccelli, 2001 y 2004a).

      La primera forma canónica de la inscripción subjetiva de la dominación, la sujeción, subraya ante todo el proceso por el cual se hace adherir (por introyección, por interiorización, por incorporación) de manera más o menos durable un elemento (una práctica, una representación) en el espíritu o en las disposiciones corporales de un actor. La sujeción obliga a los dominados a definirse con las categorías que la dominación impone, un proceso que a veces se inscribe más allá de sus conciencias, sobre sus cuerpos y sus automatismos más reflejos (Foucault, 1976; Althusser, 1995; Butler, 2009). En todos los casos, el proceso se sujeción, incluso de manera implícita, supone la existencia de sólidas jerarquías de conminación entre gobernantes y gobernados.

      La sujeción, más allá de la diversidad de las apelaciones, designa pues todas las inculcaciones, imposiciones, simbólicas y corporales, inscritas en los individuos, que les impiden autorizarse ciertas actitudes o que los obliga a percibirse bajo la forma de estigmatizaciones múltiples. Ya sea a través del sistema educativo, de las representaciones sociales, de la identificación psíquica con la Ley, de las normas de género se trata siempre de imponer definiciones. La inculcación está así sistemáticamente apoyada en una serie de

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